Para la joven fue un martirio viajar con el grupo, pues no le permitían caminar atrás, lejos de la vista lujuriosa. Iba todo el tiempo al frente, junto a Kirko mientras los demás hacían ruidos obscenos o comentaban sobre el cuerpo de la mujer; a excepción de Liliana que prefería desviar el rostro para no intervenir.
–Dije que no te tocaríamos, pero comentarios así no están dentro del trato –advirtió el líder, esbozando una sonrisa de dientes amarillos y chuecos.
Eva esperaba llegar cuanto antes al valle perdido, que Iskran oliera a los bandidos apenas pusieran un pie en el volcán y después los incinerara sin piedad. Sin embargo tales pensamientos la hicieron darse cuenta de que no sabía bien dónde estaba el castillo. Al momento de escapar, había corrido sin rumbo. Aunque de día iba guiada por el curso del sol, no era suficiente para reconocer el camino con exactitud. Solo siguió al Este, por donde salía el gran disco de fuego; el lado contrario de su añorada hermana.
***
Los bandidos lanzaban exclamaciones cada vez que Eva los hacía rodear una montaña, pues el camino de pronto terminaba abruptamente en una pendiente o contra una pared.
– ¿Segura que es por aquí? –preguntó Kirko en tono amenazador.
–Sí –respondió Eva con toda la seguridad posible–. Las montañas siempre intentarán engañar, pero hay que tener paciencia.
– ¿Qué clase de idiota construye un castillo aquí? –preguntó uno de los desertores.
–Un hombre que no desea ser encontrado –supuso Liliana.
–Pues no le fue muy bien con eso. ¿O sí? –inquirió Kirko con una sonrisa burlona.
Durante los siguientes tres días, continuó el paisaje de piedras, arbustos espinosos, el frío matutino y el frío insoportable de la noche. Pero cuando la neblina cubría las montañas y era imposible ver el cielo, el grupo se detenía para aguardar a que el sol volviera asomarse.
En una de esas paradas, Eva descubrió por qué Liliana viajaba con ese grupo, sin ser abiertamente acosada. Ella no hablaba mucho y prefería estar un poco alejada, pero cuando un hombre no resistía la tentación de tocarla, era obligada a actuar.
–Oye, Liliana, ¿no te gustaría comer algo de carne para el camino? –le preguntó un tipo rubio, mientras se cogía la entrepierna.
La guerrera lo observó un rato y después respondió:
–Es muy poca para que valga la pena.
La risa de los desertores hizo que el tipo flacucho endureciera la mandíbula. Entonces él se acercó decidido y la tomó por el cabello.
–Ya veremos si no te atragantas...
Antes de que el rubio se diera cuenta, Liliana lo cogió con fuerza de la entrepierna. Esto no lo esperaba y peló los ojos mientras se encogía de dolor. El campamento se llenó de carcajadas. Pero aún en ese estado, el guerrero intentó ahorcarla. La mujer adivinó el movimiento y lo derribo con un giro que casi le rompe el brazo al desertor.
Eva quedó sorprendida ante la habilidad de Liliana. Era muy rápida y la fuerza masculina no parecía representar un problema. Se sintió emocionada e imaginó que algún día aprendería hacer eso.
–Eso te pasa por meterte con mujeres del ejercito –se burló Kirko.
Aunque resultaba divertida la escena, Eva resistió la intención de hacer un comentario. Desvió la vista para contemplar el escudo del halcón en vuelo. Demasiado hermoso y honorable para que lo portara alguien como ellos.
–El emblema de la casa Berluz, señores del Este –dijo Kirko cuando volteó a verla y las risas se apagaron–. ¿Alguna vez has estado en Esterless, granjera?
Ella negó con la cabeza. Trataba de tener el menor contacto posible con ese hombre. Frotó sus manos y les dio calor con su aliento mientras el líder desertor la observaba.
–Era una ciudad hermosa frente al mar, antes de que el emperador le cagara encima.
Sin decir nada, Eva solo se acurrucó más para soportar el frío. Conocía poco de la ciudad de las costas, y para su sorpresa Kirko continuó hablando, como si añorara cada palabra.
–En Esterless están las mujeres más bellas, casi todas son morenas y de ojos grandes, puedes ver la profundidad del océano en ellos. No se parecen a las descoloridas del norte... Aunque tú eres un caso extraño con esa piel de bronce y cabello oscuro. Juraría que no eres de Skylar.
–Sí lo soy –respondió Ella con una voz más fuerte de lo que hubiera deseado.
Se hizo un silencio que la incomodó. Sintió que Kirko la estudiaba hasta que al fin él exclamó:
– ¡Ay! Extraño esos momentos de paz en donde solo me preocupaba por patrullar calles, golpear ladrones y encontrar un burdel donde pasar la noche. Pero ahora los orientales se han encargado de llevar todo a la mierda. Casi no hay mujeres disponibles, todas te miran con miedo, no existe placer en sus rostros cuando te las coges. Supongo que es el efecto de la guerra.
– ¿Solo piensas en eso? –preguntó Eva fastidiada.
– ¿En qué?
A la joven le costó trabajo decirlo en voz alta, pero hizo un esfuerzo:
–En... coger.
– ¿Acaso hay mejor placer?
Eva no respondió. Lo miró por el rabillo del ojo y refunfuñó.
– ¡Ah! Ya entiendo... eres virgen.
Los desertores se volvieron con lascivia. Eva se acurrucó aún más sobre el regazo, acechada por esos hombres hambrientos.
–Maldita sea, me gustará revolcarme contigo –auguró Kirko con los ojos bien abiertos–. Aunque sinceramente prefiero encontrar ese castillo. Solo te quedan seis días para que tu inmunidad termine. Después de eso no habrá pacto que te...
El líder de los desertores fue interrumpido cuando uno de sus hombres salió corriendo de entre la neblina. El sudor corría por su frente y sus ojos parecían víctimas de una desagradable visión.
En cada parada los desertores enviaban vigilancia, aunque Eva no se explicaba por qué; en esas montañas solo había cabras.
– ¡Señor! Hay un grupo de anams muy cerca de aquí –informó el vigilante.
El corazón de Eva dio un brinco de esperanza mientras Kirko se puso de pie con el rostro pálido.
– ¡Mierda! ¿Cuántos son? –preguntó molesto mientras recogía sus cosas.
–Alrededor de veinte, señor...
–Son demasiados para intentar asaltarlos –señaló el líder–. ¡Estas montañas están llenas de gente! ¿Con cuántos grupos más tenemos que tropezar? ¡Vámonos!
– ¿Llenas de gente? –inquirió la joven.
Kirko la tomó con fuerza del brazo y la obligó a caminar junto a él.
–No te ilusiones –advirtió–. Todos son desertores como nosotros, gente sin honor que ha dejado de pelear por su reino. No se tocarían el corazón por ti. Avanza, seguiremos con la neblina. Ni de loco me arriesgaré en una pelea, mucho menos con anams.
Eva avanzó torpe entre las rocas. En su corazón seguía flotando la esperanza, pero no por encontrar a más personas, sino por Iskran. Tal vez el dragón sí la estaba buscando, tal vez le estaba costando trabajo encontrarla porque en las montañas había más humanos. Odió haberse protegido con esas pieles que olían a sudor, detestó haber sido tan imprudente. Desde ese momento pensó en la manera en que Iskran detectara su olor; a la vez tenía miedo de equivocarse y que el dragón no estuviera en realidad tras ella.
Como último recurso se arrancó un mechón de pelo. El ardor se propagó junto a los cabellos que volaron rumbo al desfiladero.
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La mujer del dragón
FantasyLos juglares cuentan la historia del tesoro perdido en Skorkoth, custodiado por Iskran, el dragón negro. Muchos han ido en su busqueda; ninguno ha regresado. La leyenda se convirtió en mito y, al final, en cuento para asustar niños. Pero Eva, una jo...