Capítulo XVII

81 10 1
                                    

Aunque tenga mi trabajo en la empresa y los días libres ayude a mi madre con las ventas de sus postres, necesitaba algo extra si quería avanzar más y enviarle dinero suficiente a Romina para que se pueda venir. ¿Pero, cómo se supone que acepte aquella propuesta cuando Alejandro me amenaza para que salga de sus vidas?

No quiero problemas, pero tampoco me dejaré arruinar mi vida por culpa de ese loco histérico.

—Esa propuesta es bastante repentina, ¿me dejaría pensarlo? Es que debo ver algunas cosas... —Le contesté a Ana. Quien tenía los ojos bien abiertos esperando mi respuesta. —Le daré la respuesta lo más pronto. Por ahora debo hablar con Lisandro de un asunto pendiente... Así que.

—No creo que puedas ahorita. Cucha esa... —Me señalo con su barbilla detras de mi y al voltear era quien no me esperaba para nada, Blanca.

Es cuando lo que me había dicho Alejandro, se me repite en el cerebro. Ellos están juntos y yo solo estorbo, y si descubrí que me gusta será mejor que mantenga mi distancia aunque de igual forma debo hablar con Lisandro y que todo se aclare antes que convierta en un problema más grande.

«¿Y ahora qué hago yo? Ay Lisandro... » Dentro de mí solo estaba algo nostálgica, porque era como un sentimiento triste el de querer a alguien pero que no sea del mismo modo de regreso.

—Será mejor que te sientes un rato para que lo esperes, querida... Así me acompañas y nos tomamos una taza de chocolate ¿si?

—Claro. —Dije en voz baja.

Cuando volví mi mirada en ellos sentí como si la sangre me hubiese bajado desde la cabeza hasta los pies... Cómo si todo mi cuerpo estuviese helado pero extrañamente mi rostro era lo único caliente. Ver a Blanca besar a Lisandro me causó un desagrado tan grande que... Quería salir corriendo o llorar de rabia.

Lo admito, sentí celos.

Celos de ella, pero ¿si a él verdaderamente le gustaba? Si se sentía feliz con ella no podía hacer más nada que hacerme a un lado, y alejarme como me lo pidió el idiota de su hermano Alejandro.

Supongo que su madre notó mi cambio de estado tan repentino, porque inmediatamente me llamó y tocó mi brazo para llevarme hacia el mesón, no quería que siguiese viendo como se besaban, que aunque sólo ví unos segundos me pareció que el mundo se detuvo para rodar en cámara lenta.

—Venga, mi Hedel, venga. Ten unas galletas.

Me sentí como una niña pequeña a la que le daban dulces para saciar la necesidad de haber deseado otra cosa que no le pudieron dar.

—Gracias, Ana... —dije con una sonrisa casi sin ganas. No podía disimular, se me hacía muy difícil.

—Cariño. —Se sentó frente a mi, en eso llegó un cliente al que le dijo que esperara un momento— Hedel, aquí entre nosotras... ¿Te gusta mi hijo?

Su pregunta me llenó de total asombró dejándome sin salida. Ni sabía que podía decir, pero... A ella no podía engañarla.

—No esperaba que me preguntara algo así. —Comencé a frotar las uñas de mis dedos— Pero, sí. ¿Es tan obvio?

En ella se dibujó una sonrisa genuina que me trasmitió paz. —Soy su madre, y tengo experiencia adquirida por los años... Y si me he dado cuenta que has mostrado interés en él y se que él también, pero es muy soso y lento para darse cuenta. Hedel, no sabes lo feliz que me hace que seas tú.

—Pero... El ya tiene a alguien más, como pudimos ver... —Contesté desanimada girandome a ver a Blanca.

Ella soltó unas risas y negó con la cabeza. —Blanca y mi bombón tienen una relación de esas informales, de aventuras... No sé como es que lo llaman ahora... —Dijo pensativa.

Los ojos del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora