IIX. No la dejo de ver.

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La noche nos arrasó como ninguna otra. Nos quedamos hasta tarde contando viejas historias y pasándola bien juntas. Hacía tiempo que Jan y yo no teníamos ese tipo de encuentros y está vez no me prohibieron mucho. Bebí sólo un poco y hablé de muchas idioteces. Jan me salvó varias veces de llamar a James para rogarle su perdón.
Me distrajo poniendo un maratón de películas románticas, mis favoritas y más si eran de comedia. Jan insistió en ver alguna con contenido sexual y me negué, pero ella utilizó la carta de "ya vimos la mierda que te gusta, déjame ver mis mierdas favoritas." Y tuve que acceder. Admito que llama la atención la trama al principio pero cuando todo se pone sexual de un momento a otro me deja un poco descolocada, en el sentido de que yo jamás había vivido algo con tanta intensidad y de seguro era todo parte de la actualización.

Pero por suerte la noche paso rápido y hoy me encontraba en la Iglesia. Era miércoles por la tarde, sólo había tenido tres horas de clases la mañana, por varios problemas personales de los profesores. Y me encontraba aquí, junto a mi madre que aún no decidía que zapatos ponerse y ya estábamos a diez minutos de que comenzará la misa.

—¿Prefieres el rosa o el blanco? —preguntó con curiosidad,—el rosa me hace más joven y el blanco más pura y de buen comportamiento.

Incliné un poco la cabeza, sin saber que decir.

—Bueno, tu vestido es blanco —comencé a decir.

—Sí, ¿Y? —insistió mi madre.

—Y los zapatos rosas te harían resaltar —le hice saber,—así que elige esos.

Ella los miro como si hubieran sido su primera opción desde siempre. Me dió las gracias emocionada y salió corriendo hacía una especie de cuartito que había detrás del el gran salón donde la gente venía a rezar.

Pasado diez minutos, la gente comenzó a llegar, eran las siete de la tarde. Me saludaron porque me conocían desde hace años y también porque mi familia era el sostén económico de la iglesia. Todos venían con la pena grabada en el rostro, soltaban pequeños lamentos y se ponían en su lugar. En cambio está vez preferí alejarme unos metros de mi familia. No era obligatorio permanecer cerca de ella durante el evento, así que recorrí el espacio mientras saludaba a la gente que iba llegando aún.

De pronto visualice unos niños jugando en la fuente del agua bendita. Se mojaban o salpicaban con ella en forma de juego y me dió cierta gracia, porque recordé que yo también solía hacer lo mismo con... solía hacer lo mismo.

Una de las madres de los niños lo tomó del brazo y tiro de él hasta sacarlo de la fuente. Su movimiento fue tan brusco que logró que el niño se cayera de espaldas contra el suelo.

—No me hagas quedar mal, joder —gruñó en un tono despectivo,—no seas un hijo de...

Me apresuré a intervenir en la conversación de inmediato. Me pare a su lado y les sonríe a ambos.

—No es necesario el enfado. Está permitido que los niños jueguen allí —les hice saber.

La mujer se levanto de golpe y tiró de él para pararlo.

—Pero desde luego que queda mal y...

—Las fuentes fueron hechas para pedir deseos al señor y desde luego que al mojarse con esa agua, de alguna manera, están siendo bendecidos por el señor — continué hablando con la paz en mi voz,—no nos molesta. Fue hecha con esa intención.

El niño se sacudió con felicidad y me gritó un gran "gracias, Fran" y se fue corriendo con el resto a seguir jugando de esa forma. La mujer murmuró una disculpa y le dije que no había nada que perdonar. Ella también se fue detrás del niño y no volví a ver malas intenciones al tocarlo.

Fran y la idea del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora