Sangre, tierra y fuego

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Kirko de pronto volvió a enloquecer y, aunque eran comunes estos arrebatos, en esta ocasión tomó a Eva por los brazos y la arrojó contra el suelo.

La joven se arrastró ante la mirada atónita de los hombres.

Sin hablar, el líder le atinó dos patadas en el abdomen antes de que ella se levantara.

Eva sintió que se le escapa el aire y le era difícil recuperarlo. Esta vez no logró ni siquiera moverse.

– ¿Crees que no me iba a dar cuenta, perra? –preguntó Kirko, volviendo a golpearla; esta vez en el rostro–. ¡Ya lo recuerdo! ¡Fuiste tú la que me robó esa noche! ¿Dónde está mi tesoro, granjera de mierda? ¡Olvida tu maldita inmunidad! ¡Me dirás dónde está ese castillo mientras te abro las piernas!

A penas escuchó la gravedad en esas palabras. La joven sentía el sabor inconfundible de la sangre. Ese último golpe la había dejado mareada y ni siquiera logró retroceder. 

El desertor la agarró del cabello hasta ponerla boca abajo sobre una piedra.

– ¡No! ¡No! –gritó Eva desesperada, sin lograr ver nada más que su cabello manchado de sangre.

– ¿Dónde está mi tesoro, perra? –preguntó el hombre de nuevo, obligándola a volverse.

Al cruzar mirada con su agresor Eva solo negó con la cabeza. Esta vez pensó que era el fin; no tenía fuerza ni siquiera para luchar. Su cuerpo temblaba de arriba abajo. Solo le vino a la mente el libro rojo que días atrás le recomendó Gergealn, sin embargo éste hablaba de placer y sensaciones hermosas al momento en que una mujer entregaba su flor. Lo que Kirko estaba a punto de hacer en nada se parecía. Él deseaba obligarla; no para amarla, sino para destruirla.

Ninguna mujer debería pasar por esto. No así, pensaba ella mientras se sentía abandonada por los dioses y por todo lo bueno que existía en el mundo.  

Kirko no tuvo piedad. Primero le propició un fuerte golpe que le abrió el labio. Ella quedó mareada y confundida, y no logró evitar que él comenzara a quitarle la ropa. Su rostro se llenó de lágrimas al mismo tiempo que daba débiles manotazos.

El desertor procuró hacerle daño con cada movimiento.

– ¡Yo seré el primero, miserable granjera! –masculló en su oído.

Eva deseaba gritar al sentir su piel contra la roca seca, pero ya no estaba segura si su voz salía. Un vuelco en el estómago le impidió tomar aire. En ese momento no pensó en nada, solo en que quería volver por donde había venido, volver con Iskran.

Alrededor los hombres miraron sonrientes cómo su líder golpeaba y apretaba el cuerpo de esa joven. Su desnudez fue un deleite y sus gritos terminaron por excitarlos. Pero, como fantasmas que arrastra el aire, otras exclamaciones asaltaron aquella confiada tranquilidad.

Eva estaba demasiado aturdida para encontrar explicación o darse cuenta de lo que ocurría fuera de la humillación. Tan solo deseaba morir pronto. 

Desde el camino que dejaron atrás, voces invocaban a la batalla. Al principio los desertores creyeron que era engaño de las montañas. El eco de sus propias risas. Cuando de pronto vislumbraron una nube de polvo que los distrajo, y antes de darse cuenta tuvieron encima a otros guerreros. Aparecieron de entre las rocas, atacando con espadas y flechas desde lo alto. Eran rápidos. Se movían como felinos.

Sin demora, el líder desertor cogió del cabello a la mujer y con la otra sostuvo la espada. Cual depredador no soltó presa y arma, seguro de mantenerla para él. Dispuesto a escapar de la emboscada arrastró a la joven, pero al girar fue sorprendido por un anam de fuertes facciones.

La mujer del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora