Sombras

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Estaba terminando de volverme loca. Sin duda alguna. La última fase de mi locura era imaginar que Can estaba allí, creer que le había visto en el cine me puso nerviosa.

Salí a la calle buscándole, pero no le encontré. Me detuve en un pequeño café y llamé a Deniz, ella siempre me ayudaba a controlar esos, llamémoslo, brotes de imaginación que tenía con él. Después de contárselo me sentí mejor, más centrada y decidí dar otra vuelta por el barrio.

En mi caminar paré delante del escaparate de una librería. Mi libro aparecía en primer plano, era asombroso cómo se había vendido.

Ojalá hubiera podido disfrutarlo.

Recuerdo los días en que editaba mi libro a través de un tenue velo. Volví a llenar las páginas con palabras casi sin darme cuenta, sin descansar. Lo único que me importaba era escribir, porque aquél libro era lo que me seguía conectando con Can. Revivir nuestra historia a través de sus páginas fue lo que me ayudó a no enloquecer por completo. Algunos lo verán como la opción errónea en aquel momento, Can me había abandonado y yo estaba destrozada, escribir un libro que hablase de nuestro amor no parecía la mejor manera de procesar su marcha pero para mí era todo lo que me quedaba de él.

Y necesitaba sentir que seguía conectada a él para no morir de tristeza.

Aquellos fueron los días más duros de mi vida, ¿cómo se supera perder al amor de tu vida? ¿Cómo se puede aceptar el hecho de que desaparezca sin dejar rastro? ¿Sin poder contactar con él? Llevábamos un año sin saber nada de él, podría haber sufrido un accidente y no nos habríamos enterado. O yo no lo habría hecho, desconocía si Emre estaba en contacto con su hermano y Leyla me lo ocultaba.

Las semanas pasaban sin sentido, pronto comencé a mezclar los días y las noches, escribía sin parar mientras recordaba momentos felices con Can. Nuestro baile en la casa de la montaña, la cena que me preparó en su jardín, la leyenda que le conté junto a aquél acantilado, aquella noche en la imprenta, su preciosa proposición de matrimonio...

Nuestro primer beso.

Aquella noche supe que la guerra estaba perdida, porque yo estaba perdidamente enamorada de Can. A pesar de las mentiras que nos separaban y que tanto miedo me daba que averiguase, sabía que era el momento de elegir. Podía ignorar mis sentimientos y vivir sin Can o podía decidir confesarme y esperar que cuando la verdad saliera a la luz, él me comprendiese y su amor pesara más que el dolor que saber aquello podía hacerle. Mi recuerdo favorito de aquella noche nunca lo había compartido con nadie, ni siquiera estaba escrito en mi cuaderno rosa, ni en mi libro, lo guardaba en mi memoria solo para mi.

Cuando salimos de su casa Can me llevaba de la mano, igual que la primera vez que me cogió para alejarme de Fabri en aquella fiesta, pero en esa noche me miraba sonriendo. Guardaré siempre en mi memoria la sonrisa amplia, bonita y sincera que tenía mientras subíamos al coche porque en ese preciso momento supe que no había marcha atrás para mi. Me dije que haría cualquier cosa para hacer feliz a Can y que nunca perdiera aquella sonrisa, pero no pude cumplirlo.

Suspiré. Seguía parada frente a la ventana de la librería. Volví a echarle un vistazo a mi libro allí y entonces lo vi. Aquello no era mi imaginación, ni mi locura.

Reflejado en el cristal, detrás de mi, estaba Can.

En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora