Your Charms are Engraved on My Heart

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El regalo de aquella semana no fue una flor colorida, tampoco una fruta picada, sino una ramita de bonetero, con sus hojas verde brillante, diminutas flores verde claro y lo más llamativo de esta, las semillas colgantes, pintadas de un rosa intenso.

Bastante agradable a la vista, tan peculiar como el mensaje que cargaban:

"Tus encantos están grabados en mi corazón".

Shun suspiró y rodó en su silla detrás de la recepción mientras observaba la ramita del árbol, repitiendo el significado una y otra vez en su cabeza.

-Y los tuyos en el mío...- dijo en voz baja.

Era cierto que no había conocido muchos "encantos" de Hyoga. Al menos no en persona. Aunque aquella vez en la tienda había demostrado ser una persona creativa y decidida, también amable, aunque no muy abierto ni cálido.

Sin embargo, todos esos obsequios que había estado recibiendo en los últimos dos meses eran ciertamente el mejor encanto que Hyoga tenía para ofrecer. Tal vez su ex-novia simplemente lo sacaba de quicio y encima de todo estaba lidiando con una enorme bola de sentimientos negativos, que aparentemente, y de acuerdo con los primeros detalles, Shun era capaz de apaciguar.

Deseaba desesperadamente comunicarse con él, parecía que Hyoga lo conocía muy bien, y se atrevía a pensar que lo veía más a menudo; después de todo, tenía que pasarse por la tienda cuando entregaba sus obsequios. Pero el peliverde a duras penas sabía su nombre, ni siquiera sabía con seguridad cómo lucía.

En ese momento, Shun tuvo una idea, quedarse en la entrada de su tienda esperando por él para interceptarlo.

Había varios problemas con eso:

Primero, los sábados sólo abría hasta las 15:00, lo que le daba a Hyoga un margen bastante amplio para entregar la flor. El japonés tendría que acampar afuera de su negocio desde el sábado por la tarde hasta el lunes por la mañana.

Esa información podía reducirla fácilmente: las flores llegaban a sus manos frescas como lechuga, así que no podían pasar en el suelo más que unas pocas horas antes de que comenzaran a verse cansadas y marchitas.

Eso abría la posibilidad de que Hyoga entregara su regalo el lunes por la mañana o madrugada.

Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro. El próximo lunes sin duda abriría mucho más temprano.

Estaba de camino a casa, dándole los últimos arreglos a su maquiavélico plan.

-Ahora sí Hyoga, te atraparé con las manos en la masa...- venía pensando esto cuando detuvo la maquinación de la estrategia súbitamente.

Aquello podía matar por completo las intenciones del mismo Hyoga, tal vez lo hacía de este modo por una razón. Después de todo, lo primero en este juego e idioma era el anonimato, del mensaje, pero en ocasiones también del remitente. Intercambiar mensajes y sentimientos secretos que sólo el corazón entiende, una prueba de amor y fidelidad verdadera y duradera. La paciencia era también una virtud necesaria entre los actores de aquel ritual.

No podía hacer trampa, así era el juego que conocía tan bien, y debía de seguir las reglas.

Resignado, dejó ir la idea de desenmascarar a Hyoga, para simplemente deleitarse con sus hermosos y sinceros detalles.

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