Cuando la semana se cumplió, Eva salió al valle. Al frente tenía todas las miradas de aquellos que aguardaban esperanzados. Iskran les había permitido dormir ahí, con la única condición de que escoltaran a su mujer.
Gergealn y Alastor caminaron junto a ella. Ambos mostraban expresiones tensas pues no se veía a Iskran por ninguna parte. Estaban seguros de que tal vez muchos decidirían regresar a las montañas, decepcionados por no ver a la mujer saliendo con la bestia alada.
Eva guardó silencio, sin hablar de sus intenciones. Ni siquiera con Gergealn a quien consideraba consejero.
Comenzó lo que temían.
Eva escuchó los primeros murmullos y los primeros gritos que preguntaban por la criatura. Exigían ver a un héroe, no a una frágil mujer que solo los llevaría a la muerte, directo al infierno del que habían escapado.
Ella estuvo a punto de dar la vuelta.
–Si vuelves, será peor –advirtió Gergealn, sin apartar la vista del tumulto–. Si Iskan no aparece, cuando partamos nos matarán, creyendo que los engañamos.
Reconociendo la advertencia, ella tragó saliva y se volvió hacia el grupo de desertores que pareció aumentar su tamaño esa semana.
–Además, en todos estos días el dragón ni siquiera se ha dignado a asomar la cabeza –continuó el anam–. Deben pensar que aquí no hay ninguna mujer que monta sobre la noche.
–Solo unos cuantos vimos a Iskran –agregó Alastor mientras sus soldados, Liliana y Lester, rodeaban a la mujer–. ¿Por qué no está aquí?
Eva no respondió.
Con forme pasaba el tiempo, el barullo aumentaba entre la multitud.
–Son demasiados, capitán –advirtió Tanata, desenvainando su espada–. Querrán quedarse con el castillo.
–Si se atreven, entonces conocerán la ira de Iskran –dijo Eva, confiada en que no se atreverían a dañarla. Así levantó la barbilla y caminó.
– ¡Espera! –le pidió Gergealn, pero ella no lo escuchó.
Siguió hasta quedar cerca a la multitud. Entre ellos solo había hombres y anams con armaduras desgastadas y expresiones molestas.
Nunca había hablado delante de tantas personas, y la ola de miradas la abrumó. En los libros había leído sobre hermosos discursos para la guerra, el valor, pero vivirlo era distinto.
– ¿Dónde está el dragón? –gritó alguien.
Apoyada con esa pregunta, decidió comenzar respondiendo:
–Iskran ha sido indulgente porque se lo pedí. Ahora marcho a Astergath, en busca de mi hermana. Si quieren venir conmigo se los agradeceré, pero si deciden dar la vuelta, háganlo. Pierden el tiempo si creen que podrán quedarse.
– ¿Hermana? ¿Cuál hermana? Queremos ver al maldito dragón. Tú no eres nuestra salvadora –comenzaron a revolverse los gritos.
– ¡No, no lo soy! –dijo desafiante la mujer.
Por un rato las voces se apagaron y el único sonido fue el viento que pasaba sobre el valle. Los hombres intercambiaron miradas sin saber cómo actuar. Poco, a poco, la decepción se tornó irá. Levantaron sus puños para amenazarla.
– ¿Qué haces? –preguntó Gergealn mientras corría hacia ella.
–Diciendo la verdad –respondió Eva. Comenzó a retroceder al sentir que el suelo temblaba bajo las pisadas de los desertores.
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La mujer del dragón
FantasiaLos juglares cuentan la historia del tesoro perdido en Skorkoth, custodiado por Iskran, el dragón negro. Muchos han ido en su busqueda; ninguno ha regresado. La leyenda se convirtió en mito y, al final, en cuento para asustar niños. Pero Eva, una jo...