Solo por volver a casa (EPÍLOGO)

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Ellos descubrirían qué sucedería una vez Jungkook volviera a Corea y a Taehyung. Era un plan razonable: ambos estaban lastimados, sanando lento ante cada amanecer y ocaso. Volverse a ver y separarse solo les había pellizcado en la cuestión, haciéndolos espabilarse y enfrentarse.

Saber que se volverían a ver fue, sin embargo, una caricia sobre ese pellizco. Una motivación.

Taehyung lo sabía, y por eso, aunque se pusiera ansioso por todas las cosas que podría hacer una vez volviera Jungkook y a la par llorara y se agitara por el agobio de sus inseguridades, sus miedos y todo lo que todavía tenía por superar; se esforzó por tomarlo con calma, buscar las cosas que lo hicieran sentir bien y componerse.

Para que la versión suya que Jungkook enfrentara al llegar a Corea pudiera ofrecer la misma estabilidad que construía por dentro; y por fin, darse una oportunidad de amar.

No fue un proceso lineal, aunque lo pareciera, los primeros meses. Jungkook había estado en todo el proceso de mudanza y turismo en Italia, primero, y después en Grecia. Taehyung aprendió, a partir de las conversaciones que mantenían de vez en cuando en penosas videollamadas, que Jungkook tenía un lado bastante ñoño. Le gustaba la historia, la mitología, el arte y la fantasía; y su viaje estaba sacando ese pequeño niño inquieto y aventurero que Taehyung no había conocido antes. Le agradaba verlo así, un poco bronceado y sonriente. Le agradaba oírlo hablar y verlo reírse con las cosas que Taehyung le contaba de su vida solitaria y distante desde Corea.

Esa distancia, curiosamente, los había acercado. No había ningún agite carnal que los distrajera, y hablar tanto los había hecho abrirse e intimar desde la emoción. Habían noches que Taehyung pasaba en vela, cuestionándose si abandonar su carrera —la única cosa que le había gustado lo suficiente como para dedicarse a eso—, y con la diferencia horaria Jungkook cocinaba su merienda tardía, o compraba víveres escuchándolo desenredar su mente. Eso comenzó a suceder seguido.

De hecho, cuando surgían problemas, Taehyung se encontró llamándolo sin pensar, para sostenerse. Jungkook le contó de su día las madrugadas largas que Taehyung pasó en las urgencias veterinarias cuando Mimi comenzó a enfermarse de la cadera y el corazón; Jungkook le leyó cuentos y le mostró fotos cuando una fiebre lo dejó postrado por días en cama; Jungkook lo motivó a levantarse cuando los médicos le indicaron cuánto tiempo le quedaba a Mimi; y finalmente, calmó su llanto cuando Mimi abandonó el mundo.

Eran las 8 de la noche en Corea cuando Jungkook le propuso algo nuevo, después de que Taehyung se negara a volver a esa casa en soledad que ahora debería enfrentar.

—Quédate en mi apartamento.

—¿Qué? —Taehyung se sorbió la nariz—. ¿En tu apartamento?

—Exacto. No tienes que... volver a casa ahora. Quédate en mi lugar y descansa ahí.

Dieron las diez de la noche cuando Taehyung ingresó el código en ese edificio que hace años no habitaba. Estaba lleno de recuerdos, agrios y dulces, pero ahora no representaba nada de esas cosas.

Se descalzó adentro y caminó, algo mareado por llorar tanto y comer poco, y se dirigió al cuarto sin pensarlo.

La cama olía a Jungkook, y le ayudó a dormir.

—Buenos días —saludó Jungkook al día siguiente, con el atardecer besándole los poros del rostro, brisa marina revoloteando su pelo.

—Buenas noches —correspondió Taehyung, enredado e hinchado en las sábanas ajenas.

—Te ves lindo en mi cama.

—Gracias...

Taehyung pensó que era cosa de una sola noche. Que se iría y volvería a su tristeza lejos de ese aroma que lo acunaba.

Estudio de besos «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora