ch. 17

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NOS LLEVAMOS
UNA SORPRESA EN
MIAMI BEACH

NOS LLEVAMOS UNA SORPRESA ENMIAMI BEACH

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EL CHAPOTEO DEL AGUA me despertó.

El agua salada me salpicaba en la cara.

A lo lejos, el sol se ponía tras los rascacielos de una ciudad. Divisé una carretera flanqueada de palmeras junto a la playa, escaparates de tiendas con deslumbrantes neones de color rojo y azul, y un puerto abarrotado de cruceros y barcos de vela.

Gotas d agua seguían cayéndome al rostro. El hipocampo se mecía a mi lado con rechazo, y no era el único. Los demás también relinchaban y nadaban en círculos mientras husmeaban el agua. No parecían muy contentos. Uno de ellos estornudó.

—No van a acercarse más —dijo Percy a mis espaldas—. Demasiados humanos. Demasiada polución. Tendremos que nadar hasta la orilla.

A ninguno de nosotros le entusiasmaba la idea, pero nos resignamos y les dimos las gracias por el viaje. Tyson derramó unas lágrimas y desató a regañadientes el paquete que había usado como silla improvisada, donde guardaba sus herramientas y un par de cosas más que había logrado salvar del naufragio del Birmingham. Abrazó a Rainbow, rodeándole el cuello con los brazos, le dio un mango pasado que se había llevado de la isla y le dijo adiós.

Cuando las crines blancas de los hipocampos desaparecieron en el mar, nos pusimos a nadar hacia la orilla. Las olas nos empujaban, y en muy poco tiempo estábamos de vuelta en el mundo de los mortales. Recorrimos los muelles donde se alineaban los cruceros, abriéndonos paso entre un montón de gente que llegaba de vacaciones. Había mozos trajinando con carros llenos de maletas. Los taxistas hablaban a gritos en español e intentaban colarse en la fila para recoger clientes. Si alguien se fijó en nosotros, seis chicos chorreando y con pinta de haberse peleado con un monstruo, nadie dio muestras de ello.

Ahora que estábamos de nuevo entre mortales, el único ojo de Tyson no se distinguía bien gracias a la niebla. Grover había vuelto a ponerse su gorra y sus zapatillas. E incluso el vellocino se había transformado y ya no era una piel de cordero, sino una chaqueta de instituto roja y dorada, con una Omega resplandeciente bordada sobre el bolsillo.

Annabeth corrió al expendedor de periódicos más cercano y comprobó la fecha del Miami Herald. Soltó una maldición.

—¡Dieciocho de junio! ¡Hemos estado diez días fuera del campamento!

—¡No es posible! —dijo Clarisse.

Mi experiencia decía que sí era posible. El tiempo transcurría de otro modo en lugares monstruosos.

—El árbol de Thalia debe de estar casi muerto —gimió Grover—. Tenemos que llegar allí con el vellocino esta misma noche.

Clarisse se dejó caer en el pavimento, abatida.

—¿Cómo demonios se supone que vamos a hacerlo? —dijo con voz temblorosa—. Estamos a miles de kilómetros. Sin dinero y sin vehículo. Es exactamente lo que dijo el Oráculo. ¡Ustedes tienen la culpa, Metaxás, Jackson! Si no se hubieran entrometido...

𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐄𝐀 𝐎𝐅 𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐄𝐑𝐒 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora