Capítulo 16: La única opción

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El pergamino ponía de fecha límite el catorce de marzo, dándoles un poco más de un mes para robar algo del despacho del profesor Dumbledore. Sin embargo, no tenían idea de cómo hacerlo sin ser descubiertos. 
       –¿Y si le pedimos prestadas sus gafas? –Sugirió Stephanie.
       –¿De verdad crees que funcione pedirle algo prestado? –Preguntó Marry. –¿No es contra las reglas?
       –Si no se enteran, no habría problema. –Explicó la Slytherin de cabello castaño. 
       –Pero, existe el riesgo de que se enteren. –Comentó Eliot, acomodándose bien en el escritorio de la profesora Sprout. –Además, ¿con qué pretexto le pedimos prestado algo que sólo él tenga?
       Siguieron deliberando durante los días siguientes, concluyendo que la mejor opción sería intentar el robo. Del mismo modo, estuvieron de acuerdo que el objeto en cuestión lo elegirían una vez estando en su despacho. "Será más fácil reconocer algo que sólo él posea y que sin duda le pertenezca" había dicho Arthur.
       Fueron dos semanas en que discutieron todas las posibilidades, armaron estrategias y plantearon diferentes escenarios de éxito y catástrofe. El tiempo corría y aún no tenían claro qué día perpetuar la hazaña. Stephanie y Arthur se sentían cada vez más presionados, al punto en que su desempeño durante clases fue decreciendo y su ánimo se nublaba por cada día que pasaba.
       En una ocasión, los seis amigos se encontraban en la biblioteca. Eliot, Frankie, Violet y Marry hacían los deberes, mientras Stephanie y Arthur recreaban de memoria lo que habían alcanzado a ver del despacho del director; la disposición de los muebles y el tamaño del lugar. Hacían bocetos y escribían notas para visualizar todo de una mejor forma. Susurraban para ellos mismos y en otras ocasiones sólo miraban el pergamino sin decir palabra alguna. 
       –Creo que les serviría despegarse de eso un rato. –Señaló Frankie. 
       La Slytherin y el Hufflepuff levantaron la vista. Sus ojeras volvían más sombrías sus miradas. 
       –Frankie tiene razón –Comenzó a decir Violet –, mi mamá siempre salía al patio a tomar té y mirar el cielo para relajarse cuando no podía resolver algo de su trabajo. 
       Marry asintió dándole la razón a sus dos amigas. 
       –Es buena idea, sí, sí. –Añadió Eliot. –Creo que les vendría bien algo de aire fresco. –Enfatizó con suavidad las últimas palabras y luego aspiró hondo por la nariz, emulando a alguien que respira profundo en campo abierto. Todos soltaron una pequeña risa, incluidos Arthur y Stephanie, quienes ya habían olvidado la última vez que algo les había dado gracia. Eliot se sintió orgulloso de poder aliviar la tensión cada vez que se requería.
       Los dos chicos a cargo del robo aceptaron la propuesta de sus amigos, doblaron el pergamino y salieron de la biblioteca hacia uno de los patios del castillo. Muy pocos estudiantes se encontraban ahí en ese momento. Encontraron un lugar cómodo debajo de un árbol.
       Arthur suspiró.
       –No sé si podremos hacerlo. –Dijo y apoyó la cabeza contra el tronco.
       –Yo tampoco. –Stephanie se acariciaba las manos mientras abrazaba sus piernas, juntando las rodillas contra su pecho.
       Hubo silencio un instante, pero Arthur volvió a hablar.
       –¿Crees que los demás lo hayan conseguido?
       Stephanie se limitó a encogerse de hombros, sin despegar la mirada del césped. Entonces el chico de cabello largo comprendió que ella no deseaba hablar, así que calló y miró alrededor. 
       A la distancia, cerca de la entrada a la biblioteca, vio a Neville Longbottom. Saltaba con las piernas unidas. Luego miró a Malfoy y sus dos compinches burlándose desde la puerta de la biblioteca. Evidentemente, habían usado un maleficio contra el pobre niño de Gryffindor. 
       Arthur le dio una palmada a Stephanie y le señaló a Neville mientras se ponía en pie, dispuesto a ir a ayudarle. Ella se levantó diciendo:
       –Ese niño es un verdadero torpe. 
       Llegaron con Longbottom y le ofrecieron su ayuda para llegar a su sala común, pero el muchacho se negó mientras seguía dando brincos. Stephanie tuvo que morderse la uña del pulgar para no burlarse y que Arthur no la regañara por ello.
       –En serio, ven. –Dijo el Hufflepuff tomando a Neville de un brazo. Stephanie lo tomó del otro y lo encaminaron hasta la torre de Gryffindor.
       –Desde aquí puedo solo. –Comentó el chico rechoncho.
       –¿Seguro? Las escaleras serán un lío. –Dijo Stephanie.
       –Sí, seguro. Ya los he molestado lo suficiente.
       Los dos amigos aceptaron.
       –Malfoy pagará por esto. –Añadió la chica. –Me aseguraré de que se encuentre con una sorpresa en su dormitorio. 
       –Sí... Gracias... –Luego Neville comenzó a saltar sobre los escalones.
       Arthur pensaba en lo malvados que podían llegar a ser algunos estudiantes de Slytherin. Sus dos amigas eran una excepción, claro, pero hasta ese momento, su encuentro con otros de la casa esmeralda le hacían considerarla la peor de todas. Pensaba también en Grace. Deseaba poder tener la forma de dejarla fuera del juego. Si por él fuera, le encantaría asegurarse de que aquella prueba fuera la última. ¡Lo tenía!
       Volteó con fuerza hacia su amiga, la tomó de los hombros y exclamó:
       –¡Ya sé cómo ganar el torneo!
       –Calla, idiota. –Stephanie se soltó de Arthur sacudiendo sus brazos. –¿Qué pensaste?
       Arthur bajó la voz y continuó.
       –Vamos a sabotear a los demás equipos.
       Su plan era claro: deberían seguir a los otros dos equipos y averiguar dónde y cuándo efectuarían el robo, para así advertirle a algún profesor y causar que los descubrieran. Era un gran plan, donde evitarían robarle a Dumbledore y ganarían por default. Los demás estuvieron de acuerdo con la idea. 
       
Entonces –Habló Eliot de pronto haciendo una voz grave y luego volviendo a su tono normal –, ¿cómo lo haremos? Yo propongo que tres espíen un equipo y los otro tres al que queda. Habrá que seguirlos a todas partes, averiguar quiénes robarán y cuándo planean hacerlo. Debemos ser muy cautelosos.
       –Thomas me dijo en la sala común que nadie le ha llevado nada. –Explicó Marry. –Así que aún hay tiempo.
       –¡Bien! –Eliot la señaló con fuerza, y luego a los gemelos Shine. –Ustedes dos estarán con Marry. Pero, pero, sobre todo, comparten casa con Los tejones albinos, por lo que podrán seguiros más de cerca y escuchar sus conversaciones. –Esperó a que sus amigos aceptaran y luego señaló a Stephanie y Violet. –Eeeen cambio, ustedes pueden hacer lo mismo con los Sangre pura, y los seguirán por el castillo junto conmigo. ¿De acuerrrrdo? –Les sonrió a sus amigas y ellas aceptaron. Se sentía muy ansioso. No sabía si podrían lograr sabotear a los demás, pero era su única opción. 
       Empezaron en cuanto todo estuvo claro. El grupo siguió a los equipos un par de días, comiendo cerca de los miembros, dándole prioridad a los líderes. Grace era tan indiferente a los murmuradores, que no notaba cuando Stephanie o Violet observaban de cerca sus movimientos. En cambio, Frankie y Arthur tuvieron la poca fortuna de que Mark, el líder de Los tejones albinos, era uno de los Hufflepuff más amables del colegio, que notaba su presencia en cada ocasión y les saludaba. Ni siquiera sospechaba que tramaran algo. Sin embargo, guardaba sus secretos muy bien y, sabiendo que los veía seguido, no dijo nada comprometedor por el tiempo en que lo siguieron. Así que se vieron obligados a cambiar de estrategia. 
       Una noche, los gemelos decidieron escabullirse cuando todos dormían y revisar las cosas de los miembros de Los tejones albinos.
       Arthur retiró las cobijas lentamente y puso sus pies descalzos contra el gélido suelo. A pesar de que la temperatura estaba aumentando, las noches seguían siendo bastante frías. Tuvo que morderse la lengua para no soltar ningún sonido. Luego, se acercó a la cama de Mark, sin despegar la mirada del alumno, atento a cualquier señal de que este despertara. 
       Mientras tanto, Frankie había descubierto que una miembro del equipo, llamada Amelia, ocultaba su diario debajo de la cama. Estaba segura que encontraría lo que buscaba si hojeaba aquél cuaderno. Así que se movió a gatas por todo el dormitorio hasta llegar a la cama de Amelia. Una vez ahí, se acostó por completo en el suelo y estiró la mano hasta alcanzar la caja donde la alumna guardaba su diario. Tiró de ella para atraer el contenedor, pero no contaba con que el gato de Amelia dormía recargado del otro lado de la caja. El animal soltó un pequeño maullido al despertar y Frankie tuvo que dejar de mover la caja.
       –Maldición. –Susurró. 
       Arthur esculcaba el morral de Mark, dando esporádicas miradas a su compañero para vigilar que todo siguiera en orden. Entre las cosas del estudiante, encontró una foto de su familia. La imagen se movía y mostraba a Mark, con sus hermanos y padres saludando a la cámara. También encontró una rana de chocolate cerrada en su envoltura y un poema dirigido a Oliver Wood, de quinto año. Puso todo aquello a un lado y buscó en la mesita de noche, abriendo con cuidado el cajón. Pero, de pronto, escucho un croar que lo dejó helado.
       Se giró y observó a la rana de chocolate saltar hasta la cama de Mark. De alguna forma, el dulce encantado había encontrado la forma de escaparse de su empaque. 
       Reaccionó rápido. Tomó a la rana y la arrojó hasta la puerta del dormitorio, la cual se encontraba abierta. La rana atravesó la habitación y se perdió en la penumbra de la sala común. Cuando Arthur se dio vuelta, se encontró con los ojos de Mark. Estaba adormilado y con el cabello rizado hecho nudo.
       –¿Arthur? –Le preguntó Mark, somnoliento. Le sorprendía que recordara su nombre. –¿Qué sucede?
       Tuvo que reaccionar rápido, así que improvisó. Se irguió y colocó de tal forma que sus piernas taparan el desastre que había hecho con las cosas de su compañero. 
       –Lo siento. No quiero molestarte. Es sólo que no puedo dormir; me siento muy presionado por todo esto.
       –¿El torneo?
       Arthur asintió, fingiendo cara de pesar.
       –Es demasiado. –Le dijo, intentando emular la voz cortada de alguien que está por llorar.
       Mark se acomodó mejor en su cama y se sentó, recargado contra la cabecera.
       –Se les advirtió que no era para niños de su edad.
       –Lo sé, lo sé. –Se limpió mocos falsos con el brazo. Cada vez se le hacía más fácil fingir. Sin embargo, pensó en bajar un poco la intensidad, para no delatarse sobreactuando. –Pero no tenemos otra opción. La mamá de una de mis amigas necesita el dinero. –Añadió, metiendo verdad dentro de su engaño.
       Mark lo miró con compasión.
       –¿Qué tiene? –Quiso saber el muchacho de quinto año.
       –Su espalda. No puede caminar. Es muggle, así que no tiene acceso a la medicina mágica. –Sentía que estaba revelando cosas muy personales de Violet. Sin embargo, mientras Mark no supiera de quién de sus amigos se trataba, todo estaría bien.
       –Entiendo... –Le dijo su compañero. –Estamos en una situación similar, tu amigo y yo. –Arthur lo miró, extrañado. –En mi caso es mi hermano. Él nació sin habilidad mágica, es un Squib. Y en su vida como muggle, se metió con muggles peligrosos. –Mark suspiró. Quizás sentía que estaba revelando demasiado, pero el chico de once años lo hacía sentir en confianza. –Pensó que tendría el respaldo de nuestra familia para protegerlo, pero le dieron la espalda y se negaron a interceder, debido al Estatuto internacional del secreto mágico.  
       –Les debe dinero a esas personas. –Asumió Arthur. 
       Mark asintió. 
       –Si no les paga, ellos... 
       –Entiendo.
       –Sé que tu amigo debe estar pasando por un momento difícil, y ustedes deben sentirse presionados por ayudarle, pero no nos haremos a un lado. –Dijo aquello último con un tono más firme.
       –No iba a pedir eso.
       –De acuerdo. Sólo quería dejarlo claro. –Parecía que su amabilidad se había desvanecido tras recordar la razón de su participación en el torneo. 
       Arthur volvió a asentir. Sentía un nudo en la garganta, esta vez real. No sabía qué rostro había puesto, pero Mark volvió a cambiar su tono de voz en cuanto lo vio.
       –Todo va a estar bien, ¿ok? –Le dijo Mark, intentando aliviar su insomnio de mentira.
       –Ok... –Se aclaró la garganta.
       –Intenta dormir, ¿sí? 
       Asintió una última vez y regresó a su cama.
       Mientras tanto, Frankie lidiaba con el gato, que había despertado por completo y se había puesto a jugar con su cabello de colores cambiantes. La mordía y tiraba de sus mechones. Ella intentó contener sus gritos y ganas de patalear. Se aferró a la caja, introdujo su mano y sacó el diario con cuidado. El gato, en su juego con los colores azul y morado, posó sus garras en la frente de Frankie. Ella mordió el diario para ahogar su grito. El gato ni se inmutó.
       Entonces, la mascota de Amelia paró las orejas y volteó hacia la salida del dormitorio. Había escuchado algo proveniente del exterior. Y así, como si el juego con el cabello de Frankie le importara poco, se levantó y caminó hasta la puerta. 
       Frankie suspiró, aliviada. Miró al minino entrar en la oscuridad de la sala común, con furtividad cazadora. Pudo escuchar un pequeño y lejano croar. Luego volvió a lo importante.
       Abrió el diario y se arrastró debajo de la luz de la luna que entraba por una de las ventanas. Buscó la fecha en que habían recibido el pergamino donde se les avisaba en qué consistía la tercera prueba. La letra casi no podía leerse bien. Tuvo que forzar la vista para entender lo que decía. En esa entrada descubrió que Amelia era la encargada del robo, junto con Mark. Además del curioso dato donde mencionaba que estaba enamorada de él. Aquél fragmento le provocó una pequeña risa. Se sentía muy chismosa, pero la verdad disfrutaba de enterarse de ese tipo de cosas. Se espabiló y siguió leyendo.
       En la parte final hablaba de la entrega de lugares. Les tocaba robarle a Hagrid.
       Sin embargo, encontrar el día en que efectuarían el robo le tomó más tiempo. Sus ojos comenzaban a arder por tanto esfuerzo de leer a la luz de la luna. Se tallaba constantemente y en ocasiones se brincaba fragmentos grandes de texto difíciles de leer, esperando que en ellos no viniera la información que buscaba.
       Estaba por rendirse. Sentía sueño y sus ojos le molestaban a un nivel casi insoportable. Ya ni siquiera el chisme le ayudaba a permanecer despierta. Entonces, alcanzó a ver el nombre de Hagrid en una de las páginas y leyó de inmediato. Al parecer, llevarían a cabo el robo el día del partido de Quidditch de Gryffindor contra Hufflepuff, que se celebraría ese sábado al anochecer. Sabían que Hagrid asistiría, ya que ahí había estado en el partido contra Slytherin. 
       Con eso había tenido suficiente. Cerró el diario, lo devolvió a la caja, esta vez cuidando menos el hacer ruido y regresó a su cama.

The Whisperers: El Torneo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora