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El tic tac del reloj resonaba por toda la sala, repetitivo e igual de persistente

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El tic tac del reloj resonaba por toda la sala, repetitivo e igual de persistente. Al joven Edward Munson le habría dado un tic nervioso de no ser porque comenzó a empujar un lápiz sobre su pupitre que encontró en el suelo, repitiendo está acción hasta que se cansó y resopló, frustrado.

Le habían llevado a la sala de detención por...ni siquiera quería llevar la cuenta después de tantas veces.

Dejó caer su cabeza en la madera de su pupitre, queriendo dormirse al no encontrar nada mejor que hacer, pero el impacto fue más fuerte del deseado y se hizo daño, quejándose al instante mientras su mano se elevó para sobarse la cabeza haciendo que, sin querer, el lápiz cayera al suelo generando un estruendo que resonó por la vacía sala despertando al profesor de guardia.
Eddie maldijo por lo bajo al ver que el anciano señor no volvía a su estado de ensoñación y en cambio se puso a corregir exámenes de otros alumnos.

Munson, desde que tenía memoria, pensaba que había sido maldecido. La mala suerte siempre le perseguía. Al principio pensó que era por haber roto un espejo cuando era pequeño, pero aquello eran sólo unos cinco años de mala suerte y ahora tenía 21 años. Se sentía como un gato negro. Estéticamente le gustaba llamarse así, pero no le gustaba el significado.
Otra cosa que había notado era que cuando pasaba mucho tiempo junto a alguien o simplemente tenía un contacto físico con otro ser, esa persona tenía mala suerte instantánea. Aún le perseguía el recuerdo de haber abrazado a Gareth, uno de sus amigos, y al instante los profesores le llamaron a dirección porque su abuela había muerto. Siempre se culpaba de ello.

Se inclinó hacia atrás en su asiento, cruzó sus brazos y miró hacia el techo, notando uno que otro papel mojado pegado en la blanca pintura. Sonrió ante esto. Lo había hecho él. Era su obra de arte.
Llevaba yendo a ese aula desde siempre. Otra cosa por la que culpaba a su mala suerte.

Eddie estaba a punto de caer dormido de no ser por la puerta de entrada, la cual se abrió abruptamente por una mano de cierta anciana que conocía bien.
La secretaria principal del director del instituto se hizo paso al interior de la sala y miró hacia el pasillo con el ceño fruncido.

El de larga melena alzó una ceja, divertido. Casi no tenía compañía los martes. Quería saber quién sería el alma sacrificada que pasaría allí las próximas cuatro horas. Pues así funcionaba en su instituto. Te privaban de tu tiempo libre encerrándote allí hasta que comenzaba a oscurecer.

Cierto castaño pasó por el marco de la puerta y Eddie no tardó en abrir sus ojos como platos. Era el mismísimo Rey de la secundaria de Hawkins Steven Harrington.
Su sorpresa no podía ser más grande y un ligero rubor se formó en las mejillas del metalero. Ese chico le llevaba gustando desde segundo curso. ¿Y a quien no le gustaría tal cuerpo esculpido por los dioses?
Ese era otro ejemplo de mala suerte para Munson. Le gustaban los hombres, y no cualquier hombre, el más hetero de todo el jodido instituto que además tenía novia.
Lo único que Eddie sabía de ese chico era que su belleza era por poco equivalente a la de su querida guitarra y que era un capullo.

LUCK IN DETENTION ROOM [Steddie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora