Capítulo 7: Contratiempo

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Pasaron todo el día del sábado sentados en una pequeña oficina en los invernaderos, proporcionado por la profesora Pomona Sprout, encargada de impartir la clase de Herbología. La profesora era la Jefa de la casa Hufflepuff, y cuando los seis amigos buscaban un lugar donde juntarse a platicar sobre el tema secreto, Frankie y Arthur tuvieron la idea de pedirle su oficina a la profesora Sprout, ya que ella se la pasaba más tiempo en la sala común que en su propio espacio de trabajo. La maestra, al ver el grupo tan diverso en casas y personalidades, accedió a brindarles su oficina para que pudieran pasar el tiempo, ya que había quedado fascinada con aquél singular conjunto de amigos.
       La oficina era lo suficientemente grande como para que cupieran todos sin problema. Al estar al lado de los invernaderos, el lugar estaba bien ventilado y con mucha luz. Naturalmente, el lugar contaba con varias plantas decorando el lugar, algunas movían sus hojas como si fuesen velos de novia al viento, y otras eran tan rígidas que parecían más bien muertas. La oficina contaba con un escritorio ancho, una silla y solamente con un sillón largo, donde cabían nada más tres personas, así que se las ingeniaron para acomodar el sillón cerca del escritorio, pusieron la silla a un lado se sentaron tres al sofá, uno a la silla y dos más con piernas cruzadas sobre el escritorio.
       Los seis amigos habían pasado el día pensando en el nombre que le pondrían a su equipo, especulando sobre las pruebas e imaginándose acreedores del premio. Sin embargo, nunca llegaron aun acuerdo y tuvieron que continuar la discusión al día siguiente, domingo.
       –¿Qué les parece... Los seis grandiosos? –Propuso Eliot. –No es cierto, es muy tonto, olvídenlo. Sonaba mejor en mi cabeza. –Se corrigió de inmediato y sacudió su cabeza. Ni un cabello se movió gracias a su pequeño corte. De pronto, Marry estiró los dedos.
       –¡Oigan! Acabo de razonar... Stephanie, ¿cómo dice la invitación, en la parte de en medio?
       Stephanie sacó la hoja de pergamino del interior de su túnica y buscó un rayo directo de luz para que las letras aparecieran. Marry se acercó y echó un vistazo.
       –¡Ajá! Aquí lo dice: sus méritos les confieren el honor de ser los convocados de su casa. Es muy claro.
       –Sí, creo que todos sabemos leer. –Dijo Stephanie sonriendo. 
       –No, no entienden. Dice CONVOCADOS de su CASA. ¿Y cómo se llama el torneo? –Explicó la Ravenclaw. Y, al escucharla, los rostros de todos se iluminaron, cayendo en cuenta. –Torneo de las casas. Es lógico, cada equipo pertenece a una casa. Cosa que nosotros no somos.
       Arthur se puso de pie y comenzó a caminar por el cuarto.
       –¡Cierto, maldición! –Exclamó llevando la mano a su barbilla. –Era obvio... Que estúpidos fuimos. ¿Y ahora qué?
       Marry se encogió de hombros.
       –¿Entonces no podemos participar así? –Preguntó Frankie. Arthur negó con la cabeza, al igual que Marry.
       –No lo creo. –Respondió el gemelo Hufflepuff.
       Frankie soltó un puñetazo a su asiento. Y hubo un largo silencio. La emoción que los embargaba unos minutos antes se había desvanecido. El plan se había topado con una pared de ladrillos.
       De pronto, escucharon una risita macabra y burlona que rebotó por las paredes. Todos voltearon en diferentes direcciones. Conocían esa risa. Era de Peeves, el poltergeist que habitaba en Hogwarts, un ser amortal cuyo único objetivo aparente es el de causar problemas y hacer travesuras a los estudiantes del colegio. Él, con su vestimenta bufónica, cabello negro y piel blanca, apareció de pronto en un rincón de la oficina, sentado en el aire y con los pies cruzados. Soltó su incisiva risita de nuevo.
       –Vaya, vaya. Parece que los pequeños y feos chiquillos se toparon con un callejón sin salida.
       Los chicos lo miraron con semblante serio, sin decir una palabra. Acto seguido, Peeves se deslizó hacia ellos bailoteando.
       –¿Por qué no le piden consejo a McGonagall? –Continuó de forma burlona. –O a Dumbledore. De seguro ellos sabrán cómo solucionar el problema de estar en casas diferentes. Ooohh cierto... Que el torneo es prohibido, ¿verdad? –Puso un dedo en sus labios e hizo Ssshh, para después volver a reír.
       –Deja de molestar, Peeves. –Ordenó Stephanie, molesta.
       Peeves la miró con una enorme sonrisa de oreja a oreja.
       –Stepha-fea, ¿por qué la cara larga? Estás triste porque tú y tus amigos no podrán ayudar a la madre de Violetín, ¿verdad? Bueno, de todas formas es un asunto estrictamente prohibido por la escuela, los podrían descubrir... y los expulsarían... Quizá, no lo sé.
       Stephanie se puso de pie, con fuerza.
       –¿Es una amenaza, Peeves? –El poltergeist agitó sus manos y negó con la cabeza, pero después sonrió y le mandó una mirada juguetona. Eliot se levantó y encaró al poltergeist, quien alzó la barbilla y se tapó la nariz.
       –Iugh... El oloroso niño, Eli-nodoro. El Gryffindor con aliento de león moribundo.
       –Muy gracioso. –Dijo Eliot. Después aspiró aire y exhaló con fuerza, raspando su garganta. – Ahora dinos, ¿piensas delatarnos?
       Todos los demás se pusieron de pie y rodearon al espectro. Él sacó la lengua y la mordió, sonriéndoles al mismo tiempo.
       –Tal vez sí, tal vez no... Depende... –Respondió y empezó a dar vueltas como si rodara sobre sábanas suaves, alejándose de los estudiantes. Se detuvo en el aire, con las manos en la espalda, y se inclinó. 
       –¿Depende de qué? –Preguntó Violet con voz firme.
       Todos voltearon a verla, sorprendidos. Peeves incluso dejó de parpadear.
       –Uuuhh, Violetín está molesta. Tranquila niña, no creo que puedan creerme. –Dijo Peeves en un tono más calmado. Pero entonces, retiró las manos de su espalda, mostrando que tenía la invitación en su poder. –¡A menos que tenga pruebas! –Movió la hoja a través de la luz anaranjada del atardecer. Las letras aparecieron, moviéndose con el gesto burlón de Peeves. Todos cerraron los puños y dieron un paso hacia él. 
       –Hijo de... –Pronunció Arthur, y Peeves movió la cabeza. 
       –¿Con esa boca besas a tu madre? –Preguntó el poltergeist. Bajó lentamente hacia ellos, para tener una mejor visión de todos. –Qué niño tan grosero eres, Artonto... Ahora por eso no negociaré con ustedes. Bueno, está bien, sí negociaré. –Rió. Ninguno de los chicos dijo nada. No querían perder de vista la invitación, ni a Peeves. Podría salir volando y desaparecer en cualquier momento.
       Marry se cruzó de brazos.
       – ¿Qué quieres a cambio de tu silencio? –Preguntó. –Y no salgas con juegos.
       Peeves ladeó la cabeza y mostró una sonrisa torcida, como diciendo "¿Juegos? ¿Yo?". Todos esperaron en silencio su respuesta. El espectro vio a todos y los inspeccionó de abajo hacia arriba, como si buscara algo en sus ropas. Pero negó con la cabeza. Flotó de cabeza, con un gesto exagerado de pensar. Se puso de nuevo sentado sobre la nada.
       –No creo que tengan nada que ofrecerme... Y se les termina el tiempo. Todos cruzaron miradas y después vieron arriba de nuevo. –¿El registro no es a las siete en punto?
       Se habían sumido tanto en el tema del torneo y su problema con las casas, que no habían sentido el pasar tan veloz de las horas.
       –¡Demonios! –Exclamó Arthur. –¿Qué hora es Eliot? –Este, con semblante preocupado, se encogió de hombros en negativa.
       –Faltan cinco. –Advirtió Peeves. –Y yo también me voy. –Acto seguido, voló hacia la salida de la oficina. De inmediato, todos corrieron hacia el corredor. Y una vez afuera, observaron a Peeves volar en dirección contraria al rumbo del registro. Se detuvieron un momento, con el pasillo extendiéndose a ambos lados y el poltergeist alejándose con rapidez. Eliot y Arthur cruzaron miradas. El primero señaló con dos dedos a las chicas Slytherin.
       –Ve con ellas al registro. –Le dijo a Arthur. –Nosotros vamos por Peeves.
       Arthur asintió y el grupo se dividió en dos rápidamente, corriendo con todas sus fuerzas hacia sus objetivos.
       Eliot, Frankie y Marry corrieron por todo el piso de transformaciones detrás de Peeves. Iban empujando a sus compañeros, mientras que el poltergeist flotaba sobre las cabezas de todos. Después, la persecución tomó camino hacia una torre.
       –¿Creen que vaya hacia la oficina de Dumbledore? –Preguntó Marry mientras subían corriendo las escaleras. Peeves se había ido volando por en medio del ascenso de caracol, pero su risa seguía sonando cercana.
       Subieron la pieza de caracol, afortunadamente sin nadie más que se interpusiera en su camino. Hasta que notaron el silencio. No podían escuchar a Peeves.
       Una mancha blanca pasó frente a ellos. Era Peeves, descendiendo a toda velocidad.
       –¡Adiós! –Se burló el poltergeist.
       Frenaron en seco, dieron media vuelta y, casi tropezándose unos con otros, comenzaron a bajar tras él. 

The Whisperers: El Torneo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora