El paisaje que teníamos ante nosotros parecía sacado de El Señor de los Anillos.
Sus verdes árboles, su brillante y exuberante hierba y sus arbustos estaban bañados por la más pura luz del sol. Un alegre y prístino río pasaba junto a nosotros, deslizándose entre las raíces de los árboles. Brillaba con un azul intenso en medio del frondoso verde.
A nuestra derecha, el bosque encontraba un final abrupto. Sólo unos tristes tocones oscuros y unas ramas cenicientas y astilladas sobresalían ahora del suelo quemado. El río, a su paso por el paisaje calcinado, adquirió un feo color marrón fangoso. Un viento asqueroso y tibio soplaba desde esa dirección. El cielo, por encima, tenía el color de un moratón. Las nubes de color azul índigo se cernían sobre la cabeza, y cuanto más se miraba a la derecha, más oscuras se volvían.
—Err—. Max tragó. —Una conjetura: la Puerta de las Sombras está... por ahí—.
Los murmullos y chismorreos procedentes del páramo me resultaban demasiado familiares. Al no ser popular en el cole, había caminado sola por los pasillos muchas veces mientras los otros niños se apiñaban, susurrando entre ellos sobre mí.
Sólo que este sonido era un millón de veces más espeluznante.
La fuerza del sol disminuía tras unos pasos, pero las luces de mis ojos iluminaban el único y retorcido camino que atravesaba los tristes restos de un antiguo bosque.
La hierba chamuscada y llena de cenizas calientes me quemaba las suelas de las zapatillas, y me estremecí de dolor, pero seguí adelante. A medida que nos acercábamos a la puerta, aquel viento cálido y árido se hacía aún más caliente, con olor a aliento de pantano. Los árboles negros crecían en grupos, dispersos aquí y allá.
Pero lo más aterrador de este tramo final de nuestro viaje eran las sombras. A la izquierda y a la derecha del sinuoso sendero que conducía hacia arriba, había formas que acechaban entre los restos del bosque.
Al principio pensé que eran meras sombras de los árboles, pero luego empezaron a moverse, a sisear y a escupir.
Las sombras no se acercaron a nosotros. Brillaban cuando las iluminaba mi luz, pero gruñían o apartaban la mirada si Max o yo nos acercábamos demasiado.
Cuanto más alto estábamos, más fuertes eran los gruñidos y las voces se convertían en un parloteo furioso.
Se acercaron, hasta un brazo de distancia. No me atreví a apagar las luces de los ojos.
—Qué cálida bienvenida nos dan—, murmuró Max.
—Sí. Dímelo a mí—. Mi voz vaciló, mientras mi corazón golpeaba salvajemente contra mi caja torácica.
—Shh.— Max puso una palma en mi pecho, deteniendo mi avance. —¿Oyes eso?—
El sonido de dos voces distintas, discutiendo, venía de delante nuestro.
—Hay alguien ahí—, dije. —Vamos a escondernos—.
A nuestra izquierda, había una roca gris gigante, y nos arrodillamos detrás de ella. Suavicé el brillo de las luces de mis ojos, no queriendo que nos descubrieran quienesquiera que fueran esos seres.
Desde muy lejos, por encima de mi cabeza, oí una voz alta y fría que decía: —¿Los tienes?—
—Da, moi Bože—. El lento acento de Blake era inconfundible, y casi salté, tan repentino fue el descubrimiento.
—¿Sí, mi... Dios—? Max susurró.
—Creo que el Dragón de las Sombras.. está hablando con Chernobog ahora mismo—.
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Dana Ilic y la Puerta de las Sombras | ✔️
Paranormal- La saga de Percy Jackson de Rick Riordan se encuentra con Sombra y hueso de Leigh Bardugo. *** ¿Qué pasaría si la señora de la limpieza de tu colegio te dijera que e...