Qué bien se sentía. El contacto con su piel no dejaba de maravillarlo. Se cernió sobre ella, sosteniendo sus muñecas. Había liberado sus pies para colocarse en la posición adecuada. Tal como esperaba, Marisol cedió ante sus deseos. Un toque de rebeldía se reflejaba en sus ojos, diminuto, indescriptible indecisión en el momento en el que él deslizó sus pantaletas hacia abajo. Jamie no deseaba rasgarlas cuando éstas aportaban un placer perpetuo al despojarlas. Aquello, lo sobrepasaba. Necesitaba tanto saciarse de ella. Aquel apetito por infringirle dolor iba más lejos de lo que podía contener, penetrándola a la primera oportunidad. Sintió la carne viva de Marisol encogerse ante su invasión. Se congratuló de la primera estocada, cerró los ojos y gozó nuevamente del empoderamiento del cuerpo debajo del suyo.
Por fin, ella...
Por fin, suya...
Un agudo dolor atravesó sus costillas en ese momento. Era un dolor que nunca olvidaría y mucho más evidente que cualquier otro. Mucho más que el disparo sufrido durante la tarde. Casi paralizante. Cuando volvió su vista, vio un objeto clavado en su lateral izquierdo. Le costó diferenciarlo al principio, pensando que era un puñal o una daga. Daba igual. Se distanció y vio con asombro que era parte de las herramientas que había dejado olvidadas en la parte posterior de la van. La sangre comenzó a fluir en pequeñas dosis y el objeto incrustado en su abdomen era el causante. En cuestión de milésimas contenidas en un segundo, comprendió que ella lo había apuñalado. No sólo lo había intentado, la zorra lo había conseguido.
Aquella zorra.
Aquella puta mal parida que no valía ni un céntimo de lo que él pensaba.
La asesinaría. La asesinaría y la jodería aún después de muerta.
Se abalanzó hasta tomar su cuello, cortando su respiración. Ella emitió algunos gemidos inconstantes, lo suficientemente gratificantes para que él olvidara el dolor en su abdomen. Si aquello conseguía matarlo, se la llevaría consigo a las entrañas del mismo infierno al cual estaba destinado.
—¡Te mataré! ¡Te mataré!— su propia voz le era extraña. Desprovista de control. Hierro caliente sobre piel. Todo el odio supuraba a través de él. En ese instante, sólo deseaba matarla. Verla perecer en el peor de los estados. Arrastrando consigo todo recuerdo de ella hasta que dejara de existir.
—¡¿Cómo pudiste?!— sollozó, viendo quebradas sus últimas esperanzas en aquellas mejillas enrojecidas.
Ella había sido especial.
Había sido todo cuanto había soñado.
Entonces, en un momento que jamás pudo prever, la zorra removió el objeto. O eso intentó. Jamie sintió la terrible punzada que lo hizo encogerse al instante, sin brindarle la posibilidad de defenderse. Percibió con claridad a sus tejidos removerse y aulló de dolor, doblegándose ante la derrota de no poder hacer nada cuando la pequeña puta se escapó de sus manos.
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Era una molestia, precisamente ahora, cambiar a su forma humana. No obstante, cuando escuchó el alarido de Beca al verlo en la forma de una enorme bestia marrón, Dan tuvo que esconderse en las profundidades de su sótano. Las pisadas de todos aquellos que tan agudo grito había conseguido despertar, se hicieron presentes en los pisos superiores. La voz de las hermanas Gutiérrez se precipitaban, junto con exclamaciones como:
«¡¿Qué ha pasado?!»
«¡¿Dónde está Marisol?!»
«¡Tengo que ir con Sofí!»

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REFUGIADA
ParanormalMarisol es una joven educadora con un corazón compasivo, hasta que un inesperado acontecimiento perturba su vida. Motivados por su sufrimiento, las hermanas Gutiérrez se mudan a Refugio, un pequeño pueblo, oculto en las montañas de Carolina del Sur...