All-In

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A la mañana siguiente me desperté por la cálida luz del Sol que se asomaba por la ventana. A pesar lo sucedido en el día anterior y del clima tan gélido que hacía en el reino, había pasado una buena noche: me sentía descansada y con la suficiente energía como para abordar el día de hoy.

Me levanté de la cama tras darme cuenta de que Cecie y Jara no se encontraban en el cuarto, por lo que comencé a bajar las escaleras hasta la planta inferior dejándome guiar por las voces de mis compañeros. Fue entonces cuando visualicé a Erin charlando animadamente con mis dos amigas, mientras que Cristian y Duman observaban los baúles junto a los soldados.

—¿Estas serán nuestras armas: espadas y escudos?—pregunté curiosa.

—No tiene por qué.— me respondió Erin acercándose a mí—Yo utilizaré mi lanza, ya que es más ligera y fácil de manejar que una espada.

—En ese caso, cogeré un arco y una espada.—dije pensando en voz alta, pero nada más pronunciar aquellas palabras escuché la suave carcajada de Duman, que a pesar de encontrarse en la otra esquina, había logrado escuchar aquella frase.

—Por favor, no me hagas reír. Ni siquiera sabes usarlo.

Detestaba admitirlo, pero el castaño tenía razón: mi habilidad con el arco no era tan buena como para emplearlo en un campo de batalla. Sin embargo, tenía intención de seguir practicando, y más si era con uno propio.

—Me llevaré este.— sonreí ignorando las palabras del comandante y recibiendo de la pelirroja una cálida sonrisa.

Cecie y Jara cogieron respectivamente una maza y una espada, mientras que Cristian se armó con la suya propia y una pequeña daga afilada que había encontrado en una de las tantas cajas.

—¿Dónde habéis conseguido tantas armas?—preguntó Duman mientras guardaba su propia espada y su arco a su espalda.

—Seirin es especialista en comercializar con el alijo de armas. Para nosotros, armarnos no supone un problema.—respondió la estratega del Gobernador de Seirin.

El resto de soldados fueron abandonando el habitáculo para cargar la comida y el equipamiento a los carros y caballos. Nos quedamos los seis solos en aquella pequeña sala para trazar un pequeño plan de nuestros pasos hasta La Ciudad Perdida.

Amablemente, le pedí a Cecie que sacara el mapa que, hasta ahora, nos había estado sirviendo de guía.

—¿Lo has hecho tú?—se asombró la pelirroja.

—Sí.—se sonrojó la rubia—Aunque no están todos los caminos.

La mirada de Erin recorrió la cara de Cecie, que la observó sin perderse ni un solo detalle de su rostro.

—Eres increíble. Esto es realmente admirable.

Aquellas palabras penetraron en la mente de mi amiga consiguiendo que su nerviosismo incrementase poco a poco.

—Bueno...—tartamudeó mientras jugaba con sus finos dedos intentando cambiar de tema—¿Qué camino seguimos?

—Creo que el marítimo es la mejor opción.—confesé haciendo que Jara se llevase una mano a la cabeza imaginándose los más terribles horrores.

—Jara, es la mejor opción.—apoyó Cristian tras adivinar los pensamientos de la morena—Cruzar el desierto implica malgastar el agua y la comida en un cansancio que es innecesario. Habría que alimentar a los caballos, además de a nosotros mismos y a los soldados. No nos duraría ni tres días. Es un riesgo demasiado grande.

Jara parecía ser consciente de las palabras del moreno, pero ninguna de las opciones terminaban de convencerla.

La morena temía a lo desconocido. Y a pesar de no querer mostrar tal debilidad, lo cierto es que para mí y para Cecie era algo bastante notorio. Jara era consciente de todas las adversidades con las que se podía encontrar en Arcadia: sabía que caminos eran aconsejables seguir, y cuales no; qué frutos son venenosos y que absurdas leyendas rondaban en cada reino.

ArcadiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora