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CAPÍTULO ONCE:
La libertad.

LA MENTE HUMANA ES la más traicionera cuando se trata de vivir con uno mismo. Te tormenta cuando menos lo esperas o lo necesitas con memorias dolorosas o heridas que jamás llegaron a sanarse.

De cierta manera jamás tuve unos padres que me enseñaran cómo tener una buena moralidad y cómo aprender a aceptar y perdonarme mis errores, y si los tuve, no los recuerdo. Así que ahora no sé cómo vivir con esta gran masa de culpabilidad en mi cabeza, a veces siento que hasta físicamente me pesa y tengo que recostarme un momento.

Cuando cierro los ojos me vuelve la imagen de Jack gritando mi nombre antes de dar sus últimos suspiros, como su torso era atravesado por el lacerador y como su boca escupía sangre mientras me miraba con unos ojos llenos de dolor. Me quedé quieta.
Me quede quieta igual que cuando Thomas quedó atrapado entre las enredaderas con aquel lacerador, cuando Thomas y Minho quisieron entrar a aquella puerta tan rara, cuando Chuck y Alby fueron agarrados por los laceradores. Tal vez realmente soy egoísta y no me había dado cuenta, tal vez no sé lo qué estaba haciendo hasta ahora. A lo mejor Gally tenía razón en todo.

Aún no sé si soy un completo peligro pero he llegado a la conclusión de que no estoy bien. Supongo que debería de dejar de ignorar la verdadera respuesta a la pregunta de por qué me cuesta tanto ser feliz como los demás, por qué no puedo expresarme bien ni sonreír tanto. La respuesta siempre ha sido la misma, jamás he tenido el camino fácil y aún así opté por no darle importancia a las piedras que se me clavaban al caminar por él. Estoy mal.

Solo quiero llorar pero no me salen las lágrimas, necesito hablar sobre esto pero tampoco me salen las palabras ni hay momento donde pueda sacarlas, desde hace tiempo todo aquí está patas arriba y no veo bien convertirlo todo en algo mío, todos estamos tristes y todos tenemos miedo.
En momentos así suelo recordar los primeros días que pasé en el Claro, recuerdo a la Paris inquieta que deseaba que la aceptaran y que quería ser cazadora, sin saber que no había de eso aquí dentro. Recuerdo a la Paris a la que manosearon una noche en su tienda con un cuchillo en su garganta mientras lloraba y pedía que pararan.
La recuerdo y a veces siento pena, otras veces no siento nada.

Mi tienda ha quedado destrozada como la mayoría de cosas en el Claro, estoy durmiendo tumbada en en césped sobre algunas sórdidas ropas. Todo está en silencio excepto por los pasos de Gally en la lejanía explicándole a los que quedaban poco convencidos sobre por qué tenemos que echar a Thomas de aquí. Mis ojos se han ido cerrando poco a poco por el agotamiento físico al que he estado sometida durante estos días. Los incendios han dejado a su paso un olor a quemado fuerte y siento cenizas caerse sobre las partes con piel descubierta de mi cuerpo.

Frunzo el ceño cuando me levanto en la enfermería, no puedo mover la pierna y miro a mi alrededor viendo que es de noche. La puerta se abre y no logro ver bien quién entra por la oscuridad del ambiente.

—¿Newt?—Pregunto por inercia.

Se me corta la respiración y mi corazón empieza a palpitar con una rapidez inhumana cuando siento un cuchillo en mi garganta, otra vez.

—Como grites te rajo.—

Una luz surge a mi lado dejándome ver la cara de Stan cerca de mí, me zafo pegándole una patada con la rodilla en el estómago. Voy a salir de la cama cuando alguien me coge por detrás y me bloquea el movimiento de mis dos brazos, me arrastran y estoy en una sala blanca con camas.

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