Perdón

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Una semana después de haberse encontrado con Sanem, Can no podía creer cómo había vuelto a cambiar su vida. Después de la conversación que mantuvieron en aquel pueblo pesquero, decidió volver a su barco y marcharse de nuevo. Antes, pasaría por Estambul para ver a su padre y a su hermano, al fin y al cabo, ya se había encontrado con ella, que era lo que quería evitar. De repente todo se complicó. Su padre no se encontraba bien y le pidió que se quedara, tuvo problemas con su barco y se vio en la calle así que acabó viviendo en una cabaña en la misma propiedad que Sanem, ya que su padre, no sabía bien por qué, estaba viviendo con ella.

Así que allí estaba, arreglando aquella cabaña para matar un poco el tiempo mientras esperaba que su padre se recuperase y su barco estuviera arreglado, para poder irse tranquilo.

Y allí estaba ella también.

Can cruzaba su camino con ella muchas veces a lo largo del día. Los dos primeros días fue algo incómodo, se miraban sin hablarse, se chocaban sin darse cuenta, y parecía que siempre había algo que los conducía al mismo lugar y en el mismo momento en que el otro iba. Después las cosas mejoraron con Sanem, al menos Can ya no se sentía incómodo alrededor de ella y no creía que ella lo estuviera con él, pero entonces llegó su familia.

La forma en que Nihat y Mevkibe le habían tratado después de enterarse de su vuelta había sido muy dolorosa. Can había querido a los padres de Sanem como si fueran los suyos, su familia siempre había representado el tipo de familia que a él le habría gustado tener: unida, cariñosa, con valores. No podía quejarse de la vida que había tenido con su padre, ni de la educación que le había dado, pero si su madre no les hubiera abandonado y no se hubiese llevado a Emre consigo, las cosas habrían sido diferentes, a Can le gustaba pensar que habrían sido más parecidos a los Aydin. De modo que la forma en que Mevkibe le miraba y cómo Nihat le advirtió que no se acercara a Sanem nunca más, le había dolido muchísimo.

Ahora que habían pasado los días, Can sabía los detalles de lo que había ocurrido con Sanem y se sentía triste y culpable por haberlo causado. Le dolía haber decepcionado a las personas que quería.

Sin embargo, algo que nadie entendía era que él también se había sentido decepcionado por ellas.

La única mujer a la que había amado, lo había apartado de su lado y, finalmente, abandonado por culpa de alguien que desde el primer día en que entró en sus vidas se había dedicado a intentar socavar su relación. Su cuñada también estaba enfadada con él, Nihat y Mevkibe, que iban a convertirse en sus suegros, ahora le trataban como si fuera un ladrón rehabilitado del que saben que no pueden fiarse. Sus propios padres le habían dejado de lado sin pedirle siquiera que volviera a Estambul a verlos.

Pero para todos, él había sido el único malo de la historia.

Iba a preparar una pequeña hoguera delante de la cabaña cuando vio a Sanem acercarse. Iba muy guapa, con un vestido verde esmeralda de tirantes y un pañuelo blanco alrededor de sus hombros, ligeramente caído. El pelo, suelto, con unos pocos mechones recogidos hacia atrás. Can se arrodilló y empezó a colocar la leña en el suelo, junto a los cojines que había colocado para sentarse. Sanem se acercó y se sentó en uno de los cojines mientras Can terminaba de colocar los troncos y encendía la fogata antes de sentarse en el otro cojín. Durante unos minutos permanecieron en silencio, sin mirarse, hasta que Sanem habló.

- Veo que sigues haciendo fogatas al aire libre.

- Creo que sería un problema hacerlas en el interior de la cabaña.

- Sí, es posible, podría quemarse.

Can solo sonrió. Después de todo, en el fondo, Sanem no había cambiado tanto.

-Dijiste que te aparté de mi lado.

- No quiero hablar de eso Sanem, pasó hace mucho.

- Solo hace un año Can.

- ¿Y no te parece como si perteneciera a otra vida? Porque yo tengo la sensación de que fue hace mil años.

- ¿Tanto han cambiado las cosas?

Can la miró sin saber qué decirle, tenía la extraña sensación de estar volviendo atrás, pero sin olvidar lo que había pasado en el último año. Tal vez era solo la comodidad que sentía al estar cerca de Sanem.

- No, no tanto.

- Siento haberte herido Can.

- Sanem... no te disculpes.

- Debo hacerlo, nunca quise hacerte daño.

- Ya lo sé Sanem, y yo también lo siento. Nunca imaginé que podías estar pasándolo tan mal.

- ¿De verdad lo pasé tan mal? Quiero decir, me volví loca, sí, acabé en una clínica, es verdad pero también publiqué mi libro, algo que siempre había soñado. Me mudé, he podido seguir haciendo mis propios perfumes, mis cremas para venderlas. Tengo amigos que han estado a mi lado todos los días y todas las horas de este último año, apoyándome, ayudándome. ¿Me dolió tu marcha, tu silencio? Sí. ¿Sobreviví al dolor? También.

- ¿Así que nos estamos confesando? Muy bien. Sí, sentí que me apartabas de ti y me dolió tanto que la única solución que encontré fue irme. Porque pensé que la mujer a la que amaba ya no quería estar conmigo - Sanem intentó contestar pero Can le pidió silencio - Tu vida pasó a un nivel en el que yo no estaba incluido y la prueba es todo lo que has construido aquí durante el último año sin mi.

- Can...ya no quiero guardarte rencor. No quiero seguir sufriendo por lo que pasó.

- No quiero seguir sintiéndome culpable, Sanem.

- No lo hagas Can. A partir de ahora podemos ser amigos, nuevos amigos.

Sanem le sonrió, con una sonrisa que hacía mucho que no veía, iluminando aquella noche más que las propias estrellas.

En ese momento Can supo que estaba perdido, no importaba cuánto tiempo hubiera pasado separado de ella. Nunca dejaría de amarla.


En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora