Amistad

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Can entró en la cabaña y se quedó mirando fijamente la puerta cerrada. Lo que acababa de pasar con Sanem se había escapado a su control, dormir abrazado a ella le había nublado la mente. ¿Acaso podía permitirse que pasara algo así? ¿Podía volver a soñar con ella? No era la idea con la que se había quedado, estaba claro que la oportunidad con Sanem se había perdido, por mucho que no se hubieran podido olvidar el uno del otro.

Iba a intentar resistirse a ella todo lo que pudiera porque estaba decidido a cumplir con su promesa de que no volviera a sufrir por él.

Se duchó y se cambió de ropa antes de salir para ir a ver a su hermano y pasar por el puerto para ver cómo estaba su barco, empezaba a pensar que cuánto antes pudiera volver a él mejor. Acababa de tomar la carretera principal para salir de la casa cuando vio a Sanem caminando por ella, seguramente iba al barrio y no había conseguido taxi, ¿iba a pasar por delante de ella y dejarla sola? Hizo sonar el claxon antes de pasar por delante de ella y pararse para que subiera.

— Voy a ver a Emre, te llevo, sube.
— No es necesario, puedo ir andando, gracias.
— Sanem no seas terca, está lejos para ir andando y llegarás muy cansada.
Vio en su cara cómo se rendía.
— No era necesario, pero gracias. — le dijo al abrocharse el cinturón.
— No hay problema, vamos al mismo sitio, era absurdo que fueras andando sola.
— Tampoco hay necesidad de que me hagas favores de amigo, ya que no lo somos.

De modo que esas tenemos, pensó Can.

— Somos amigos Sanem, amigos que se quieren más allá de la amistad.
— Oh, no te confundas Can. Yo no te quiero más que como amigo y si tú no quieres ser mi amigo allá tú.

Indignada, giró la cabeza para mirar por la ventana intentando ignorarle. Can no pudo reprimir una sonrisa, después de todo aquella era su Sanem.

— No me creí esta historia tuya de quererme solo como amigo la primera vez y tampoco lo voy a hacer ahora Sanem.

Por la forma en que le miraba, Can supo que estaba rememorando aquel momento en las rocas en que le dijo eso mismo. Él mismo dejó volar su memoria hasta ese día recordando cuánto le había enfadado que le dijese aquello porque sabía claramente que mentía. Era imposible que no sintiera lo mismo que él después de lo que habían vivido y de aquel beso en la ópera. Declararle la guerra fue lo que hizo que volviera a su lado, pero ahora no iba a hacer lo mismo, no es que la quisiera de vuelta, estaba claro que no eran capaces de hacer funcionar lo suyo, pero tampoco iba a mentir diciéndole que no la quería.

— Esta vez es distinto, Can.

Can paró el coche justo a la entrada del barrio, como había hecho muchas otras veces para evitar que los vieran juntos. Se acercó a ella para desabrocharle el cinturón y no pudo evitar pasar uno de sus mechones por detrás de su oreja, acercándose un poco más le susurró:

— No te creo, pero no importa. Yo tengo claros mis sentimientos, Sanem.

Podía notar los latidos de su corazón incluso a esa distancia.

Sanem se bajó del coche y se fue sin mirar atrás. Él buscó sitio para aparcar antes de ir a buscar a Emre al café, estaba claro que Nihat y Mevkibe no iban a quererle en su casa. Cuando llegó, su hermano esperaba con una taza de café, Can pidió otra de camino a la mesa. Hablaron de los problemas de Emre para encontrar un trabajo por lo capacitado que estaba, Can sentía ver a su hermano en esa situación pues se sentía culpable por ello. Era evidente que Emre no había podido gestionar la empresa solo, por eso su padre había puesto a Can a cargo cuando se marchó. Can sabía que, si no se hubiera ido, la situación de Emre sería diferente, seguramente la empresa seguiría abierta, todos tendrían su trabajo y Sanem no se habría vuelto casi loca, pero ¿y él? ¿Cómo habría acabado Can de haberse quedado? No creía que Sanem y él hubieran aguantado mucho como pareja después del accidente con Yigit, esa sombre los habría perseguido y al final habría sido él quien se hubiese vuelto loco por los celos y la desconfianza que se habría asentado entre ellos.

¿Había sido egoísta por su parte marcharse? Sí. ¿Debería haber esperado unos días para ver cómo iban las cosas con Sanem antes? Puede ser. No es que aquella noche no hubiera pensado bien su decisión, pero estaba en un punto en el que todo su ser le gritaba que se fuera, necesitaba alejarse. ¿Planeaba estar fuera un año? No, pero tampoco encontró un motivo por el que volver. Sabía que necesitaba sanar sus heridas y luchar con los demonios mentales con los que convivía antes de poder volver con los reales. Can sabía que Yigit era culpable de quemar el cuaderno de Sanem, aunque no podía demostrarlo. En ese momento tampoco es que tuviera interés en ello, mientras no le hiciera daño a Sanem, había decidido no acercarse a él.

En el camino de vuelta a la casa, vio un puesto en el que vendían flores silvestres. Le recordaban a las que Sanem cogió cuando rodaron en el bosque y tuvieron que quedarse a dormir así que paró el coche y bajó a comprarle uno para que pudiera hacer sus perfumes. Cuando llegó a la casa se acercó a dejárselo en la mesa de la cocina, no sabía si las aceptaría si se las daba él, pero al girarse para salir se la encontró mirándole.

— ¿Qué haces aquí Can?
— Las he visto y te las he traído, las estaba dejando.

Can se apartó a un lado para que Sanem pudiera ver el ramo en la mesa. Ella se acercó lentamente y cogió las flores para olerlas.

— ¿Me has comprado flores silvestres?
— He pensado que podrías usarlas para tus perfumes.
— Can... ¡me encantan! ¡Muchas gracias!

En un pestañeo, Sanem estaba abrazándole, sonriendo. Tras un momento de duda, Can le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo sobre sí. No podría decir el tiempo que estuvieron así, pero era evidente la comodidad que aún había entre ellos. Lentamente Sanem se fue separando hasta poder mirarle a los ojos, con la respiración entrecortada rozó suavemente los labios de Can antes de volver a mirarle. Hubo algo en sus ojos que hizo que Can se olvidase de todo y, sin frenarse, se lanzó a por los labios de Sanem con toda la pasión que había acumulado en el último año.

Cuando Sanem le devolvió el beso con la misma avidez, Can supo que ya no habría vuelta atrás entre ellos.

Habían llegado al punto de no retorno.

En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora