Emociones

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Desde el momento en que había aceptado la proposición de Can las cosas habían cambiado mucho entre nosotros. Todavía no sé qué pasó por mi cabeza para lanzarme de aquella manera a sus brazos y a su propuesta. Rememorando aquel día, me parecía increíble haber hecho algo así, en ese momento me pareció que era la única opción para conseguir algo de lo que quería.

Can tenía razón, no podía negar la atracción que había entre nosotros. Puede sonar superficial, pero desde el primer momento en que conocí a Can no había podido dejar de mirarle. Su cuerpo, atlético y bronceado noqueaba mis sentidos cada vez que estaba a su lado. No podía evitar desear que aquellos brazos fuertes me rodeasen y apretasen contra su pecho duro y trabajado. Cuando aquellas manos grandes cogían las mías con fuerza no podía evitar querer que no me soltaran nunca. Si había algo más allá de su increíble físico que me atontaba era la forma en que susurraba en mi oído o cómo pronunciaba mi nombre, marcando la cadencia entre las sílabas, lento, dulce.

Sus labios y sus ojos.

Para mi Can tenía los ojos más bonitos del mundo.

Porque nunca nadie me había mirado con tanto amor en ellos como hacía él.

Su mirada era cálida y amorosa. Cuando Can me miraba así me sentía como la única persona en el mundo. Como si todo lo demás hubiera dejado de existir y solo estuviéramos nosotros allí. Sabía que lo nuestro no iba a volver a ser lo que era, pero estar a su lado era casi una necesidad. Me había convertido en el satélite que daba vueltas alrededor de la órbita de su planeta base, Can era todo lo que necesitaba para vivir.

Al contrario de lo que pensé, había aprendido que no me moriría de pena sin él. Descubrí que podía sobrevivir a pesar de su ausencia y que podía hacerlo conviviendo con la idea de que le había tenido y le había perdido. Un comentario muy común cuando alguien está sufriendo por una ruptura es que nadie se muere por amor, siempre pensé que era un comentario muy condescendiente porque aquel que emite ese juicio nunca sabe realmente por lo que está pasando la otra persona para juzgar su dolor. Sn embargo, hoy en día debo admitir que es una afirmación bastante cierta. Tuve un amor tan grande que creí que el mundo se acabaría cuando Can se fue, pero la Tierra siguió girando y los días empezaron y se acabaron exactamente igual que cuando él estaba conmigo.
Solo había una diferencia, lo vacía que me sentía.

Mi familia y amigos estuvieron a mi lado todo el camino e intentaron llenar mis días con alegría, pero, aunque llegué a apreciar y hasta compartir aquellos momentos, siempre me sentí incompleta. Con el tiempo aprendí a vivir de aquella forma e incluso creé una vida nueva, una nueva Sanem que prácticamente no tuviera nada que ver con la anterior. No podía decir que no me gustara esa vida, pero tampoco podía negarme a mi misma que desde el momento en que Can había vuelto todo había cambiado.

Me sentía viva otra vez.

Tenía las emociones a flor de piel.

Estaba más alegre.

La sola presencia de Can era motivación suficiente para querer empezar el día. Una parte de mi me decía que eso estaba mal, ya había basado mi felicidad en otra persona y me había salido mal, pero no podía obligarme a no sentir lo que sentía. Lo intenté y no salió bien, de modo que estaba decidida a dejarme llevar y ser ocasionalmente feliz cuando estuviera con Can.

Sin importarme hacia donde nos llevase eso.

Después de aceptar habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión acumulada. Tras un primer momento en el que nuestras bocas se devoraron y nuestras manos no sabían qué parte de nuestros cuerpos tocar, llegó la calma. Can me levantó en sus brazos y me llevó hasta la cama, dejándome en ella despacio. Sus manos recorrieron mi cuerpo acariciándolo con suavidad, sus besos fueron lentos, cariñosos, mientras íbamos perdiendo la ropa por momentos. Nos tomamos nuestro tiempo para redescubrir nuestros cuerpos, para tantear si nuestros gustos todavía eran los mismos. Mi cuerpo ardía a cada roce de sus manos, a cada pequeño beso con el que recorría mi cuello, mis hombros, mi pecho...el aroma de Can me volvía loca. Nos amamos en silencio, porque no había nada que pudiéramos decir que convirtiese aquel momento en algo más perfecto de lo que ya era.

Cuando me desperté, Can ya no estaba en mi cama y no volví a verle hasta la hora de la cena, momento en el que su padre y él pasaron por delante de mi jardín en dirección a la casa de Miribat. Can me miró y me guiñó un ojo, yo le sonreí como una tonta mientras Aziz nos miraba al uno y al otro sin saber muy bien qué decir.

-Deniz está fuera, estoy sola, ¿quieres cenar conmigo Can?

-No, gracias. Prefiero cenar con mi padre, hasta mañana – dijo, y echó a andar mientras su padre me miraba antes de seguirle.

Pocas veces me había sentido tan rechazada como en aquel momento. ¿Qué había pasado? ¿Había conseguido lo que quería de mi y ya no le interesaba? ¿Cómo podía ser tan frío después de aquella mañana? Mi teléfono sonó, en la pantalla aparecía un mensaje de Can.

"Si vuelves a sonreírme de esa forma mientras me invitas a cenar, nuestro pequeño secreto no va a permanecer oculto por mucho tiempo"

¿Quién se cree que es? No fui yo la que sugirió que tuviéramos una relación física secreta.

"Si vuelves a ser tan frío conmigo nuestro pequeño secreto directamente dejará de existir"

Bravo Sanem. Ahora tendría claro quién iba a llevar las riendas de esa relación. Esperaba que mi teléfono sonase de nuevo con un mensaje suyo replicándome, pero no sonó. De repente un susurro en mi oído mientras un ligero beso en el lateral de mi cuello hizo que toda mi piel se erizase.

-¿Estás segura de que quieres terminar con esto Sanem?

Me di la vuelta sobresaltada, para quedar frente a Can. Su seductora sonrisa semi ladeada me hizo suspirar. No quería, al contrario, todo lo que deseaba era más tiempo con él, más abrazos, más besos, más encuentros secretos.

Porque nunca tendría suficiente de él.

En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora