Capítulo 3: El expreso de Hogwarts

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Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rotulo decía "Expreso de Hogwarts, 11h". Molly Shine estaba formada en una gran fila en la taquilla, cuya arcada en la parte superior decía "Andén Nueve y Tres Cuartos". Más adelante, Frankie y Arthur esperaban junto a sus carritos, que cargaban con un gran baúl cada uno, otras dos maletas extras y, en el carrito de Frankie, una lechuza color blanco con manchas café claro, los ojos negros y penetrantes, dentro de una jaula ovalada. Arthur se acomodó un mechón de cabello de su frente y replicó:
       –¿Por qué siempre tiene que hacerlo todo de última hora? Pudimos comprar los boletos el día que fuimos al callejón Diagon. Hacerlo todo en una, pero ahora tenemos que esperar. –Frankie sonrió, después sacó del interior de una pequeña mochila al lado de su lechuza, una caja de Grajeas de todos los sabores. 
       –Estás muy nervioso, ¿verdad?–Dijo Frankie a su hermano, ofreciéndole una grajea. Este sonrió y asintió, tomó una de color verde brillante.
       –Para nada. No. –Respondió Arthur cambiando su peso de un pie a otro constantemente.  Frankie sacó una grajea color azul oscuro, después, ambos comieron la grajea. Masticaron. Ella abrió los ojos y degustó con gozo.
       –Mora azul. –Dijo ella. Por otro lado, Arthur hizo muecas y, tras tragar, talló la lengua contra la manga de su suéter.
       –Pasto. –Informó él con la lengua seca, chocando la misma contra su paladar y dientes para intentar remover el sabor.
       Molly llegó con ellos a prisa. Arthur vio un enorme reloj colgado de la pared del andén, que marcaba las diez con cincuenta y dos minutos. 

       –Muévanse niños, de prisa. –Ordenó Molly, haciendo que los gemelos avanzaran.
       –¿En serio nos apurarás ahora, mamá? –Preguntó Arthur.
       –Ya, Arthur, no te pongas de intenso. Eres insoportable cuando estás nervioso. –Replicó la Sra. Shine. 

°°°

Mientras tanto, en el interior del expreso escarlata, Marry y Eliot estaban sentados en el interior de los vagones, uno frente al otro, cercanos a la ventana. 
       –¡No puedo creerlo! –Gritó Marry entusiasmada, agitando los puños y sacudiendo la cabeza, después tomó a Eliot de los hombros y lo sacudió. –¡Ya estamos en el tren, niño! 
       –¿En serio? No me había dado cuenta. –Respondió él, ganándose un coscorrón por parte de Marry. Eliot rio y se acomodó en su asiento. –Qué agresiva. Pero sí, la verdad es muy, muy, MUY–Pausó, inhaló hondo y exhaló con tranquilidad. –emocionante... –Después, hubo silencio. Escucharon un estruendoso silbido. Algunos segundos después, el tren comenzó a moverse. Marry volvió a gritar de emoción, Eliot tuvo que sacudir su oído aturdido.
       –Creo que tu voz es más aguda que el silbido de hace rato. –Marry rio ante el comentario de su amigo. 
       –¡Cállate! –Dijo ella entre risas. De la emoción, Marry tenía el rostro completamente enrojecido. Tomó aire, mientras tanto, Eliot miraba por la ventana a las personas que se despedían del tren, y a una pequeña niña pelirroja que corría detrás del expreso, mitad llorando y mitad riendo, hasta que el tren aceleró y ella se quedó de pie, agitando la mano. Eliot se recargó y suspiró.
       –¿Sucede algo, Eliot? –Preguntó Marry. El chico de cabello negro se encogió de hombros. 
       –No es nada. –Respondió. –Es sólo que me gustaría que mis padres estuvieran para despedirme. Creo que no entienden que no volveré hasta navidad. –Marry asintió y se mordió los labios. 
       –Entiendo. Pues mis papás tampoco estuvieron, así que estamos en el mismo barco. 
       –Más bien, en el mismo tren. –Ambos rieron. El tren dio vuelta, y las casas comenzaron a pasar rápidamente. 

Poco después, a eso de las doce y media, cuando el paisaje había cambiado de casas y edificios a campos llenos de vacas y ovejas, se produjo un alboroto en el pasillo. Se asomó una mujer sonriente y con hoyuelos, y dijo:
       –¿Quieren algo del carrito, muchachos?
       Eliot se movió enseguida hacia ella, mientras sacaba del bolsillo de su pantalón un par de monedas de plata y bronce. 
       –Quiero un pastel de calabaza, dos varitas de regaliz y una rana de chocolate. –Dijo aprisa, mientras pagaba a la mujer y recibía los dulces. Después se giró hacia Marry. –¿Tú no quieres nada? –Ella negó con la cabeza. Luego se arrepintió.
       –¡Bueno, sí! –Dijo de prisa, antes de que la mujer siguiera avanzando. Rio y se puso de pie.

The Whisperers: El Torneo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora