Capítulo 6 [6.2]

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Cuando Jamie decidió irse de casa, poco les importó a su padre y a su madrastra. Aquél par de imbéciles permanecía demasiado ocupado para prestar atención. Su padre, asistiendo a los distintos eventos de beneficencia con futuros opositores de su próxima candidatura y, casi todas las noches bajo las sábanas de Henry, su joven y rubio asistente de Stanford. Por su parte, Julia decidió pagarse unas merecidas vacaciones en Las Vegas, en compañía de las estúpidas comadronas de su club de tenis.

Como era de esperarse, Jamie había sido reprendido cuando ocurrió aquel suceso con Marisol. No porque su padre tuviera una genuina preocupación por la mujer, claro está; sino por arruinar las perspectivas políticas de la familia Lindert. En opinión de Jamie, un pequeño desliz no era para tanto. Julia había protagonizado algunos escándalos y, pese a eso, gran parte de la clase política en San Francisco seguía calificándola como una mujer encantadora. Pocos tenían conocimiento sobre su naturaleza depresiva y un tanto ambivalente. Necesitando un mejor guardarropa, una piscina más grande, una innovadora rutina de ejercicio o un cándido romance a finales del próximo mes. Estaba en manos del senador complacer todas las exigencias de su sofisticada esposa y Jamie estaba agradecido de que fuera el caso. O por lo menos, creía estarlo.

Fue gracias a una de las exigencias de su madrastra por la cual Jamie había conocido a Marisol.

La joven maestra era una mujer bastante guapa y desprotegida. Desde que la conoció, siempre vistiendo suéteres de cuello alto que no hacían más que provocar deliberada lujuria en él, supo que debía dominarla. Marisol representaba todo lo que él deploraba; la inmensa gratitud con la vida, el respeto hacia todo ser que cohabitara el jodido planeta y la empatía con los sentimientos humanos.

No dejaba de sorprenderle, de cuando en cuando, que una mujer evocara sentimientos tan contradictorios dentro de él. Por una parte, odiaba lo que ella representaba, por otro lado, necesitaba tenerla cerca. Marisol era demasiado buena para su propio bien. Necesitaba a alguien al mando, alguien que le indicara qué hacer. Era ese tipo de mujer. Imploraba porque alguien le enseñara lo que era el dolor y el sufrimiento.

Jamie, por su parte, necesitaba nutrirse del dolor.

Era lo que le había escuchado decir a su último terapeuta en un arranque de completa honestidad. Pocos se atrevían a decir lo que era en voz alta; médicos asustadizos debido a la intachable reputación de su padre. Fue a los quince años, durante un programa de criminología forense, que escuchó lo que era un psicópata; un individuo relativamente insensible al dolor físico, rara vez con miedos condicionados que restrinjan sus malas acciones. Jamie no creía ser similar a ese trastornado antisocial. Él estaba al tanto de lo que era el bien y el mal, pero no estaba de acuerdo en suprimir los deseos del individuo.

Eso incluía a Marisol y a él mismo.

Así que el martes por la tarde Jaimie tomó una mochila con unas cuantas mudas de ropa, identificaciones falsas, cepillo dental y cincuenta mil dólares extraídos de la caja fuerte del despacho del senador.

No fue sencillo dar con Marisol, pero sobornó a la pequeña puta de su padre para que lo hiciera. Conocía bien lo mucho que lo excitaban los chicos adolescentes y los costosos lugares que Henry frecuentaba. Fue sencillo seducirlo, y amenazarlo aún más. Por fin, esa pequeña puta había tenido un uso práctico. Ahora sabía que Marisol estaba en Carolina del Sur, en un insignificante lugar llamado Refugio. Compró un ticket de avión y se hizo de una van de segunda mano al llegar al Aeropuerto Internacional de Charlotte, entre otras cosas que podían resultarle útiles.

Era curioso— pensó Jaimie al avistar a una cincuentona leyendo una de las trilogías de Fifty Shades of Grey. Muchas mujeres interpretaban el amor como un juego de dominación. Pese a su corta edad, él estaba seguro que realmente pocas entendían lo que involucraba. El acoso, la intimidación y aislamiento era factores cruciales para el sometimiento y pocas tenían capacidad de resistencia. Afortunadamente, Marisol era una chica capaz. Una mujer buena y bondadosa.

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