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CAPÍTULO 2:
Ecosistema.

ME DESPIERTO CON el sonido de las puertas abriéndose. Me restriego la cara con las manos, arrancándome las legañas de los ojos y dándome palmadas para revitalizarme. Sigo sin creerme esto, sigo sin creerme que estoy aquí encerrada.

Me acerco poco a poco a la entrada del laberinto, el aire me da en la cara y cierro los ojos. Puedo ver muros de pierda dentro, tienen razón, es un laberinto.

Me quedo inmersa en el silencio que emite, los pocos rallos de sol dando en algunos pasillos. Que paz. Ojalá ser una corredora, ojalá no ser mujer, ojalá me tomasen enserio.

—¡Buenos días, Paris!—La voz de Newt me asusta tanto que doy un respingo. Se ríe.—¿Admirando la vista?

Minho y Ben van detrás de él. Pasan por nuestro lado.—Nos vemos.—Dicen mientras cruzan la puerta y desaparecen por los pasillos del laberinto.

—Buenos días.—Respondo, rodando los ojos. Que mal.

—Te vi hablar ayer con Minho.—Empezamos a caminar.—¿Qué tal estuvo la charla?

Bufo.—Muy desmotivadora.—Me froto la cara.—¿Tienes idea de si me puedo bañar o algo?

Newt se vuelve a reír, estoy totalmente fuera de onda, lo sé.—Me has recordado algo, ven.

Empieza a caminar más rápido, yo le sigo, entra a la enfermería. Busca con la mirada algo, una caja con las letras CRUEL. La estrecha entre sus manos.

Leo la caja.—¿Material de mujer?

—Por lo que tengo entendido,—La deja en el suelo y la abre.—Las mujeres debéis de sangrar todos los meses, ¿no?

No lo sé, ¿lo hacemos?

—Porque aquí pone que estás son pastillas para cortar el sangrado mensual.—Me extiende unas pastillas pequeñas y amarillas.—Aquí hay algo que parece una cuchilla y un peine.—Me agacho junto con él y me pongo a su lado, rebuscando en la caja.

—Que considerados.—

Gracias por regalarme todas estas cosas después de encerrarme en un lugar rodeado por muros, monstruos y hombres. Gracias, supongo.

—Te la dejaré en la tienda. Vamos.—Newt carga con la caja a la vez que caminamos.

—¿Qué hacías despierto a esta hora?.—Pregunto en voz baja, viendo cómo todos siguen durmiendo en las hamacas.

—Alguien tiene que asegurarse de que las puertas se abran y los corredores salgan por ellas.—Asiento.—Además, alguien tiene que despedirse de ellos.—Deja la caja.—En caso de que no... vuelvan.—Me quedo callada.—Vamos, te enseñaré dónde te puedes duchar.

Le sigo hasta un gran barril, frunzo el ceño.—Tendremos que llenarlo de agua, creo que hasta la mitad está bien.—Me lanza dos cubos.—Vamos.

En la orilla del río, ambos llenamos los cubos, pesan tanto que tengo que arrastrar uno de ellos. Miro a Newt, que a pesar de parecer poca cosa por su delgadez, los lleva sin mucha complicación, me mira y se ríe.—¡Tú puedes, Paris! ¡Vamos, vamos!

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