ℂ𝕒𝕡𝕚𝕥𝕦𝕝𝕠 𝕀𝕀𝕀.

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𝕰𝖓 𝖊𝖑 𝖖𝖚𝖊 𝖘𝖊 𝖓𝖆𝖗𝖗𝖆 𝖑𝖔𝖘 𝖉𝖔𝖘 𝖉í𝖆𝖘 𝖆𝖓𝖙𝖊𝖗𝖎𝖔𝖗𝖊𝖘 𝖆 𝖑𝖆 𝖇𝖔𝖉𝖆 𝖊𝖓𝖙𝖗𝖊 𝖊𝖑 𝖗𝖊𝖞 𝕰𝖟𝖗𝖆 𝖉𝖊 𝕬𝖗𝖊𝖓𝖉𝖊𝖑𝖑𝖊 𝖞 𝖑𝖆 𝖏𝖊𝖋𝖆 𝕳𝖞𝖑𝖑𝖆 𝖉𝖊 𝕭𝖊𝖗𝖐.

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Hylla había oído a hablar toda su vida de las mujeres trofeos. El tópico de una mujer casada sin la obligación de pelear, cumplirle a su marido o de cuidar el hogar, una mujer casada que tenía como única tarea sonreír a la gente que le rodeaba, colgarse del brazo de su esposo y verse bella para todo el mundo. Sí, había escuchado mucho de las mujeres trofeo, de cómo no podían abrir la boca en lo absoluto, de cómo sus sentimientos no importan y de lo inútiles que eran en todos los ámbitos posibles. En aquel entonces le sonreía al futuro a sabiendas que jamás tendría un puesto tan triste como aquel al lado del hombre que amaba, al lado de Aster Hofferson jamás ocurrirías... Pero el destino, capullo como él solo, le había dedicado una gloriosa peineta y la había amarrado mediante amenazas y advertencias al insufrible rey de Arendelle, Ezra, quien estaba demasiado interesado en repetirle una y otra vez que era el perfecto regalo jamás soñado como para preguntarle una sola vez a Hylla qué era lo que se le pasaba por la cabeza, cómo se sentía o qué era lo que más anhelaba en todo el mundo.

Había tenido cierta libertad el mes anterior a su boda, le había permitido pasarse larguísimas horas en el cielo, volando con su dragón, solamente hablando con la gente del palacio cuando estos querían preguntar su opinión de algún detalle de la boda. Sin embargo, los últimos tres días de la cuenta atrás para su encadenamiento eterno con aquel hombre que no comprendía habían sido una completa tortura que Hylla había repudiado desde el momento en el que le advirtieron que comenzaría.

Ezra tuvo la galantería de llamarlo su proceso de perfeccionamiento, porque supuestamente ella ya era maravillosa pero tenía que dar una buena imagen frente al resto de aristócratas; Hylla respondió en aquel momento que en verdad era una manera asquerosa de tocarle los ovarios para que estuviera mansita durante la boda. Es cierto que la manera en la se desmayaron algunos de los sirvientes presentes en ese momento la sorprendió, pero se negó por completo a disculparse o retractar las palabras que había llegado a pronunciar. Que el rey se riera encantado por su comportamiento fue algo que, aparentemente, también acreditaba uno que otro desmayo dramático de parte de la servidumbre.

Habían comenzado prohibiéndole por completo sus vestimentas vikingas hasta una semana después de la boda pues ese era el tiempo que los miembros de familias reales extranjeras se hospedarían en Arendelle para celebrar el matrimonio del rey olvidado por la Santa Sede. Nadie confiaba en la posibilidad que aquel soberano con corazón de hielo y cuerpo carente de deseos llegará a contraer esposa, aunque esta fuese una vikinga, aquel evento era digno de celebración. Hylla pronto se vio a sí misma vistiendo despampanantes vestidos de suaves y coloridas telas, nada comparadas a los pantalones y camisas vikingas que siempre la cubrían, nada comparadas con los colores apagados y desgastados de sus ropas comunes... nada cómodas.

Los abanicos fueron sus primeros problemas, esas dichosas creaciones para provocar aire, y los miles de significados que podían tener sus diferentes posiciones. Aquello había sido un lío por completo, le recordó a la vez que memorizó las posiciones para volar correctamente con la cola protética de Toothless, pero infinitamente más complicado. Que pasaba si lo tiraba, si lo cerraba, si abría el abanico por completo frente a una parte de su cuerpo u otra, si lo agitaba de una fuerza u otra. Era una completa majadería que descartó en cuanto le dijeron que no era realmente llevar siempre un abanico con ella.

𝕰𝖑 𝕵𝖚𝖊𝖌𝖔 𝖉𝖊𝖑 𝕽𝖊𝖞. [HiccElsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora