SeHun fue a alimentar el fuego mientras JunMyeon seguía acunando a la niña. Al cabo de unos minutos, convencido de que se había quedado dormida, fue a echarla, pero en cuanto la dejó, NingNing abrió los ojos. Al ver que iba a llorar, JunMyeon recordó uno de los dichos de su madre de adopción: «Es bueno que lloren». Y los dejaba llorar durante horas.
Cuando JunMyeon había ayudado a cuidar al bebé, solía contarle cuentos y cantarle. Pero KiJoon era muy estricta con la hora de acostarse y le prohibía salir de su cuarto pasadas las siete. Cuando lo oía llorar, JunMyeon pensaba que quería que le cantara y a menudo se planteaba correr el riesgo e ir a consolarlo, pero nunca se atrevió. JunMyeon permanecía en la cama, llorando, con un nudo en el estómago y la mirada clavada en la oscuridad. Incluso después de tantos años, aquellos recuerdos le resultaban tan dolorosos que habría querido taparse los oídos como si con ello pudiera dejar de oír el llanto del bebé.
JunMyeon tomó a NingNing de nuevo en brazos y vio que SeHun lo veía, pero en lugar de hacer un comentario, se limitó a dejar el atizador y a volver a su ordenador mientras JunMyeon acunaba a la niña en otro rincón de la sala.
Veinte minutos más tarde la niña pareció estar profundamente dormida y a JunMyeon le dolía la espalda. Pensando que una luz más tenue contribuiría a no despertarla, le pidió a SeHun que bajara las persianas.
Para no pasar el día en pijama, SeHun le había dado un jersey de cachemira azul celeste que a JunMyeon le quedaba como un vestido, y SeHun se había puesto otro gris oscuro, a juego con sus ojos, así como unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus atléticas piernas. En aquel momento, incorporándose y cuadrando los hombros como si entrara en acción, SeHun parecía un modelo.
–Esas ventanas no tienen persianas. ¿No te sientes demasiado expuesto? –agrego JunMyeon para distraer su mente a lugares menos calientes.
–Estamos en medio del campo. Solo un oso se asomaría a mirar. –comento SeHun.
–Voy a probar a echar a NingNing en mi dormitorio, a ver si la oscuridad le ayuda a dormir. –dijo JunMyeon sin más que decir ante la corta respuesta de SeHun.
También sería más silencioso y no tendría que andar de puntillas para no despertarla.
–¿Puedes buscarme unas cuantas almohadas? –agrego JunMyeon con ojos suplicantes.
–Enseguida JunMyeon. –SeHun se adelantó.
Cuando JunMyeon entró en el dormitorio, SeHun sacaba unas almohadas de un vestidor y, sin que JunMyeon tuviera que pedírselo, formó un confortable rectángulo en la cama, que rodeó de un edredón para evitar que se moviera. JunMyeon posó a la niña, asegurándose de que estaba seca.
Esperaron unos minutos y la niña no se movió. JunMyeon no supo si reír de alivio o colapsar de agotamiento. Pero en cuanto SeHun se aproximó, sus sentidos se aceleraron en otra dirección.
Al salir, SeHun hizo ademán de cerrar la puerta, pero JunMyeon posó la mano en su brazo para detenerlo. Notar los músculos duros y fuertes de SeHun le turbó el cerebro, y retiró la mano como si se hubiera quemado.
–Deja una ranura abierta para que la oigamos. –dijo JunMyeon con timidez.
SeHun esbozó una encantadora sonrisa e, inclinándose hacia JunMyeon hasta casi rozarle la oreja, dijo:
–Seguro que vienes a mirar cada dos minutos.
–Puede que tengas razón. –dijo JunMyeon, tratando de ignorar la forma en que se le aceleraba el pulso.
–Me parece que tenemos un guardián que nos avisará si pasa algo. –comento SeHun, mirando hacia abajo.
Gasparin se había echado delante de la puerta, con la cabeza apoyada sobre las patas delanteras.
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BEBÉ ABORDO-SEHO
Художественная прозаKim JunMyeon un reportero con un pasado triste Oh SeHun un magnate de los negocios frio y calculador. Ambos atrapados dentro de un taxi por la tormenta de nieve en Asan. Para sumarle lo extraño en el taxi hay algo: una canasta con un bebe. ¿De qu...