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MONTO
UN
TORO LOCO

YO ODIO MUCHAS COSAS: las flores, el tomate, bravucones, cuando mis manos y pies se enfrían sin razón

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YO ODIO MUCHAS COSAS: las flores, el tomate, bravucones, cuando mis manos y pies se enfrían sin razón... y en especial los toros. El verano anterior había —junto a Percy— combatido con el Minotauro en la cima de la colina Mestiza. Pero lo que vi allá arriba esta vez era peor; había dos toros, y no cualesquiera, sino de bronce y del tamaño de elefantes. Y la cereza del pastel: echaban fuego por la boca.

En cuanto nos apeamos, las Hermanas Grises salieron a escape en dirección a Nueva York, donde la vida debía de ser más tranquila. Ni siquiera aguardaron a recibir los tres dracmas de propina. Se limitaron a dejarnos a un lado del camino. Allí estábamos: Annabeth, con su mochila y su cuchillo por todo equipaje, Percy, Tyson y yo, todavía con la ropa de gimnasia chamuscada.

—Oh, dioses —dijo Annabeth observando la batalla, que proseguía con furia en la colina.

Lo que más me inquietaba no eran los toros en sí mismos, ni los diez héroes con armadura completa tratando de salvar sus traseros chapados en bronce. Lo que me preocupaba era que los toros corrían por toda la colina, incluso por el otro lado del pino. Aquello no era posible. Los límites mágicos del campamento impedían que los monstruos pasasen más allá del árbol de Thalia. Sin embargo, los toros metálicos lo hacían sin problemas.

Uno de los héroes gritó:

—¡Patrulla de frontera, a mí! —Era la voz de una chica: una voz bronca que me resultó conocida.

«¿Patrulla de frontera?», pensé. En el campamento no había ninguna patrulla de frontera.

—Es Clarisse —dijo Annabeth—. Venga, tenemos que ayudarla.

Quería soltar un comentario sobre Clarisse necesitando ayuda; era una de las peores abusonas de todo el campamento. Cuando nos conocimos, sus hermanas y ella nos dieron a Percy a mí una bienvenida muy amorosa en los baños. Además, era hija de Ares, y yo no lo veía un dios muy importante para que estuviera en mi lista de quehacer.

Aun así, estaba metida en un aprieto. Los guerreros que iban con ella se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habían empezado a arder. Uno de los héroes gritaba y agitaba los brazos mientras corría en círculo con el penacho de su casco en llamas, como un fogoso mohawk. La armadura de la propia Clarisse estaba muy chamuscada, y luchaba con el mango roto de una lanza: el otro extremo había quedado incrustado inútilmente en la articulación del hombro de un toro metálico.

Percy desatapó su bolígrafo, que empezó a crecer tras unos tambaleos, y en un abrir y cerrar de ojo tuvo la espada de bronce en las manos.

—Tyson, quédate aquí. No quiero que corras más riesgos.

—¡No! —dijo Annabeth—. Lo necesitamos.

Me volteé a verla.

—Es un mortal. Tuvo suerte con las bolas de fuego, no dejaré que se siga lastimando...

𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐄𝐀 𝐎𝐅 𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐄𝐑𝐒 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora