Amor

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Sanem abrió los ojos y sonrió. La noche anterior le había costado dormirse, estaba demasiado emocionada. Le pareció bonito que le hubiera llevado flores, pero lo que de verdad la había conmovido era que se las hubiera comprado para que pudiera elaborar sus perfumes. No había podido contener la alegría y le había abrazado pero el involuntario y leve roce de sus labios se le había ido de las manos cuando él la había besado con tanta pasión.

No podía evitar sonrojarse al recordarlo.

Sanem sabía que ese beso no iba a quedarse así. Can miraba sus labios con deseo, puso las manos sobre su cintura e inclinó la cabeza para darle un beso largo, pasional y profundo. Paso a paso la fue empujando suavemente hacia atrás, contra la pared más cercana, sin dejar de besarla. Sus manos subieron y bajaron por su espalda acariciándola. Enterró la nariz en su cuello, aspirando su aroma y, con aquella voz profunda, sexy y suave que tenía, susurró su nombre en su oído. Sanem cerró los ojos, todo su cuerpo temblaba con un escalofrío mientras Can recorría su cuello en descenso con pequeños besos. Sanem le acarició la nuca y fue bajando sus manos por su pecho hasta alcanzar sus duros abdominales, Can contuvo el aliento.

Se miraron a los ojos, con los labios entreabiertos, el deseo entre ellos era evidente. Sanem se armó de valor y le besó con toda la pasión que sentía, fue lo único que Can necesitaba para encender la llama. Levantó a Sanem en brazos, que le rodeó la cadera con las piernas y, sin dejar de besarla la llevó hasta la mesa del salón, donde la dejó suavemente. Ella le ayudó a quitarse la camiseta, el pecho musculoso y bronceado de Can apareció ante ella maravillándola. Él jugaba con los botones de su vestido intentando desabrocharlos cuando ambos escucharon a Deniz llamando a Sanem.

Apenas nos dio tiempo a alejarnos el uno del otro cuando Deniz ya estaba entrando en la casa. La escena frente a ella debió resultarle cuanto menos curiosa, allí estaba ella, sentada sobre la mesa del salón, con el pelo ligeramente desordenado, un tirante del vestido cayendo por uno de sus hombros y las mejillas ligeramente sonrosadas. A su vez Can, al otro lado de la barra de la cocina, estaba sin camiseta, con el pelo suelto y la mayor expresión de culpabilidad del mundo.

- ¿Qué está pasando aquí Sanem?

- No sé a qué te refieres Deniz, no pasa nada.

Su cara dejaba claro que no la habíamos engañado.

- Claro, es de lo más normal del mundo que estés sentada encima de la mesa y que él esté sin camiseta en la cocina.

- ¿Lo dices por eso? - me reí, intentando disimular - Me he sentado en la mesa para estar más cerca de la cocina y Can está así porque...

- Me he manchado la camiseta y le he pedido a Sanem algo para lavarla.

Sacó la empapada camiseta del fregadero. No sé en qué momento pensó en algo así. Deniz nos miró con recelo, como si no estuviera segura de creernos, pero no le quedara más remedio.

- Bueno pues por lo que veo ya has lavado la camiseta así que márchate a tu casa y déjanos tranquilas.

Can me miró, preguntándome con sus ojos si debía irse o no. Yo asentí, porque, aunque aún temblaba por dentro, sabía que lo mejor en ese momento era que se fuera y dejar las cosas como estaban. Así había llegado a aquella mañana en la que me había despertado sonriendo como una tonta, pero sin estar segura de cómo encauzar las cosas con Can.

Alrededor de las doce y media, apareció por el jardín trasero. Yo estaba en mi mesa de perfumes, separando las flores que me había traído la noche anterior cuando unos brazos me rodearon la cintura, apoyó la barbilla en mi hombro y me dio los buenos días antes de separarse de mí. No sabía cómo reaccionar, ni qué decirle.

- ¿Qué pasa? ¿Te has quedado sin palabras desde anoche?

Qué osadía.

- Anoche...lo de anoche fue un error que no volverá a pasar.

No dejó de sonreír cuando le dije eso, pero su gesto se volvió un poco más serio. En ese gesto suyo tan característico, movió la cabeza ligeramente hacia un lado y el otro tensando los labios.

- ¿Por qué?

- Porque no podemos volver a estar juntos Can. Tú mismo dijiste que lo intentamos y no funcionó.

- También dije que la amistad nunca será suficiente.

- Lo sé, por eso tal vez deberíamos dedicarnos a ser tan solo compañeros de trabajo.

- Nunca hemos sido unos compañeros de trabajo normales Sanem.

- Pues vamos a tener que aprender a serlo, no nos quedan más opciones.

Can se acercó lentamente a ella, paseó por su brazo dos dedos en una suave caricia mientras sonreía. Le retiró el pelo hacia atrás y acercó los labios a su oído.

- ¿Seguro que no tenemos más opciones Sanem?

Mi respiración se había vuelto más rápida desde el momento en que él se acercó, notaba fuertes los latidos de mi corazón contra mi pecho.

- ¿Qué otras opciones sugieres?

- ¿Qué opción pueden tener dos personas que no pueden ser pareja ni amigos pero que tienen una química tan grande entre ellos?

Giré la cabeza y le miré con los ojos abiertos de asombro. ¿Estaba proponiendo lo que yo creía? ¿Se había vuelto loco? ¿Acaso no me conocía para saber que nunca aceptaría algo así? Sin pensármelo dos veces le di una bofetada. Él me miró con esa media sonrisa suya.

- ¿Cómo te atreves a insinuar algo así de deshonroso?

- ¿Qué tiene de deshonroso? Nos hemos querido en el pasado, la atracción entre nosotros hace que salten chispas continuamente.

- Pero lo que me propones no está bien Can. ¿Qué pensarían nuestras familias si lo supieran?

- Eres adulta Sanem, puedes tomar la decisión de estar o no con alguien y no tienen por qué saberlo.

- Me pides que les mienta a todos.

- No, te pido que mantengas tu vida personal en privado porque nadie más que tú tiene derecho a vivirla. No quiero ser tu pareja, no quiero ser tu amigo y no quiero ser tu compañero Sanem pero soy incapaz de sacarte de mi cabeza o de ignorar el fuego que me recorre por dentro cada vez que te tengo cerca. Sé que tú también lo sientes, no puedes mentirme en eso.

- No voy a mentir, pero eso...

- Simplemente déjate llevar Sanem. Podemos dejar que este fuego nos abrase por separado o consumirnos juntos en las llamas de la pasión.

Ninguno de todos los escenarios que creé en mi cabeza mientras Can estaba fuera había resultado más impactante que el real. ¿Debía aceptar su proposición?

¿Podíamos Can y yo ser amigos con derechos?

En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora