Miedo

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Los días pasaban casi sin darse cuenta, por primera vez desde hacía un año, a Can no le importaba el tiempo. Su no-relación con Sanem mejoraba por momentos, hacía dos semanas que se encontraban en secreto y cada día era increíble. A Can le gustaba tenerla solo para él y sabía que a Sanem la excitaba la idea de esconderse del resto. Él no tenía prisa por contarlo ya que disfrutaba de la libertad que tenían para estar juntos sin exponerse a ser juzgados por los demás. Por otro lado, sabía que Sanem no estaba preparada para asumir que seguía enamorada de él. Para ella aquello solo era diversión, que era lo que, al fin y al cabo, le había propuesto él. Mientras pudiera seguir estando a su lado no le importaba demasiado cómo sucediera, lo que no podía era seguir alejado de ella fingiendo que su presencia no le afectaba.

Aquello era todo lo que él necesitaba para ser feliz. Volver a ver a Sanem sonreír, reír, a su lado. Sus abrazos. Sus besos. Sus suspiros. Sus encuentros furtivos.

Esa noche Can había ido a cenar con su hermano, porque Sanem había quedado en ir a casa de sus padres a cenar. Habría sido la noche perfecta para estar juntos sin necesidad de esconderse, al menos en casa, porque no iba a haber nadie más, pero seguramente ella se quedaría a dormir en casa de sus padres después de cenar con ellos. Can aprovechó para charlar con Emre de todo lo que no tenía que ver con Sanem, ni siquiera a él podía decirle que volvían a verse. Para cuando terminó su cena y emprendió el camino de regreso a casa, ya eran las once pasadas. Estaba a punto de entrar en la cabaña cuando la pantalla de su teléfono se ilumino con el nombre de Sanem.

-¿Qué pasa Sanem? ¿No puedes resistir una noche sin mí?

-¡Can! Can hay alguien en la casa, ¡por favor ven! - el miedo en su voz tensó todos sus músculos.

-¿Tú dónde estás Sanem?

-Me he encerrado en mi habitación, pero escucho el ruido fuera, no tardes Can, por favor.

-Enseguida estoy ahí Sanem, no te muevas.

Can se lanzó a la carrera, atravesando el campo que separaban la cabaña de la casa principal en pocos minutos. Cuando llegó al jardín se escondió detrás de los árboles y rodeó la casa hasta poder ver si había alguien alrededor. No encontró a nadie por lo que supuso que quien fuese se habría marchado al escuchar a Sanem llamarle. Con precaución, llegó hasta su habitación y llamó a la puerta.

-Sanem soy yo, abre. No hay nadie en la casa.

Le abrió la puerta despacio y le echó los brazos al cuello en cuanto le vio. Can la abrazó con fuerza, escondiendo la cara en su hombro mientras acariciaba su espalda intentando calmarla. Ella temblaba y se aferraba a él como si no fuera a soltarle nunca. Can la llevó hacia dentro y cerró la puerta tras de sí, le acunó la cara con ambas manos mientras la miraba a los ojos y le preguntaba si estaba bien. Ella asintió, con una mezcla en los ojos entre la vergüenza y el miedo.
-Perdona que te haya llamado Can, no sabía a quién más recurrir.

-No tienes nada por lo que disculpárteme alegro de que me llamaras. ¿Te encuentras mejor?

-Sí, solo ha sido el susto.

-¿Estás segura de que oíste a alguien Sanem? No he visto a nadie ni en la casa ni en el jardín.

-Lo he oído Can, quien haya sido cayó algo en la otra habitación. Cuando escuché el golpe corrí a encerrarme aquí y te llamé enseguida.

-Puede que la persona que estuviera te escuchara correr o llamarme y se fuese antes de que yo haya llegado. Voy a ir a comprobar la habitación de invitados, ¿vale? Quédate aquí, vuelvo enseguida.

Sanem asintió y se sentó en la cama a esperar. Can se dirigió hacia la otra habitación, en cuanto entró en ella vio un jarrón en el suelo hecho añicos, el agua derramada y las flores esparcidas y pisadas. Sanem tenía razón, había entrado alguien. Revisó una vez más la casa, estancia por estancia, cualquier posible escondite, cerró todas las puertas y conectó el sistema de alarma antes de volver con ella.

-Alguien había entrado en la habitación de al lado. He mirado en toda la casa, cerrado la puerta y conectado la alarma, ¿de acuerdo? Ahora llamaremos a la policía.

-No Can, no es necesario. No ha pasado nada y no quiero a la policía por aquí, la noche se hará eterna.

-Tienes que denunciarlo y tendrán que tomar huellas y preguntarte qué ha pasado. ¿Y si han robado algo? - Sanem puso su mano en el brazo de Can.

-Eso no me importa, ahora solo quiero descansar.

-De acuerdo, llámame si me necesitas - intentó salir de la habitación, pero Sanem le estiró de la camiseta.

-No te vayas Can, quédate conmigo esta noche por favor. No quiero estar sola - Can sonrió.

-Claro que me quedaré.

Can se sentó en la butaca mientras Sanem se ponía el pijama y se metía en la cama. Ella no esperó ni cinco minutos para pedirle que se tumbara a su lado, le dijo que aún estaba asustada y tenerle cerca le ayudaría a calmarse. Can se tumbó a su lado y le rodeó los hombros con su brazo, ella apoyó la cabeza en su pecho y en unos minutos se quedó dormida.

Viéndola dormir, Can sintió miedo por primera vez en la noche. ¿Qué habría pasado si Sanem no hubiera escuchado aquel golpe? ¿Si no hubiera podido refugiarse en su habitación? ¿Si él no hubiera estado cerca? La sola idea de que pudiera haberle pasado algo a Sanem sin que él hubiese podido evitarlo o ayudarla a tiempo le provocaba un miedo difícil de describir.

Ahora que sabía lo que era vivir estando lejos de ella, amándola solo en el recuerdo. Ahora que, milagrosamente, había podido volver a tenerla entre sus brazos, no había nada que le provocase más pavor, que la idea de tener que volver a vivir sin ella.

En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora