Perfection

111 19 4
                                    

El siguiente lunes, Shun llegó a su tienda derrapándose en el pavimento. La alarma de su teléfono decidió que aquel día no iba a sonar.

De entre todos los días de la semana, el bendito aparato eligió ese para hacer de la mañana del peliverde un auténtico calvario. Ese día que tanto esperaba, más que el fin de semana, o algún día feriado.

¿Por qué corría? Él era el dueño, ¿quién le reclamaría por demorarse? En el local sólo estaban él y las flores. No podían despedirlo ni mucho menos. La única furia que podía recibir era la de sus clientes, que extrañamente habían acordado que el mejor día para comprar flores era el lunes.

Se sorprendió cuando al llegar a la tienda una fila de clientes ya estaba esperándolo.

Bueno, era una fila porque las tres personas estaban una atrás de la otra, pero apenas y se podía considerar una.

-¡Creí que no abriría hoy!- exclamó una señora, mientras se acercaba encimosamente al peliverde, quien intentaba quitar el candado. -Hace días que quiero venir aquí, pero nunca tuve tiempo. Y ahora que lo tengo, ¡usted no llega!

-Sumimasen...- expresó el japonés, falto de aliento, a la vez que intentaba no sonar grosero.

Apenas abrió el negocio, los clientes potenciales se encaminaron hacia adentro.

Shun no tuvo tiempo de ver si había flores en el suelo, pero alcanzó a notar un pequeño contenedor, sin pensarlo dos veces se abalanzó a recogerlo, trastabillando un poco, antes de que fuera víctima de las pisadas ansiosas de los clientes.

Un poco molesto y decepcionado, prosiguió a atender a sus clientes, que honestamente no parecía que vinieran por una flor en particular. Sólo se paseaban por la tienda, tomaban una especie aleatoriamente y se dirigían a pagar, ahí se le quedaban viendo con una sonrisa estúpida, como si esperaran algo de él.

Pero ese día no hubo flores para el florista... y tampoco descuento para los clientes. Ni siquiera un pilón.

Cuando los decepcionados compradores, más fanáticos de los ahorros que de las flores, salieron, el japonés se dejó caer en una silla, dispuesto a analizar mejor la ausencia de sus flores semanales y el por qué estas habían sido intercambiadas por un contenedor hermético.

Con el ceño fruncido tomó el recipiente y lo abrió. Una fresca fragancia salió de él, acompañada de unos colores vibrantes.

No había habido flores aquel día, pero el mensaje era claro. El simbólico lenguaje no se limitaba sólo a las flores, abarcaba toda la flora que el mundo tenía para ofrecer, incluidas hierbas, árboles y frutas.

El recipiente contenía cubitos de piña picada y fresas cortadas por la mitad.

Casi profético, Hyoga de algún modo había inferido que aquel día Shun saldría de su casa con tanta prisa que olvidaría desayunar. Al principio dudó en comerse su obsequio, pero este no podía guardarlo en la enciclopedia con los demás, no podía conservarlo en ningún lado sin evitar la inminente putrefacción, ¿qué mejor que conservarlo fresco en su estómago?

Este último rugió ante el colorido montaje del obsequio y se apresuró a disfrutarlo, saboreando cada pedazo en su boca.

Aquellas frutas eran perfectas en todo el sentido de la palabra, haciendo honor al mensaje que con ellas llevaban.

Forget-Me-NotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora