Capítulo dieciocho

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Leah

—No.

—¿Qué he hecho mal ahora? —pongo los ojos en blanco, por enésima vez.

—No has revisado los retrovisores.

—¡Sí que lo he hecho! —miento —, pero no me has visto.

—Eres una mentirosa —sonríe un poco —. ¿Quieres aprender a conducir o no?

Lo miro con mala cara.

—Sí.

—Pues haz lo que te diga.

Tengo una buena noticia y una mala.

La buena: ¡por fin estoy aprendiendo a conducir!

La mala: me está enseñando Ayden.

Realmente estoy muy agradecida porque gracias a él acabo de descubrir que tengo muchísima paciencia. Juro que no pensaba que esto iba a ser tan duro.

—Pido permiso para un descanso.

—Permiso denegado.

—¡Ayden!

Él ríe.

—Está bien, está bien.

No hace falta decir nada más y ambos salimos del coche a la vez.

—Te estoy empezando a coger manía —le digo cuando ya estamos al lado.

—¿Por qué? —me pregunta indignado cruzándose de brazos.

—Porque eres muy estricto.

—Solo te digo lo que tienes que hacer, prefiero estar seguro de que no tendrás un accidente cuando te deje sola con el coche.

—Igualmente, no me gusta que seas así de estricto.

—¿Y cómo quieres que te enseñe, listilla?

—Pues... hablándome mejor —me encojo de hombros y me cruzo de brazos también.

Ayden se para y me coge de la muñeca para que lo mire.

—¿Te he hablado mal? —pregunta, e incluso parece un poco preocupado, como si no se hubiera dado cuenta.

Realmente no me ha hablado mal, solo me lo tomo muy a pecho todo y me pongo sensible si me levantan un mínimo la voz.

—No, no.

Él asiente y entonces vuelve a caminar.

—Bueno, ¿me perdonas? —pregunta después de unos segundos.

—¿Por qué me pides perdón?

—No lo sé —se encoge de hombros.

—Vale, entonces te perdono —sonrío divertida —. ¿Dónde vamos?

—A algún sitio.

—Gracias Einstein, no sé qué haría sin ti.

—Por fin lo admites.

Ambos sonreímos y entonces empezamos a caminar hacia alguna cafetería que haya por esta zona.

Ayden aprovecha y coge mi mano, por si algún paparazzi aparece. Esto de fingir la relación cada vez se hace más fácil, todo sale bastante más natural. Además, últimamente manejo mejor tener a tanta gente alrededor y no me pongo tan nerviosa.

—Hola, perdón —una chica rubia se acerca a nosotros mirando a Ayden con admiración —. ¿Puedo hacerme una foto contigo?

—Claro.

Solo nosotros dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora