𝕰𝖑 𝕵𝖚𝖊𝖌𝖔 𝖉𝖊𝖑 𝕽𝖊𝖞. [HiccElsa]

ℂ𝕒𝕡𝕚𝕥𝕦𝕝𝕠 𝕏𝕏𝕍

𝔈𝔫 𝔢𝔩 𝔮𝔲𝔢 𝔰𝔢 𝔫𝔞𝔯𝔯𝔞 𝔢𝔩 𝔤𝔯𝔞𝔫 𝔟𝔞𝔦𝔩𝔢 [𝔭𝔞𝔯𝔱𝔢 3].

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Aster se pasa una mano por sus largos cabellos rubios, ocultando el rostro lejos de la intensa mirada de Hylla, quien, por inercia o por precaución, deja de regreso la carta sobre la pequeña mesa. Ve como él avanza unos cortos pasos, como duda a cada centímetro que se acerca a ella. Como puede, Hylla le sonríe con algo de vergüenza, pronunciando una disculpas mudas que él acepta de inmediato.

Se siguen comprendiendo, a pesar del tiempo que ha pasado, a pesar de todo lo que hay de por medio, se comprenden a la perfección como lo han hecho por tantos años.

Ambos caminan hacia el otro, perdiendo las dudas a cada paso, todo concluye con intenso abrazo que Hylla, aún abrumada por la hipocresía de sus sentimientos y pensamientos, decide extender tanto como puede, fundiéndose en el calor de Aster que tanto contrasta con el gélido agarre celoso de Ezra. Sumergiéndose en su aroma a cuero y acero, tan contrario a la fragancia fresca y a la vez empalagosa de su marido. Perdiéndose por completo entre ese cuerpo gigantesco endurecido por la guerra que era un completo antítesis de la piel suave y delicada del rey de Arendelle.

Alejándose sin demasiado remordimiento de la adicción que el tirano de las nieves había empezado a suponer para ella, Hylla Haddock, aquella noche de fiesta, volvió al confort que le traía su primer amor.

Su primer y alguna vez único amor.

Había olvidado el candor que Aster provocaba en ella. Había olvidado las mariposas que revoloteaban enloquecidas en su interior cada vez que lo veía sonreír. Había olvidado la manera en la que su corazón se encogía cada vez que se daba cuenta de que esos intensos ojos azules solo brillaban por ella. Había olvidado lo mucho que Aster la amaba.

Había olvidado lo mucho que ella misma lo amaba.

Sabe que quiere besarla, en cuanto se separan y se ven directamente a los ojos, Hylla comprende de inmediato que Aster ruega por volver a besarla, pero ella tiene que apartarse rápido. Porque en esos momentos no podía permitirse algo como ello, porque ahora con un anillo apretando su dedo y con el puesto de esposa, no podía permitirse algo como ello. 

En otra vida, tal vez hubiera sido la esposa de Aster y hubiera podido besarlo cuando se le apeteciera, sin tener que pensar primero en los sentimientos de alguien más, mucho menos en terribles obligaciones y expectativas. O tal vez en otra vida su padre hubiera cumplido con sus promesas, hubiera abierto esa carta, le hubiera presentado a su prometido y, aunque en esa época no estaba cerca de ser la vikinga domadora de dragones que tanto había encandilado a Ezra, tal vez se hubieran enamorado poco a poco, tal vez Aster no se hubiera ni fijado en ella y podría estar tranquila como reina de Arendelle, con el anillo que tiene ahora.

Bah, puestos a desear y soñar despierta, tal vez en otra vida Ezra se hubiera encariñado tanto con ella como con Aster y los tres podrían tener una relación que, aunque poco común, fuera plenamente feliz.

Pero esas eran otras vidas, la de ahora, aquella en la que Hylla se había visto encerrada, el destino con el que se había encontrado, la obligaba a separarse poco a poco de Aster, a marcar distancia entre sus cuerpos, a repetirse sin parar que tenía que dejar de desearlo, por lo menos hasta que encontrara alguna forma de volver a Berk como una mujer divorciada... o viuda.

—Siento no haber podido detener todo esto de alguna manera —murmura Aster, asumiendo de que la rabia que cegó su juicio hace meses era la razón por la que Hylla estaba tan distante desde que llegó una vez más a aquel maldito reino cristiano—. Siento no haberme esforzado más, no haberte acompañado esas noches en vela para encontrar alguna salida de este condenado matrimonio.