Día trece: «Término medio»
Querido diario:
Cuando puse un pie en este centro, por mi cabeza jamás atravesó la idea de conocer a nuevas personas que, de cierto modo, cambiaron mi vida. Una de ellas es Raine. A pesar de saber sobre su existencia hace menos de diez días, mi vida y forma de pensar, se han doblegado.
No me gusta creer que el tiempo determina lo que sientes por una persona, o si una conexión se puede establecer en un corto lapso.
No lo niego, es un hecho: el chico que se sienta cada día conmigo en el columpio a conversar sobre la vida, me importa. Me importa más de lo que él puede imaginar, o incluso yo. Muchas personas me darán por loca ante lo que acabo de admitir, porque ¿en qué cabeza cabe que en trece días alguien pueda importarte tanto? Y no me preocupo por ese sentimiento tan fuerte dentro de mí; es sencillamente indescriptible la sensación, la conexión que siento estando a su lado. Esa paz y serenidad que irrumpen en mí como si de una ola contra una roca se tratase, es como la dosis que necesito para estar bien cada día.
“—Raine, ¿qué somos? —interpelé, observando cómo mis pies jugaban con la tierrilla debajo de ellos.
Frunció su ceño, dejando el cigarro de lado —. ¿A qué te refieres?
—Una vez llegué a la conclusión de que somos más que moléculas, que somos más de un cuerpo impulsado por el latir de un corazón. Algunos están vacíos por dentro, otros están llenos —argumenté, y su mirada (esta vez verdosa), me escrutó.
—¿Llenos de qué? —Tomó una calada de su cigarrillo.
—Bueno... de amor, felicidad, ganas de vivir —mencioné, un poco obvia.
—Mila, muchas veces los humanos cometen el error de pensar que los sentimientos positivos son lo único que alguien puede tener dentro. Por eso cuando se topan con personas llenas de odio, dolor o tristeza se sorprenden. Incluso le ponen la etiqueta de depresivo, rencoroso o mala persona. —Botó lo que quedaba del pitillo y sacó otro —. Lo cierto es que son emociones tan normales como el amor, la felicidad, la alegría. Si te das cuenta, todo tiene positividad y negatividad; a veces a partes iguales, a veces no. Es lo mismo que sucede con los colores, está el blanco, también está el negro; pero si te das cuenta, está el gris que es la estabilidad entre ambos. Al punto donde quiero llegar es que todo debe estar balanceado, en un término medio. —Lo prendió y luego de inspirar el aire, lo soltó por sus fosas nasales.
—¿Término medio? —cuestioné dudosa.
—Sí, es decir, ¿cómo vas a disfrutar de los placeres de la vida sin antes haber tenido nada? ¿Cómo vas a valorar lo que te rodea sin antes haberlo perdido todo? ¿Cómo vas a saber que estás amando verdaderamente a alguien sin antes haber sentido odio en ti? ¿Por las mariposas en el estómago? No, Mila, eso solo son puras metáforas inventadas por los escritores para ganar audiencia. Justo ahí está el objetivo de las emociones negativas: volverte más fuerte, imponerte obstáculos para saber hasta dónde eres capaz de llegar. —Pasó una mano por su cabello —. Y lo mismo sucede con las emociones positivas; están para mostrarte que no todo está perdido. —Tosió un poco fuerte y apagó la colilla.
—La idea es mantener la estabilidad entre ambos polos, ¿no?
—Exactamente. Aunque eso a veces resulte un poco complicado y la balanza esté más a favor de un extremo que de otro —asintió, viéndome —. ¿Sabes? La mayoría de los humanos por más que pierdan todo, cuando lo recuperan dejan de valorarlo, es bastante idiota eso —frunció su ceño —. Caen en el mismo agujero dos, tres, cuatro y hasta infinitas veces.
—¿Sabes, Raine? —sonreí un poco al pronunciar esa palabra tan usada por él —La vida es como un laberinto; no encontrarás la salida la primera vez que lo recorras, ni tampoco la segunda o la tercera vez. Puede que, incluso, vuelvas a tomar el mismo camino sin darte cuenta, solo porque quieres tu libertad —cité las palabras que una vez mi padre me comentó —. A lo que me refiero es que a veces resultará un poco difícil no tropezar con la misma piedra.
La afonía reinó entre ambos. Él no volvió a sacar un cigarro y no volví a balancearme en el columpio.
Los recuerdos comenzaron a amontonarse en mi cabeza, uno tras otros. Pasaban en ráfagas, rompiéndome un tanto más. Pasaban en carrusel, haciéndome más débil. Los consejos de mi padre, las risas con mi madre, las fotos familiares, los abrazos que gritaban un claro: “te extrañé”, los besos en la frente. Todo. Todo me atormentaba y no podía borrarlo de mi mente; el amargo sabor del pasado estaba impregnando en mí como los tatuajes en la piel de Raine.
Inevitablemente, en mis ojos se concentraron las lágrimas que no había derramado todos estos días atrás. Primero rodó una por mi mejilla, luego otra, y otra y otra hasta convertirse en un llanto silencioso.
Un sollozo traicionero escapó de mí, arrepintiéndome al instante de haberlo dejado huir. La atención del chico recayó en mí, e hice todo lo posible para que no me viera llorando.
—Mila, está bien llorar. —Noté que se puso de pie y me extendió su mano —. Ven conmigo, por favor —pronunció con voz suave.
Algo avergonzada la tomé. Pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros y caminamos hasta el muro que limitaba el centro con la calle. Se puso de frente a mí, y después de pasar sus manos por mis hombros descubiertos, las colocó en mis mejillas, limpiando mis lágrimas.
—No te sientas débil, llorar es de valientes —sonrió un poco.
—Es... es que... —sollocé, y cerré mis ojos con fuerza, intentando tragarme el nudo en mi garganta —. Los recuerdos me atormentan, Raine. Cada noche antes de dormir, cada mañana al despertar. Los recuerdos de mis padres, y el hecho de saber que no podré volver a verlos, no me deja descansar en paz. Abro los ojos cada día con miedo a morir sin siquiera despedirme. Y lo siento, no soy fuerte, le temo a la muerte. —Para ese momento ya era un mar de llanto —. Me siento mal, no puedo seguir fingiendo. Me siento sola —sollocé aún más fuerte.
Raine se quitó su gran abrigo, dejando ver parte de su tatuaje gracias a la camiseta que tenía. Me lo colocó encima y enseguida su calor y su colonia me acogieron, llenándome de la calma que necesitaba.
Se acercó un poco más a mí, más de lo normal, incitando que mis nervios flotaran todavía más —. Mila, tú no estás sola —susurró en mi oído, haciendo erizar cada vello de mi cuerpo. Se separó para mirarme detenidamente a los ojos, y comenzó a aproximarse a mi rostro, uniendo nuestras frentes, quedando a unos milímetros de diferencia. Cerré los ojos, nuevamente, al sentir nuestras respiraciones tan mezcladas, casi volviéndose una —. Yo estoy contigo”
Sentí una presión húmeda sobre mi boca, una presión suave y delicada que perduró por unos largos segundos, provocando que una corriente atravesara mi columna dorsal, dejándome llevar por la tibiez de los labios de Raine encima de los míos.
La magia del momento se rompió cuando abandonó mi boca. Abrí los ojos, encontrándome con los suyos, que brillaban. Giró sobre su propio eje y emprendió rumbo hacia dentro de la habitación, dejándome ahí, con su abrigo, con la huella de sus labios en los míos y con miles de dudas que azotaban una y otra vez mi cerebro, casi dándome jaqueca.
Definitivamente, ese beso robado no podré olvidarlo nunca.
Ahora solo tendré que lidiar con las preguntas que mi consciencia añade, al recordar el momento que se repite una y otra vez como un casete gastado. Preguntas que para ser sincera, no son fáciles de responder.
Si no muero, escribiré...
Mila.
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↭Bailando con la Muerte↭ ©
Misterio / Suspenso"Vives en una constante desesperación." La mayoría mueren, pocos se salvan. Son las palabras pronunciadas por los mejores doctores de Asfón, una ciudad al noroeste de Europa. Un mortal virus que ataca la piel está asesinando a cada persona que se...