Catástrofes

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Will se había propuesto voluntario para guiar a Tresa y al resto del escuadrón hasta la Costa de Oslon, donde tomarían un barco para llegar a La Ciudad Perdida.

Cristian y él eran amigos de la infancia; habían pasado sus primeros años juntos gracias a la estrecha relación de sus madres. Y a pesar de que el gobernador cerró (años atrás), las fronteras de Argag, ambos consiguieron preservar su amistad durante años.

Tresa estaba convencida de que su relación iba más allá del simple cariño que se le podía tener a un amigo, pues Cristian era elocuente cuando se lo proponía, y la mayoría de los amigos que él le mencionaba (sean hombres o mujeres); acababan siendo sus amantes. Definitivamente, el marine contaba con una extraña facilidad para encantar a la gente. Desprendía un aroma fuera de lo común: algo, que te hacía querer saber más de él.

Por otro lado, las plantas medicinales de Cecie habían logrado cerrar la herida de la morena en apenas un día, aunque aún después de su completa recuperación, la joven sentía un ligero malestar: se encontraba mareada y su cabeza daba vueltas proporcionándola un intenso dolor.

Caminaba junto con el segundo pelotón en compañía de Erin, por quien sentía una enorme curiosidad. Desde que la conoció, sintió el fuerte impulso de querer acercarse a ella e intercambiar opiniones acerca de la profecía y de la responsabilidad que tenía sobre Arcadia.

Era la única persona con la que sentía que podía desahogarse. Es por eso que, decidida, apretó el paso hasta encontrarse a su misma altura e iniciar la conversación que tanto anhelaba tener con ella:

—Hay algo que me gustaría hablar contigo, Erin. Se trata de un asunto que te interesa más de lo que te imaginas.

La pelirroja era inteligente: sus padres se habían encargado de que recibiera estudios superiores y de que estuviese en manos de los mejores profesores del reino. Era considerada la mejor estratega de Seirin, y posiblemente también de Arcadia. De alguna forma, tratar de adivinar los pensamientos que se cruzaban por la mente de las otras personas; se había convertido en su principal fortaleza.

—Si no me equivoco: eres la heredera de Argag. El Gobernador de Seirin me comentó que visitaste el Reino de Elion, y que él te mandó al reino del Norte. Creo saber el motivo por el que huiste. Realmente, alertaste no solamente a todos los guardias de Argag con tu huida, también a todo el país.

La morena no sabía cómo continuar aquella conversación. Tenía la impresión de que podría estar escuchando a Erin hablar durante horas: reflexionando consigo misma y sacando conclusiones por su cuenta. Y aun así no aburrirse.

—Tresa, ¿vienes a hablarme del augurio que cae sobre Arcadia?—ladeó su cabeza hacia ella con indiferencia—Sé que es cierta, cuando era pequeña mis padres recibieron una orden del reino diciendo que había un puesto para mí al servicio del gobernador. Debió de ser por mis calificaciones y por la meticulosa educación que ejercía día tras día. El gobernador me concienció acerca de la leyenda a mis quince años.

La tranquilidad con la que le había comentado aquello no pudo evitar sorprender a la morena.

—¿Y estás bien con eso? ¿No te perturba, aunque sea un poco, todo este asunto?

—No me hago cargo de la profecía. Si realmente soy una de las elegidas, entonces seré yo quien dicte mi camino. No estoy interesada, tan solo me limito a seguir órdenes.

La madurez con la que Erin hablaba lograba causar en Tresa una enorme envidia, pues a diferencia de ella parecía haber aceptado su destino.

No podía evitar compararse con la pelirroja, y por un momento quiso dejar de ser ella misma: abandonar su cuerpo y su alma, y reinventarse en una nueva persona.

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