↭Día tres↭

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Día tres: «Rutina valorada»

Querido diario:

Hoy pude dormir mejor y más tiempo, hasta que la voz chillona de la enfermera me sacó de mi universo de sueños para entregar el desayuno.

Estoy comenzando a detestarla realmente.

En cuanto a la comida en este sitio, no me puedo quejar. En general, no me puedo quejar de nada. No es la suite de un Hotel Cinco Estrellas, pero está bastante bien, si tenemos en cuenta que los hospitales y centros de aislamiento están colapsando y ni siquiera hay lugar para los que están mal, casi muriéndose.

«Pronto colapsarán los cementerios»

Por otro lado, mi día ha transcurrido con normalidad, hoy no me pusieron la dosis de vacuna, ya que causa adversas reacciones alternan los días, uno sí y otro no.

La hija de Anna —la chica de la que me hice amiga —, la recogió su padre. Dio negativo al segundo test rápido. Ya no tenía ningún síntoma, se había salvado. Había un 95% de probabilidades de que no empeorara, era una niña de siete años, y según los médicos, los menores de dieciocho años tienen más posibilidades de salir casi ilesos de la enfermedad, si no presentan problemas en su salud.  

En lo que llevo aquí, el chico sin nombre me ha dirigido dos gélidas miradas que me han hecho tragar grueso. No sé decir si porque no le despego los ojos de encima, analizando cada uno de sus movimientos —muy psicópata de mi parte —, o porque es tan natural esa frialdad en él. Bueno, con eso no he conseguido nada, porque ni sé su nombre, mínimamente. Él sale cada noche a fumarse una caja de cigarrillos —demasiado rápido —, y no lo entiendo, es como si quisiera morir.

He escuchado por la radio de mi teléfono móvil que este lunes atacarán fuertes aguas a la ciudad y por suerte este cuarto no se filtra.

Como cada día, hablo con mis padres, están un poco más tranquilos. Sin embargo, no lo suficiente, al final tengo una enfermedad que puede matarme.

Y mis días se han resumido así: desayunar. Observar al chico sin nombre. Leer. Almorzar. Ver mi celular. Observar al castaño. Leer. Merendar. Bañarme. Leer. Observarlo. Y escribir en el diario.

Nada cambiaba en mi rutina, todos los días son lo mismo. Puedo decir que es tedioso —y lo es —, que estoy cansada de repetir esas acciones sin quejarme. Pero estaría siendo egoísta. Teniendo en cuenta, que al menos puedo moverme con normalidad, no me canso de hacer lo mismo. Personas en este centro ni siquiera pueden abrir los ojos, estoy agradecida con la vida de poder seguir respirando cada día y tener las fuerzas suficientes para escribir estas líneas en el cuaderno rojo.

Aun cuando esta rutina vuelve loco a cualquiera, valoro cada minuto de mi existencia, porque yo no sé si seguiría viva al minuto siguiente. Y tan solo el hecho de poder seguir aquí, moviéndome, y no sintiéndome tan mal, para mí es suficiente.

Ojalá todos los jóvenes valoraran su vida así.

Espero poder seguir escribiendo...

Mila.

↭Bailando con la Muerte↭ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora