Ella sabe que está mal. Ella llora por las noches, sufre por los sentimientos que le abruman y desordenan la vida, sentimientos que comenzaron sin darse cuenta y se transformaron en algo que ni ella sabe descifrar.
¿Cómo poder superar algo que ni tu...
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I. La primera mirada
Los Ángeles, CA 2019.
El envolvente calor de Los Ángeles me hace sentir abrumada y con ganas de golpear a alguien. Me encuentro en el aeropuerto hace más de ocho horas esperando que un avión tenga un asiento disponible y lamentablemente no he tenido suerte.
No estaría aquí si no fuera porque Bianca, mi hermana mayor, prácticamente me rogó que regrese a casa, a pesar de que le hice saber de mil maneras que quería estar lo más lejos posible de Mónaco. ¿El motivo? Bueno, mi carrera está fracasando y no me apetece escuchar las palabras de mamá diciendo: "Luciana, la música no te dará de comer. Te lo dije".
Pero, ¿cómo no podria yo haberme dedicado a eso si mi más grande amor en la vida es tocar el piano?
Desde pequeña y de forma innata supe que tocar aquel maravilloso instrumento era lo único que quería hacer de mayor, sin embargo, nunca sopesé que de mayor también debía pagar cuentas y comer para mantenerme viva. En un principio, nisiquiera eso me detuvo, contra todo pronóstico, sin el apoyo de mi familia y sin ningún dólar en el bolsillo, apliqué para obtener una beca en una prestigiosa academia en California. Nadie pensó que pudiera conseguirlo, es más, ni yo me tenía tanta confianza, pero heme aquí, actualmente soy una licenciada en música clásica, aunque sin trabajo y sin un centavo.
Comienzo a escuchar entre murmullos que al parecer un asiento se desocupó al fin, por lo que entre codazos y malas palabras llego hasta la señorita encargada de la gestión administrativa de los vuelos.
—¡Necesito un vuelo a Montecarlo! —exclamo, cansada.
La mujer me observa con cautela. El cansancio debe hacerme parecer una loca.
—Buenas tardes, señorita. Se desocupó un asiento en primera clase, si...
—¡Lo quiero! —la interrumpo. No me importa gastar mis últimos ahorros ganados vendiendo café, necesito irme de este lugar.
—Necesito su pasaporte, por favor.
—Por su puesto —le digo, sin embargo, caigo en cuenta que no llevo mi bolso conmigo.
Giro mi cabeza hacia el lugar en que estaba hace unos minutos y veo mi pequeño bolso blanco colgado de mi maleta.
—Voy por él y regreso. No le de el vuelo a nadie más. Se lo ruego.
No le doy tiempo de responder y voy hacia el lugar en que se encuentran mis cosas.
Batallo un poco con mi maleta a la cual se le rompe una de sus rueditas colmando así mis nervios, y corriendo, vuelvo hacia el mesón. Estoy a punto de entregarle mi pasaporte a la mujer, cuando un hombre se cruza en mi camino.
