–Me parece estúpido lo que hiciste, Tanata. ¿Hablar con un dragón y encima prometerle algo imposible?
–No tenía opción, capitán. Diodor hubiera muerto incinerado –respondió la guerrera–. Me disculpo si cree que fui imprudente. Pero al menos gané algo de tiempo.
– ¿Tiempo para qué? –inquirió el capitán, lanzando un suspiro al cielo. Sus ojos verdes parecieron absorber la claridad del día–. Debe ser una burla de los dioses. Escapamos a tierra de nadie con el fin de no morir bajo el fuego de la serpiente, y ahora resulta que también aquí hay un dragón.
Tanata pasó la mirada por el resto de sus compañeros. Al igual que el capitán, estaban sin esperanza, vestidos de cansancio y polvo.
–Señor, esa mujer debe ser importante –se atrevió a señalar–. Hay que encontrarla. Tal vez sea nuestra escapatoria.
–Encontrar a ojos de sol –dijo de pronto Diodor; ahora reía y derramaba saliva, cómplice de pensamientos propios que lo hacían lanzar risitas de repente.
El líder del grupo lo miró con lastima. Sentía compasión por la escaza inteligencia de ese guerrero, sin embargo era consciente de la fuerza que poseía.
–Por fortuna Diodor no fue incinerado –señaló de pronto el capitán, un poco más tranquilo–. Tiene suerte tener a la mismísima Tanata como protectora.
–Y nosotros de tenerlo a usted, señor Alastor –respondió la guerrera platinada, pero eso no enorgulleció al líder. Después de todo eran desertores.
–No tienen por qué decirme capitán. Ese título lo perdí hace tiempo.
–Nosotros sabemos el por qué hizo lo que hizo –habló otro anam–. Usted siempre será nuestro líder.
El capitán miró alrededor mientras el viento sacudía el polvo de su capa. Se le contraía el estómago cada vez que pensaba en la seguridad del grupo. Era lo único que le quedaba y no iba a dejar que murieran.
– ¿Qué plan sugiere para encontrar a esa mujer? –preguntó a Tanata.
Enseguida los ojos de la anam se encendieron, aunque casi al instante perdió fuerza.
–A decir verdad no lo sé –respondió–. La cordillera de Skorkoth se extiende por kilómetros y atraviesa dos reinos. Será una búsqueda complicada. Si para un dragón es difícil, para nosotros aún más. Aunque nadie como los anam para estudiar un rastro.
El grupo guardó silencio. El sol ya comenzaba a ponerse desde el poniente, atravesando girones de nube dorada.
–Hay que intentarlo –respondió Alastor sin apartar la vista.
–El oro no nos vendrá mal tampoco –opinó otro miembro del grupo.
–Olvida el oro, Selbas. En estas montañas ni siquiera puedes gastarlo y estoy seguro de que ninguno desea regresar allá abajo –respondió el capitán–. Pero hay que hacerlo, de lo contrario tendremos a un dragón furioso tras nosotros.
Selbas suspiró con poca esperanza y señaló:
–Espero que cumpla su palabra.
El viento zarandeó sus desgastadas túnicas y agitó sus largas cabelleras. Una señal de que la noche estaba por llegar.
–Un dragón en busca de una mujer. Creo que esto puede ser el inicio de algo interesante –continuó Alastor con repentina esperanza–. Sigamos las pistas que nos presente el camino.
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La mujer del dragón
FantasyLos juglares cuentan la historia del tesoro perdido en Skorkoth, custodiado por Iskran, el dragón negro. Muchos han ido en su busqueda; ninguno ha regresado. La leyenda se convirtió en mito y, al final, en cuento para asustar niños. Pero Eva, una jo...