VII. Sus engaños.

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¡¿Pero cómo se atrevía?! ¡Estaba loca!¡A esa mujer le faltaban muchas neuronas para pensar correctamente! ¡Que imprudente había sido!

Sí, sí y sí, tenía que tener cuidado con lo que deseaba. No creía que ese dicho viejo que mi madre solía repetir cobraría sentido tan de golpe. Pero lo peor de todo es que lo tuvo y fue lo peor de todo.

¡Zam había querido...! ¡¿Qué diablos había querido hace?!

Sólo se que, en cuanto terminé de decir aquellas palabras, Zam se me quedo un rato viendo. Me dijo si estaba segura de aquello y le contesté que sí, creyendo que me contaría cualquier estupidez.
Pero resulta que no. Resulta que Zam, sí la Zam que ya conocen, me tomó del mentón con más fuerza y me retuvo allí. También resulta que se le ocurrió inclinarse hacia adelante, pensé que tal vez quería que la saludarla, que tal vez ya se iba pero no. Tampoco fue eso. Zam se inclinó más sobre mí, su rostro muy cerca del mío y podía ver esa pecas que se desplazaban por su rostro. Fue ahí cuando me aparté.

Me aparté porque sentí algo distinto. Porque sentí algo que no había sentido jamás con ninguna amiga y que desde luego estaba mal. Zam era alguien a quién a penas conocía y no podía..sentir eso. Aunque tampoco tenía claro que era.

Zam me vió confusa cuando puse ambas manos en sus hombros y la empuje suavemente hacia atrás. No se resistió ni se quejo, se dejo hacer. Caminó un par de pasos hacia atrás, separándose por completo de mí y creando una distancia prudente entre nosotras.

Me removí inquieta en mi lugar, bajé la mirada y traté de concentrarme en la canción que cantaba Oliver. Es letra tan confusa.

—¿Estás bien, Fran? —ví la sombra de su persona acercarse a mí y me tocó el brazo con sutileza—. Perdona si me pase, es que creí que...me confundí. Lo siento.

Vale, al menos se disculpaba por invadir mi espacio personal.

Levanté un poco la cabeza y le sonreí.

—¿Te molesta si tú... —intenté buscar las palabras adecuadas pero no lo logré.

Ella lo captó.

—¿Quieres ir a casa? —cuestionó.

Sin decir palabra alguna, asentí con la vergüenza que me calaba los huesos. Zam me dió un movimiento de cabeza que interprete como un sí y se dió la vuelta para buscar sus cosas en la mesa que estábamos. Volví con su celular en mano.

—Anda, vamos.

La seguí escaleras abajo, la gente gritaba cada vez más y quise meterme esa energía que tenían en el cuerpo para olvidarse de la sensación que tenía ahora. Era extraño, un sentimiento muy extraño me recorría el cuerpo y no sabía cómo describirlo. Ni como pararlo.

Zam cruzó el mar de gente que era la planta baja, la seguí muy de cerca. Veía su espalda moverse entre la gente y correrla para poder pasar. Ese cabello rubio le caía en la espalda como una cascada y se notaban sus curvas con esa ropa. Dejé de mirarla.
Llegamos a la puerta que antes ella se había metido al llegar y se dió la vuelta para verme.

—Buscaré las llaves de la moto —me informó de espaldas mientras abría la puerta. Luego se dió la vuelta a verme,— espérame afuera.

Se metió dentro sin dejarme decir nada más. Y tampoco me quejé. Fui directo por el estrecho pasillo oscuro, el señor de la puerta al verme la abrió de inmediato para mí y salí fuera.

El aire frío me golpeó el rostro y fue cómo volver a la realidad. Todas las sensaciones que tuve adentro, creí que se enfriarían al salir, pero solo se apagaron un poco. No sé que diablos me había pasado. ¿La quería más cerca? ¿Quería que se apartará? ¿No quería verla más? No entendía que me pasó cuando se inclinó hacía mí y me tomó del rostro. La canción que me canto al oído me dejó atrapada en el sonido de su voz.

Fran y la idea del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora