XVII. Tú y yo.

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Caliente.

El aire entre nosotras era caliente. Sus manos rozando, tocando, sintiendo mi cuerpo me hacían arder la piel. Unas sensaciones nuevas se apoderaron de mí. No era la simple satisfacción de ser tocada, era algo más, había un sentimiento nuevo que surgía cada vez que ella me tocaba.

Era algo extraño y nuevo.

No había sentido eso desde que tenía memoria. Estaba algo asustada porque no me podía imaginarlo que me esperaba a su lado o que experiencias tendría con ella. No era un miedo grande,  no tenía pánico de estar a su lado, sino más bien de que ella pudiera hacerme. De lo que ella pudiera decidir hacer con nosotras después de que yo le haya confesado que algo me había pasado anoche. Que algo me había pasado desde que la ví por primera vez, que no me había pasado con nadie más y no sabía lidiar con eso.

Ella parecía entenderlo. Bueno, al menos me daba esa impresión a mí. Se dejó llevar por mis inexpertos movimientos, se dejó llevar por algo que yo no estaba segura del todo que sentía.

Zam se alejó un poco de mí. Estábamos una frente a la la otra. Sus ojos verdes me miraron con cierta ternura, casi como si yo le diera pena. Me sentí un poco extraña.

—Creo que no sabes cómo funciona esto —emitió una risa baja,—no se supone que puedes hacer lo que quieres.

Me soltó un delicadeza y sacó su dedo pulgar de mi boca.

—¿No se supone que haces lo que te pido? —pregunté, dudosa.

Ella se movió con agilidad sobre el sillón, sentí el peso de su cuerpo aunque todavía no me había tocado. Su sombra se proyecto sobre mí, el calor de su cuerpo me invadió mientras me empujaba con sutileza para que me recueste en el sillón. Le hice caso. Apoyé mi espalda contra los almohadones del sillón, dejando mis piernas rectas y mi brazo izquierdo en el borde, apunto de caerse. Se me aceleró la respiración viendo como Zam se subía sobre mí, moviendo suavemente las cadera para poder acomodarse mejor.

—Te haré todo lo que te dejes hacerte —susurró, rozando la yema de sus dedos contra mi mejilla,—pero sé que no es el momento.

Dejé escapar un jadeo cuando sus dedos tocaron mis labios.

—¿Y para qué es el momento?

Puede que mis preguntas parezcan con las hago de forma insinuante pero en realidad no tenía idea de nada. Sólo se me escapaban las palabras de la boca cada vez que ella decía cosas como esas. La duda podía conmigo y le terminaba preguntando cosas que obvio ella podía jugar con la respuesta.

Una sonrisita malvada decoró su rostro, me reí de los nervios.

—Para nosotras, Fran, es para nosotras.

Su voz me recordó que esto no tenía que ser precisamente sexual. Que podía ser muchas cosas más.

Zam se inclinó sobre mí, dejando escapar un suspiro contra mis labios entreabiertos. Su rostro de cerca era todavía más atractivo, sus facciones delicadas y a la vez duras, sus pecas por todo el rostro, el cabello rubio oscuro (que en realidad sospecho que es castaño claro)cayendo sobre su frente y a sus costados. La manera en la que me miraba hacia que mi corazón se enloqueciera, que me dejara sin respiración y la mente en blanco. No se me ocurría nada más que su nombre en mi mente. Sus pupilas estaban dilatadas, me dijeron que sentía muchas cosas más que una simple atracción por alguien que no conocía del todo.

Estiré una mano para correrle el pelo de la frente y colocarlo detrás de su oreja. El roce de su mechón contra mis dedos fue suave. El roce de su piel me embrague un instante, así que tuve que apartar la mano. Pero nos seguimos mirando, la conexión que habíamos creado, que nos decíamos todo y a la vez no nos decíamos nada.

Fran y la idea del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora