18.- Peligros al asecho.

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JAYDEN 

El metal pesado ruge por los auriculares, golpeo el saco con fuerza, aumentando la rapidez de los movimientos y las combinaciones. Mis músculos queman y solo me detengo cuando me siento incapaz de lanzar un golpe más.

He pasado las últimas cinco horas entrenando, mi cuerpo está cubierto de sudor y mis músculos comienzan a sentirse cansados, pese a eso, aún no considero terminar.

Faltan dos semanas para la pelea, no puedo permitirme bajar la guardia. Por el contrario, debo aprovechar todas las herramientas para ser más fuerte que el idiota de Wrecker.

La tensión en mi abuelo parece haber disminuido, sin embargo, tampoco él parece dispuesto a bajar la guardia. Lo sé por las reuniones constantes que tiene con Robie y Jordan, muchas en las cuales no se me ha permitido entrar.

Una parte de mí se siente frustrada por eso, soy yo quien subirá y enfrentará a Cody, ¿no debería estar presente? Pero se bien que mis insistencias no surtirán ningún efecto, así que me resigno.

Observo al abuelo salir de su oficina, parece discutir con alguien por teléfono así que lo sigo con la mirada. No se detiene, atraviesa el club y camina hasta la salida. Me aparto del saco, apago la música en el celular y me quito los auriculares.

Aprovecho el momento para darle un descanso a mis manos, liberándola de los guantes para entrenar y los dejo a un lado antes de seguir el camino que mi abuelo ha tomado.

—No vuelvas a llamarme si no me tienes una solución —la molestia envuelve a su voz, cuelga la llamada y se apoya contra el barandal del club.

Deja caer la cabeza hacia adelante, sus manos se envuelven con fuerza alrededor del tubo del barandal y los músculos de sus brazos se tensan ante el movimiento.

—¿Todo bien, abuelo? —voltea casi sobresaltado. Una leve sonrisa se apodera de sus labios mientras asiente.

—Todo bien, solo es un pequeño asunto —hace un gesto con la mano para restarle importancia —¿has terminado el entrenamiento?

Sacudo la cabeza en una negativa.

—Hoy subirás al cuadrilátero, trabajaremos en las combinaciones de tus golpes —manifiesta —así que deberías volver si no quieres retrasarte.

Lo miro a detalle, luce cansado por alguna extraña razón. El abuelo siempre me ha parecido alguien imponente, con su casi metro ochenta de altura, su mirada profunda y el semblante serio, no es alguien a quien debas perderle el respeto.

Pero ahora, luce distinto.

—¿Te sientes bien?

—Claro, ¿por qué lo preguntas? —abandona su sitio para acercarse.

—Luces cansado —su rostro se suaviza, sonríe levemente deteniéndose justo frente a mí —deberías descansar, estoy seguro de Robie puede cumplir bien tus indicaciones.

—Agradezco que te preocupes, pero estoy bien, Jay. Estoy acostumbrado a entrenar, si eso es lo que te inquieta.

—Sí, pero no es lo mismo entrenar con treinta años, que con sesenta y seis —le recuerdo.

Una carcajada brota de sus labios, sacude la cabeza mientras coloca las manos en su cintura.

—¿Acabas de llamarme anciano? —inquiere arqueando la ceja.

—No he dicho eso —retengo la sonrisa —no pongas palabras en mi boca que no he pronunciado.

Vuelve a reír, desvía su atención de mí para fijarla en el interior del club. Sus cejas se fruncen, y el aire relajado lo abandona otra vez.

UppercutDonde viven las historias. Descúbrelo ahora