Hogar dulce hogar

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Cristian y Will lograron atravesar el bosque siguiendo un camino distinto al de los Caballeros Oscuros. No se habían parado a descansar desde lo sucedido, y durante dos días y medio estuvieron galopando hasta finalmente llegar a Argag.

El marine observaba ensimismado su hogar. No se imaginó que pudiera echarlo tanto de menos, que la nostalgia pudiera sobrecogerle tan profundamente. Él, quien siempre había deseado salir de su reino para desaparecer y adentrarse en nuevos rincones, se encontraba ahora arrinconado ante aquel nuevo escenario.

—Está como siempre. —sonrió sobrecogido y con sus manos temblorosas. Will, que estaba posicionado tras él, le tranquilizó con suaves caricias— No sé cuántos meses hemos pasado recorriendo Arcadia, pero se siente bien regresar de vez en cuando.

No había sido el viaje con el que soñaba su niño de siete años cuando fantaseaba con aventuras fuera de Argag, pero aun así no podía arrepentirse de haber acompañado a Tresa. Se había alejado lo suficiente como para desear regresar y apreciar lo que le acompañaba en su hogar. Ya sea su antigua rutina, un rayo de luz, o la más dulce compañía.

Aquella travesía había marcado para él un antes y un después y el mar, por primera vez, le provocaba entre admiración y temor. Regresaba a su reino, aunque no de la misma forma con la que se había marchado. Ahora tenía más seguridad, experiencia y nuevas metas que cumplir.

Argag siempre le recibiría con los brazos abiertos. Volver a lo esencial, a donde encontramos armonía aun en lo mundano, es poder encontrar un refugio en un mundo que en cualquier momento puede quebrarse.

No era lo acogedor de su hogar ni la travesía marítima lo que le gustaba, era la compañía que encontraba ahí y lo que le había alentado ya desde pequeño. Había merecido la pena atravesar todo lo que había sufrido, el esfuerzo y el cansancio con tal de sentirse igual de aliviado como lo estaba ahora.

Aquella era la sensación que tanto buscaba, y no se había dado cuenta hasta ese momento.

A pie, comenzaron a avanzar con la cúspide de la torre en su punto de mira. No habían trazado ningún plan con el que poder rescatar a Cecie y Jara, y a pesar de conocer a Tresa desde su niñez y por ende también al gobernador, Cristian no era lo suficientemente valiente como para suplicarle que liberase a las reclusas.

De todas formas, pasaron la frontera con la extraña sorpresa de que no había guardias.

—Cualquiera se cuela aquí. ¿Es normal que la vigilancia sea tan baja?

—Es la primera vez que veo el gabinete vacío.

Cristian miró a su alrededor encontrándose con la avenida principal inhóspita, avisando a Will con un suave codazo para que se subiera también la capucha. Era mediodía y con el primer albor los ciudadanos de Argag ya retomaban sus quehaceres. El mercadillo estaba cerrado y conforme pasaban las horas se iban cruzando con más personas, pero aun así no se formaba el bullicio que solía haber siempre en el reino.

El reino del Sur podría equipararse con una sinfonía caótica: mucho gentío, conversaciones entremezcladas, la sofocante bocina de los barcos, compradores curiosos... Un reino que no descansaba ni cuando la noche caía y cuyo frenesí contagiaba a cualquiera que caminara por sus calles. Era un ritmo frenético que, si bien malhumoraba en ocasiones al marine, ahora lo echaba de menos y lo hacía sentirse un intruso y un extraño en su hogar.

El soberano de Argag restringió la libertad a sus ciudadanos con toques de queda y discursos que les alentaba a no salir del reino. Algunos se tomaron aquel consejo al pie de la letra, mientras que otras familias, como la de Jara, se habían refugiado en sus segundos hogares a las afueras.

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