Capítulo 15 [15.1]

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Estaba de vuelta en casa

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Estaba de vuelta en casa.

La casa de Dan se erigía orgullosa en aquella parcela campestre, rodeada cuantiosos jazmines de Carolina, amarillos y rebosantes por toda la fachada. El tejado oscuro era bañado por los rayos del ocaso, contrastando con el revestimiento de sus paredes de ladrillo rojizo. Si se prestaba atención, se podía ver el gran trabajo en las ventanas abatibles labradas en madera. Todo lo anterior, le otorgaba a la propiedad gran carácter.

Marisol pensaba que tal casa reflejaba al propio dueño. Rústica, fuerte y serena. Más allá de eso, era dueña de un particular encanto, evocando una imagen de libro de cuentos y en realidad, así era.

Aquella cabaña pertenecía al hombre lobo que había robado su corazón.

Se dejó guiar por el brazo de su abuelo. Un brazo tan fuerte y robusto que doblaba el tamaño del suyo, a pesar de su avanzada edad. Sintió que la calidez la embargaba mientras atravesaba el umbral de la entrada. Olia a canela y a pan recién horneado. Con seguridad, sus hermanas habían preparado un banquete para ella.

Observó a cada una arribar y abrazarla, derramando lágrimas tibias sobre sus mejillas. Primero, Gaby. Secundada por Ana y Sofía. Incluso, su querida Tania, quien siempre se hacía la fuerte, extendió sus brazos hacia ella.

—Lo siento tanto, Mari— decían una y otra vez.

Marisol no sabía el porqué se disculpaban. No era su culpa y tampoco, de ella. La vida era así. Llena de momentos difíciles. Junto a otros, felices. Sin embargo, ella tenía la oportunidad de reunirse con su familia, luego de setenta y dos horas hospitalizada y un extenuante interrogatorio por parte de la policía del condado.

A pesar de todo lo ocurrido, Mari sabía que no había nada pendiente por resolver y así se los hizo saber, abrazando a cada una de las mujeres y repitiendo lo mucho que le alegraba estar de vuelta en casa.

Y así, era.

Se sentía esperanzada.

Por evidentes razones, Marisol no deseaba rememorar lo ocurrido. Su cuerpo agotado le recordaba el gran peligro que había padecido. 

Guiada por una mente inconexa que la apartaba de sus funestos recuerdos. Como si fuese otra y no ella, la joven sobreviviente del aterrador percance.

Aquella valiente mujer había atacado a Jamie, escapado y presenciado su muerte. La guerrera que dormitaba en su interior, se había recostado, echado a dormir una vez que tarea estuvo hecha.

Esa Marisol temeraria la había protegido y le había echo prometer que no se dejaría vencer, ni permitir que un episodio funesto marcara el resto de su existencia. Le recordó que era más que aquella chica secuestrada en el sótano.

Era una mujer devota, amorosa y soñadora. Nadie podría arrebatarselo, a menos que lo permitiera.

Ahora, con su captor muerto, estaba convencida que no había forma de que volviera a lastimarla o alguna otra. Dicha resolución aliviaba su conciencia, le ofrecía una especie de alivio temprano a un espíritu previamente quebrantado.

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