–Que se vayan –dijo Eva al ver que Gergealn entraba en su habitación.
Después de ver a la multitud de guerreros reunida bajo la montaña, la joven había corrido a esconderse en ese rincón del castillo, bajo el retrato de la antigua dueña de ese lugar.
–Si quieres echarlos basta con que envíes al dragón –dijo indiferente el anam mientras tomaba asiento en la cama.
–No es un perro domesticado –señaló ella, dando una palmada en la cama–. Es un dragón...
–Que fue a buscarte durante días, que abandonó la comodidad de su castillo por ti. Un orgulloso dragón que se dejó montar... ¿Sabes? A veces pienso que él sería el hazme reír de su especie.
Eva refunfuñó para esconder una sonrisa que se le escapó por esa broma.
– ¿Por qué te niegas a usar el poder que te respalda?
–No me interesa.
– ¿Le temes a algo?
Eva abrió la boca para decir algo, pero no fue capaz. Abrazó sus rodillas en busca de refugio, y permaneció en silencio.
–No te culpo. Ningún libro te prepara para la diplomacia o la guerra.
–Soy una simple muchacha. Quiero buscar a mi hermana y regresar. Nada más.
Gergealn suspiró.
–No tengo problema en acompañarte allá abajo o permanecer aquí contigo. Hace tiempo que mi vida carece de objetivos –dijo mientras veía al rededor–. Tuve compañeros valientes que murieron con el honor en alto; en cambio yo, corrí como cobarde y sigo vivo.
–Fuiste más listo que ellos.
–Pero traicioné la promesa de servir al nimá, el soberano de mi país. Bien sabes lo que se siente romper un juramento. Después de eso eres como un fantasma que solo observa los días. Incluso la comida pierde sabor. –Eva hundió la cabeza entre las rodillas–. Dime ¿en verdad quieres encontrar a tu hermana o solo es algo que repites para aliviar alguna culpa?
De inmediato la joven alzó la cabeza, quiso reprender al anam, pero el reclamo no brotó de su boca. Comenzó a temblar en una marea de diferentes sensaciones. Inseguridad, enojo, tristeza.
–Eso pensé –continuó Gergealn–. ¿Crees que unos simples soldados podrán protegerte de un ejército? Esa chorrada ni tú la crees. Tienes todo para ir y sacar a Zayya de aquel infierno. Sin embargo, si tu voluntad no está apoyada por acciones poderosas, entonces solo eres una niñita con la boca muy grande. –Eva endureció la mandíbula. El anam ni siquiera se inmutó, solo esbozó una sonrisa resignada–. Entre más rápido aceptes la realidad, encontrarás paz aquí arriba. Como dices: es inteligente correr para salvar tu vida.
Al no obtener respuesta por parte de la joven, Gergealn se levantó para abandonar la habitación. Sabía que había tocado sensaciones peligrosas, pero pensaba que era necesario lograr que la mujer actuara. De lo contrario, se arriesgaba a vivir con alguien inestable, y bien sabía lo peligroso que era.
Lo que siguió fue calma. Nada. Los desertores no se atrevían a entrar en el castillo. Solo les quedaba esperar.
Al anochecer Eva salió de su habitación en busca del anam. Durante horas permaneció meditando lo que quería hacer. Actuar de una vez por todas, siendo fiel a sus verdaderos deseos. Ir por Zayya o quedarse ahí, resguardada del mundo. Allá había gente como Kirko. Tal vez su hermana ya estaba muerta. ¿Quién era Eva en realidad? ¿Una mujer inteligente o una temeraria?
Bajó las escaleras que daban al salón principal. No encontró señales de Iskran o Gergealn. Pensó que quizá el dragón estaba en una cámara subterránea, en busca de paz, fuera del olor a hombre y anam.

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La mujer del dragón
FantasyLos juglares cuentan la historia del tesoro perdido en Skorkoth, custodiado por Iskran, el dragón negro. Muchos han ido en su busqueda; ninguno ha regresado. La leyenda se convirtió en mito y, al final, en cuento para asustar niños. Pero Eva, una jo...