Capítulo 17: Lluvia al anochecer

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–Estoy harto de esto. –Exclamó Arthur cuando él y Frankie entraron a la sala común de Hufflepuff. Se sentó en el sillón más cercano. –Ha sido un mes muy estresante, planeando cómo entrar, en qué momento; analizar pros y contras. Stephanie y yo nos partimos la cabeza y no llegamos a nada. –Puso las manos contra sus ojos y comenzó a llorar. 
       Frankie se sentó en el brazo del sillón y abrazó a su hermano en silencio.

Stephanie se acostó boca abajo en su cama, mirando a un costado suyo y con ojos llorosos. No había dicho nada desde que volvieron de con Thomas, y Violet no sabía si era prudente acercarse a consolarla. No podía evitar sentirse mal; estaban en ese problema por su culpa. Indecisa, se recostó y miró al techo de la mazmorra en busca de respuestas. Debía existir algo que pudiera hacer para ayudar. Hasta ese momento, su contribución al equipo se había limitado a brindar apoyo sobre los planes, más nunca tomó acción activa sobre las pruebas. Esto debido a que no se sentía capaz de hacer nada útil; desde su punto de vista, cualquier otro miembro del grupo tenía más habilidad que ella, pues ese mundo le era desconocido; apenas tuvo contacto con la magia hacía menos de un año, no tenía experiencia en nada y, si lo que querían era ganar el premio, cualquiera de sus amigos tendría mayor oportunidad de lograrlo.
       Al día siguiente, le contó sus inquietudes a Marry.
       –Pero tú obtuviste la pluma de águila antes que Peeves pudiera robarla. –Le dijo su amiga.
       –Y es lo único con lo que he contribuido de verdad. –Alegó. Luego soltó un pequeño suspiro. 
       Marry no dijo nada y miró al suelo. Luego del silencio, habló:
       –Entonces únete al robo. 
       –¿Y qué pasa si lo arruino?
       –¿Prefieres no hacer nada?
       –No. –Resopló y se recargó en la pared. –No lo sé. 
       Marry torció los labios. 
       –Ay, pequeña. –Se acercó a Violet y la envolvió en un cálido abrazo. Le dio unas leves palmadas, en silencio.
       –No le digas a los demás, por favor. –Le pidió Violet. –No quiero dar más preocupaciones a Stephanie y Arthur.
       Marry, sin soltar el abrazo, aceptó. 
       Más tarde, se reunieron con los demás en el gran comedor, a la hora de la comida. Arthur estaba hundido en sus pensamientos, sin deseos de pensar en el robo. Stephanie comía con una mano apoyada en su mejilla y el codo sobre la mesa. Los demás guardaban silencio; no sabían si era prudente conversar como si nada. No tenían aportes sobre la misión y no sabían cómo reaccionarían en caso de querer hablar de algún otro tema. 
       Violet movía su comida con el tenedor, ignorando a los demás. Pero entonces levantó la vista y observó la mesa de profesores: Dumbledore conversaba con McGonagall mientras ambos disfrutaban de sus platillos. 
       –¿Por qué no lo intentan mientras está comiendo aquí? –Preguntó de pronto, sacando a sus amigos del letargo. 
       –Lo consideramos. –Dijo Stephanie. –Pero nunca come a la misma hora. Así que es difícil saber el momento correcto. 
       Una vez más, Violet se sintió inútil, pero otra idea vino a su mente. 
       –¿Y si cronometramos lo que tarda en comer? Supongo que ha de tardar lo mismo la mayoría de ocasiones. 
       Hubo silencio. Arthur y Stephanie se miraron. 
       –En cuanto lo veamos entrar al gran comedor, podríamos ir directo al despacho. –Dijo Arthur.
       –Aún así no sabemos si podremos entrar. –Comentó Stephanie.
       –Tenemos el santo y seña. Una vez en las puertas, veremos si podemos entrar o no. 
       –De acuerdo.
       Así, los siguientes dos días Arthur cronometró el tiempo que el director tardaba desayunando. En ambos casos, el profesor tardaba dieciséis minutos al comer. Decidieron no perder más tiempo y llevar a cabo el plan al día siguiente, miércoles. 

Era temprano por la mañana. El equipo de The Whisperers entró al gran comedor antes que nadie. Antes incluso que los profesores. Y esperaron.
       El lugar comenzó a llenarse poco a poco, mientras los docentes hacían acto de presencia. Entonces apareció Dumbledore y se sentó al centro de la mesa de profesores. Debían actuar rápido. Los gemelos miraron cada uno su reloj: ocho con quince minutos. Stephanie y Arthur se levantaron de su asiento y salieron corriendo del gran comedor.
       Recorrieron los pasillos hasta llegar a la gárgola que ocultaba el acceso al despacho.
       –Pastel de limón. –Dijo Stephanie como santo y seña. 
       Arthur miró su reloj: ocho con veintisiete minutos. El recorrido al despacho había sido largo. Les quedaban cuatro minutos para entrar y salir. 
       Subieron las escaleras que la gárgola reveló al hacerse a un lado y se detuvieron frente a la doble puerta hecha de roble. Meditaron unos segundos antes de acercarse y empujar las puertas, las cuales no se movieron. 
       –Maldición. –Dijo Arthur. 
       Stephanie sacó su varita y apuntó a la puerta. 
       –Alohomora. –Pero nada sucedió. –¡Alohomora! –Agitó con más fuerza su varita, pero de nuevo el hechizo no surtió efecto. Se giró hacia Arthur. –¿Sabes algún otro conjuro?
       –Ninguno. –No dejaba de mirar a las puertas. Su mente estaba en blanco. 
       –Debemos regresar. Intentarlo después. 
       –No. –Exclamó él. –No volveré a pasar por todo este estrés. –Y se abalanzó contra las puertas. Pero su cuerpo impacto en ellas como si se estrellara contra un muro firme. Por el esfuerzo se deslizó al suelo. Stephanie se acercó para ayudarlo a levantarse.

The Whisperers: El Torneo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora