Solo porque nunca pude conmigo

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La casa estaba en silencio después del caos.

La casa estuvo en silencio los días posteriores. Los días se volvieron semanas.

Habían pasado dos cuando Jimin, suspirando, puso el código en la puerta de Jungkook y entró. En la puerta habían bolsas y platos desechables sucios. En el zapatero había ropa colgada. En la sala las cortinas estaban cerradas. En la cocina el grifo goteaba.

Se quedó mirando el desorden antes de descalzarse y caminar directo al cuarto del actor.

La habitación estaba a oscuras, la puerta abierta. El bulto en una esquina de la cama debía ser Jungkook.

En las extrañas organizaciones que daba el universo, Jimin no pensó que esto le tocaría en su vida. No pensó que su novio de años le sería infiel con un compañero de trabajo. No pensó que le sería infiel más allá del sexo hasta desahogar lo que con él como su pareja no había podido. No pensó que enfrentaría al amante, que luego enfrentaría al patán que le hacía tanto daño.

No pensó que se conmovería, como un estúpido, cuando el mismo patán se hiperventilara intentando explicarle cuándo comenzó todo, qué tanto había mentido, y lo mucho que lo lamentaba. No es que le creyera. No es que fuera para él posible solo sucumbir ante sus palabras y darle la razón. Jimin estuvo iracundo y herido, y lo seguía. Claro que lo seguía.

Pero con el estado de Jungkook después de todo lo sucedido, ni siquiera había podido darse el espacio para sentir y digerir todo lo que sucedía. No podía, simplemente. Él... Ah...

Él nunca vio a Jungkook tan mal.

Él siempre había querido que Jungkook se abriera.

Él... no había podido enojarse o adolecerse, porque no había conseguido alejarse y mandarlo a la mierda.

Ellos ya no eran pareja. Eso constaba, por lo menos, y para salvación de la dignidad de Jimin. Ellos ya no estaban juntos, y jamás volverían a estarlo. Jungkook en verdad no lo amaba y esto era sencillamente imperdonable. Ellos ya no tenían razón para dirigirse la palabra. Ellos ni siquiera se saludarían. Entonces no se trataba de una especie de apego de Jimin. No. Se le podía escurrir el corazón y no lo alcanzaría jamás, lo sabía.

Él, honestamente, tenía miedo. Porque como ya se contaba la historia y lo sabía: Jungkook sufría de un grave problema de ansiedad. Uno que lo volvía autodestructivo. Uno que lo volvía un mentiroso, y un egoísta. Uno que sacaba lo peor de él.

Pero uno que lo hacía tremendamente frágil, a su vez.

Y Jimin estaba aterrado de que eso escalara.

Porque Jungkook se mareó el día que le contó todo, y se le bajó la presión, y se ahogó por su incapacidad de respirar. Porque Jungkook perdió, quizá, la última chispa de estabilidad que le quedaba y se había quedado clavado en su cama desde entonces.

Y aunque Jimin bien sabía que no era su culpa y no debía asumir nada; todavía se angustiaba pensando que le sucediera algo por dejarlo por completo.

Sabía que tenía que hacer algo. Por él, por sí mismo. Se le dificultaba, porque Jungkook no le hablaba. No se levantaba cuando él llegaba, a duras penas lo miraba. Le enojaba muchísimo estar en esa situación y sentirse tan responsable en medio de la conmoción, pero no sabía qué más hacer. Odiaba no saber qué más hacer.

Fue por eso que lo contactó, y eso no era mucho mejor. Porque fue él quien logró algo en el pasado, porque fue él el que hizo lo que Jimin había intentado en vano tantas veces. Se odió profundamente al buscarlo, lo odió profundamente al escucharlo en la línea, pero no perdió de vista la razón por la cual lo llamaba.

Estudio de besos «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora