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Suguru

Casi se pone a llorar de la felicidad cuando salió del supermercado, sintiendo como el peso de sus hombros ya estaba desapareciendo. A pesar de tener sus manos llenas de bolsas por las compras del mes, aquello era el último pendiente que tenía antes de irse a casa y estaba tan contento; al fin podría llegar a su hogar, descansar, compartir con sus hijas y cerrar el pesado día llamando a Satoru para saber de él.

No le había enviado ningún mensaje. Después del mediodía, al parecer el albino se había aburrido de escribirle y no recibió más llamadas ni mensajes de texto. Suponía que ya resolvió el inconveniente para el que lo necesitaba, o al menos le estaba dando su espacio personal para responderle cuando intuyera estuviese desocupado. Cerca de las once se dio cuenta que no había cargado lo suficiente su teléfono, recordaba dejarlo enchufado la noche pasada antes de dormirse, pero puede que le haya pasado la típica de "lo dejé mal conectado". Justo debía llamar a los apoderados de sus alumnos, por lo que les mandó un mensaje rápido a sus hijas y ahorró la batería hasta el final de la jornada escolar.

Después de guardar las compras en el maletero del auto, condujo hasta su casa con un poco de estrés acumulado en su cuerpo, llevaba años trabajando de maestro, no obstante, jamás terminaría de acostumbrarse al pesado horario y lo tedioso de moverse de un lado hacia otro, compartir con tantos adolescentes hormonales y rebeldes y cumplir con lo acordado por su jefe. Al menos ya iba camino a su hogar, el tráfico era menos del habitual y siendo casi las ocho de la noche finalmente podría respirar, sin olvidar algo importante que quedaba en el tintero.

Debía llamar de vuelta a Satoru.

Apenas llegó a casa sus hijas lo recibieron con cariño, ayudándole a bajar las compras del mes y acomodándolas en la despensa para ahorrarle trabajo a su padre. Nanako y Mimiko eran muy buenas hijas y cómo no, jamás olvidarían cuando su padre las salvó de un orfanato ilegal donde corrían peligro de ser abusadas, maltratadas y drogadas, bajo la corrupción del repulsivo dueño del lugar que buscaba hacer negocios con jefes de mafias.

— ¿Muy pesado el día, mis niñas?

Suguru cocinaba con tranquilidad, mientras del otro lado de la barra sus dos retoños lo miraban atentas a cada uno de sus gestos.

No habían olvidado la conversación con los muchachos de primero, tenían presente que debían decirle a su padre, pero esperarían a después de la cena para no quitarle el apetito.

— No mucho, estudiamos un rato con Okkotsu-Kun, pero hay muchas cosas que no nos quedan claras aún. Menos mal tenemos tres días todavía. — Mimiko apoyó la cabeza contra sus brazos, suspirando de solo recordar la terrible cantidad de materia que le faltaba por repasar en química.

Cómo maldecían a Gojo Satoru y su exigencia.

— Les va a ir bien, confíen en ustedes. Satoru puede ser muy despiadado, pero también le tiene compasión a sus alumnos. — de tantos años de conocerlo y saber sus ideales con respecto a refundar la educación, conocía casi a la perfección su metodología. Podía a ser un cabrón, pero tampoco tanto.

— Eso esperamos. — Nanako miró con rapidez a su hermana, las dos sintiéndose nerviosas con solo escuchar el nombre de su profesor y recordar la conversación.

Cuando la cena estuvo lista se sentaron a conversar los tres. La dinámica familiar entre ellos era muy bonita, había confianza, respeto y mucha contención emocional, en general Getou había tenido una muy buena relación con sus padres desde niño, por lo que el patrón familiar que tenía inculcado era muy sano y firme, sobre todo después de saber lo mucho que sufrieron sus pequeñas. Las adoptó muy joven cuando apenas tenía veinte años, pero no se arrepiente para nada, Nanako y Mimiko son lo mejor que le ha pasado.

❝Bad Habit❞ 「SatoSugu」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora