⁷ 🖌️ Estrías.

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Día de quedarse en casita, día de flojera

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Día de quedarse en casita, día de flojera.

Jueves en el que Muto no iría a trabajar y Sanzu podría tener su atención todo el día si así lo pedía.

Desayunaron en el sofá mientras veían una película después de quererse mucho antes de que sonara la alarma del pelinegro, las caricias que recibió el menor en su vientre fueron tan suaves que a penas su estómago estuvo lleno se dedicó a dormir otra vez, quejándose de que no podía recostarse de forma cómoda entre tantas almohadas debido al tamaño de su pancita con el futuro futbolista de la nación habitando ahí dentro. Ni hablar de la sensibilidad que tenía todo su cuerpo, en especial el área del pecho.

Sus piernas y brazos a veces hinchados no eran tan problemáticos cómo lo era la constante comezón que atacaba la piel estirada de su abdomen.

Por lo que había tomado la costumbre de aplicar cremas y aceites no-nocivos para la piel con tal de evitar la llegada de las estrías que, según él, aparecerían en cuanto comenzara a rascar o "acariciar" suavemente la zona afectada con las uñas.

Muto trató de explicarle que así no funcionaba pero no le prestó atención.

Y en su día de flojera a pesar de que hacía calor, se negó a quitarse el inmenso abrigo que tenía.

Se suponía que el otoño no debía ser caluroso pero ahí estaba, ahogándose en calor con una cobija cubriendo su cuerpo mientras usaba un abanico y comía sandía, siguiendo con la mirada cada paso que daba su pareja mientras intentaba arreglar la mesita frente a él, donde mantenía apoyados los pies.

— Muto, ¿Te falta mucho? —se quejó en voz baja— Mí cheesecake está ansioso esperando para ser devorado, el fetito es muy exigente.

— ¿Tú cheesecake? —el pelinegro volteó— Oh, ese cheesecake.

Pese a que no quería, el mayor se obligó a sí mismo a ir a la cocina a tomar la última porción del cheesecake de la nevera, última porción que habían prometido que era para él luego de pasar una gran travesía para encontrarlo a las tres de la mañana, era su recompensa y la había perdido.

Mientras servía la humile porción en un plato un grito desgarrador lo aterró, haciendo caer lo que tenía en las manos para correr hasta su pareja, preocupado de que algo malo hubiera pasado.

Solo se encontró con el pelirosa estirado sobre el sofá llorando y moviendo sus piernas, pataleando

— ¡Haru! —llegó hasta él— ¿Qué pasó? ¿Necesitas que te lleve al hospital?

Ayudó a que se sentara, revisando que no hubiera presencia de sangre por ningún lado antes de tomar las muñecas ajenas en una de sus manos y con la otra sujetar el mentón sin mucho esfuerzo, centrando su celeste mirada en los ojos acuosos que parecían expresar todo el dolor del mundo.

— ¡Es mucho peor!

Intentó volver a enterrarse entre las cobijas, siendo detenido de vuelta antes de que cayera sobre las almohadas.

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