↭Día nueve↭

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Día nueve: «Postres y apodos»

Querido diario:

“—Oye, Mila —rompió el silencio y mis orbes recayeron en él.

Ambos estábamos sentados en los oxidados columpios del patio, él en el rojo, yo en el verde. Nos columpiábamos vagamente, miraba mis opacos zapatos y como siempre, el chico fumaba condenadamente rápido su cigarrillo. Este era el quinto.

Una de las cosas que he notado en Raine es que sus ojos cambian de color. Aún no le he preguntado el por qué, aunque pronto lo haría. Un día eran tan grises como una tormenta dispuesta a acabar con todo aquello que se interpusiera en su camino, sin embargo, existían los días donde eran de un color verde esmeralda, uno tan bonito. Entonces, en esos días, yo no atinaba a nada, sus iris me hipnotizaban, parece un hechizo. Y es que me transmite tanta calma, tanta tranquilidad. Sentimientos que yo no tengo, pero necesito y ansío tener.

—¿Sí?

—¿Tu cabello es blanco natural o lo teñiste? —frunció su ceño con notable confusión y yo sonreí.

Me causó mucha gracia verlo confundido, normalmente siempre está seguro de lo que dice y hace. Pero, sobre todo, me causó mucha más gracia verlo hacer ese gesto con su frente, lucía... lucía adorable. La mayor parte del tiempo su expresión es impasible o serena, rara vez cambia.

—Es natural —contesté con una sonrisa y su expresión no cambió —. Mi madre es pelinegra y mi padre castaño claro, hasta donde sé no tengo ningún familiar con el cabello de ese peculiar color —me encogí de hombros.

Quien me viera no creería que el blanquecino de mi cabello era natural. Parecía casi surreal teniendo cejas oscuras y sin ser alvina.

—¿Ni siquiera los doctores supieron a qué se debía? —Volvió a cuestionar y yo negué lentamente.

—Cuando nací me hicieron varios estudios, no exactamente por eso, sino porque había nacido prematura. Luego los doctores quisieron estudiarme un poco más por mi raro color, aunque claro, mis padres no permitieron que lo hicieran tan a fondo. No es como si yo fuese un conejillo de indias —le conté y sus labios se curvaron hacia abajo.

Tomó una larga calada del cigarrillo, dejando perder su mirada entre la negrura espesa de la noche no tan estrellada y volvió a mirarme.

—Tal vez sea un extraño gen de alguno de tus antepasados, aunque sería un caso bastante extraño. Dudo que hubieses heredado algo de tus bisabuelos o tatarabuelos —supuso y sacó otro cigarro de la cajetilla.

Esa vez fue mi turno de mirarlo confundida por su respuesta. ¿Cómo sabía aquello? ¿Cómo había llegado a esa conclusión?

—¿Cómo lo sabes? —Él sonrió soltando el humo por sus fosas nasales.

—Estudié medicina.

Mi mente había quedado en parálisis. ¿Raine era médico?

—Es decir, ya eres médico —firmé con algo de duda.

—No —negó con una leve sonrisa —. Tengo mi título, pero nunca lo he ejercido.

—Ah —emití como estúpida.

Nos quedamos sumidos en un profundo y cómodo silencio, lo único audible en aquel patio eran las hojas casi secas de los árboles y el ruido del encendedor cuando mi compañero iba a fumarse otro cigarrillo.

—Raine —lo llamé y sus ojos verdes analizaron detenidamente mi rostro—, ¿cuál es tu postre favorito? —interpelé inocentemente.

Me he dado cuenta de que unas ojeras medias negruzcas comienzan a crecer sobre sus pómulos. Además de que se nota algo agotado, como si no hubiera descansado en días. Eso me preocupa un poco, ¿ha estado trasnochando? ¿tiene insomnio? ¿no puede dormir bien? Yo no tengo la capacidad de contestarme a mí misma aquellas preguntas, pero pronto le interrogara a él.

↭Bailando con la Muerte↭ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora