Sueños

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La luz del alba bañaba mi cara y el viento acariciaba mi cabello a aquellas horas de la mañana. Los pajarillos cantaban alegres, dándole la bienvenida al nuevo día. Todavía con los ojos cerrados sonreí para mi mientras estiraba mis brazos en la hamaca. Aquella noche había vuelto a tener aquel sueño. 

En él caminaba hasta el final del muelle y me sentaba a mirar el mar mientras soñaba despierta con las historias que pasaban por mi cabeza e intentaba plasmarlas en mi cuaderno. De repente me fijaba en que contra el muelle chocaba una botella de cristal con algo dentro, una nota. En ella se podía ver un Albatros dibujado, yo la recogía y guardaba en mi cuaderno antes de levantarme y volver a casa. 

Al entrar en el jardín estaba decorado con pequeñas luces que colgaban de los árboles y les daban un aspecto encantado, una manta blanca cubría parte del suelo y sobre ella unos cojines de colores y una pequeña mesa de madera. Sobre la mesa, perfectamente preparada, dos platos de pasta con tomate y albahaca y dos copas de vino vacías. Sonaba una música suave que venía de alguna parte que no podía identificar, pero escuchaba a un hombre canturrear con ella.

Can apareció por detrás de un árbol, con una botella de vino en la mano. ¡Estaba tan guapo con sus vaqueros semi rotos y su camiseta blanca! Llevaba el pelo recogido con ese pequeño moño que le gustaba hacerse e iba descalzo. Sonreía abiertamente, contento, divertido.

Tenía la sonrisa más bonita del mundo.

Me dio un beso en la mano y me hizo girar sobre mis pies. No pude evitar reírme mientras él dejaba la botella en la mesa y volvía a mi lado bailando. Se acercaba lentamente a mi, su frente rozando la mía, sus ojos mirando mi boca, sus manos bajando despacio por mis caderas al ritmo del balanceo de sus caderas. Yo cerraba los ojos y me abandonaba a sus caricias mientras esperaba sus besos.

Aquello era todo lo que siempre había querido que fuera nuestra vida juntos, momentos bonitos llenos de risas. Solos, alejados del mundo.

Porque yo solo quería vivir en el mundo que habíamos construido el uno para el otro.

Abrí lentamente los ojos, acostumbrándome a la luz que me daba. De todos los sueños que había tenido con Can aquel era mi favorito, porque no eran deseos ocultos como el sueño con nuestros tres hijos, ni malos recuerdos como aquella pesadilla en la que todo el tiempo se repetía la escena de la marcha de Can aquella noche en el hospital.

Aquel sueño era parte de una vida que tuve y que ya no tendría. No volvería a tener la sonrisa de Can para mí, no volveríamos a ser felices con las cosas sencillas.

Porque ese mundo ya no existía más que en mis sueños. Porque aquellos Can y Sanem ya solo existían en nuestros recuerdos.

En Manos Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora