↭Día diecinueve↭

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MARATÓN 3/3.

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Te voy a contar un secreto y no le puedes decir a nadie… Aquí va: “En las partes alejadas del bosque un hombre se esconde en una casa de madera. Parece un buen hombre, pero ¡qué cosa tan estúpida pensar que un hombre es solo un hombre! Él esconde un secreto, pero ese no te lo voy a revelar. Un secreto lóbrego, retorcido y enfermo”


Hashville, Noroeste de Europa.
Martes; 24 de diciembre de 2003; 8:46 pm.
Narrador en tercera persona:

—¡¿Cómo que no saben nada de él?!

—S-señor…

—¡Y una mierda señor! ¿Sabes lo qué significa haber perdido a 006? —exclamó, histérico, colapsando de ira.

Su rostro estaba tan carmesí como la sangre en el suelo maloliente y sucio, incluso el blanco de sus ojos parecía un manantial rojo. Aquel hombre horrorizaba con solo ver el temblor en sus manos toscas, arrugadas y callosas.

—Hay malas noticias —pronunció el joven sentado frente a un conjunto de ordenadores, todos conectados y con la misma cantidad de información. Su voz: serena, impasible, inalterable. Su mirada: perdida, vacía, dócil.

—¿Qué dijiste? —rechistó el mismo viejo, a punto de volverse a montar en cólera.

A juzgar por el blanco de sus largos cabellos, por las nacientes arrugas en su cuello largo y grueso, en sus pómulos llenos y las esquinas de sus ojos, aquel señor debía tener cerca de cincuenta años, a pesar de que no lo parecía. Su presencia imponía miedo, el gris —casi blanco— de sus iris intimidaba, aterrorizaba. Parecía una pesadilla estar frente esa figura de casi dos metros, con largos cabellos y los ojos casi rojos de ira, de la furia insana que abordaba cada partícula de su cuerpo. 

—No escapó solo —contestó la misma voz—, está con 009.

Y esa fue la gota que derramó, no; que explotó e hizo añicos al vaso. Una espesa afonía envolvió a los tres hombres en ese sótano con hedor a húmedo y a sangre. Milo, el hombre de ojos grises, observó hacia una de las celdas, a la del chico que más despierto y vivaracho estaba. Volvió su retorcida mirada al hombre de bata blanca que temblaba, pero no por una rabieta o enojo, más bien de terror, del miedo que da la muerte cuando la tienes frente a tus ojos, cuando está pasando frente a ti, cuando te acaricia la espalda, pero no te encaja el puñal solo para hacerlo de frente. Milo levantó su dedo índice y corazón, apuntó a su frente y un lustroso relámpago salió desprendido y desesperado de ellos iluminando toda la habitación, pero sin causar algún otro ruido, más que el sonido chispeante del rayo. El falso doctor cayó redondo al suelo, quemado, con su cuerpo distorsionado y más pequeño con respecto a su estatura anterior.

Milo dio unos cuantos pasos hasta llegar a la celda del chico, más parecido a un monstruo embravecido que a un humano. Casi parecía no tener las proporciones adecuadas para estar en esa cárcel; medía dos metros y medios, y la anchura de su espalda, hombros y piernas era anormal. El color negro de su piel compaginaba macabramente con las venas que sobresalían de su cuello, abdomen y antebrazos. Su cabello azabache y largo se encontraba semi recogido en un moño desordenado; no tenía iris ni pupilas, todo era blanco. Blanco como la nada, como la luz que ves al final del túnel, la luz que te ciega. Pero ese blanco no demostraba pureza ni inocencia, porque lo sucio y sombrío de aquello se escondía tras su vasta sonrisa. Tras las largas y afiladas garras de sus seis dedos. Los cuernos rojos y puntiagudos salientes de su frente lo hacía pasar fácilmente por un demonio. No obstante, no era uno. Era algo peor. Algo más tétrico, más mugriento y aterrador que una simple criatura del inframundo.

—Prepáralo todo, 13 va ir a buscarlos —informó ese hombre que escondía un secreto repugnante y lúgubre. El mismo hombre que tenía una sonrisa maquiavélica en su rostro de facciones perfectas.

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⏰ Última actualización: Aug 09, 2022 ⏰

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↭Bailando con la Muerte↭ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora