Capitulo 6

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Mientras el sol se transformaba en una esfera roja, dos muchachas, una de ellashermosa y la otra fea, se sentaron lado a lado junto a la orilla del lago. Sophie guardaba pepinos en una bolsa de seda, mientras Agatha arrojaba fósforosencendidos al agua. 

Luego del décimo fósforo, Sophie le lanzó una mirada.

—Es algo que me relaja —explicó Agatha.

Sophie intentó hacer espacio para un último pepino.

—¿Por qué alguien como Belle querría quedarse aquí? ¿Quién elegiría estoen lugar de un cuento de hadas?—¿Y quién elegiría abandonar a su familia para siempre? —dijo Agatha conun resoplido.

—Excepto yo, quieres decir —repuso Sophie. Ambas se quedaron en silencio.»¿Alguna vez te preguntas por qué tu padre se fue? —preguntó Sophie.

—Ya te dije. Se fue después de que yo naciera.—Pero ¿a dónde se fue? ¡Estamos rodeadas de bosque! Desaparecer así, derepente... —insistió Sophie—. ¡Quizás encontró una manera de ingresar en loscuentos! ¡Tal vez halló un portal mágico! ¡Podría estar esperándote del otrolado!—O tal vez regresó junto a su esposa, fingió que yo nunca existí y murió hacediez años en un accidente en el molino.Sophie se mordió el labio y volvió a acomodarlos pepinos.—Tu madre nunca está en casa cuando voy de visita.—Ahora va a la aldea —respondió Agatha—. No tiene suficientes pacientesen micasa. Probablemente el lugarlos espante.—Seguro que es por eso —repuso Sophie. Sabía que nadie iba a confiar en lamadre de Agatha para tratar irritaciones, y mucho menos enfermedades—. Nocreo que un cementerio haga sentir muy cómoda a la gente.—Los cementerios tienen sus beneficios —sostuvo Agatha—. No hay vecinosentrometidos ni vendedores ambulantes. Tampoco hay «amigas» sospechosasque traen máscaras para el rostro y galletas dietéticas, y te dicen que irás a laEscuela del Mal en la tierra mágica de las hadas. —Agatha encendió un fósforocon entusiasmo.Sophie dejó el pepino a un costado.—¡Así que ahora soy entrometida!—¿Quién te pidió que vinieras? Yo estaba perfectamente bien.—Siempre me abres la puerta.—Porque siempre pareces muy sola —respondió Agatha—. Y me daslástima.—¿Yo te doy lástima? —Sophie la miró con ojos encendidos—. Tienes suertede que alguien venga a verte, porque nadie desea hacerlo. Eres afortunada deque alguien como yo sea tu amiga. Tienes suerte de que alguien como yo sea tanbuena persona.—¡Lo sabía! —estalló Agatha—. ¡Soy tu buena acción! ¡Soy solo un peón entu estúpida fantasía!Sophie no habló durante un buen rato.—Quizá me haya hecho tu amiga para impresionar al Director —confesófinalmente—. Pero ahora es algo más.—Porque te descubrí —gruñó Agatha.—Porque me caes bien.Agatha se volvió hacia ella.—Nadie me entiende aquí —explicó Sophie, mirándose las manos—. Encambio, tú sí me entiendes. Me ves como soy. Por eso seguí viniendo. Ya no eresmás mi buena acción, Agatha.Sophie alzó la mirada hacia su amiga.—Eres mi amiga. —Elcuello de Agatha se puso rojo.»¿Qué ocurre? —preguntó Sophie,con expresión seria.Agatha se arrebujó en su vestido.—Es solo que... mmm... yo... este... no estoy acostumbrada a tener amigos.Sophie sonrió y tomó su mano.—Bueno, ahora seremos amigas en nuestra nueva escuela.Agatha gruñó y tomó distancia.—Digamos que me rebajo a tu nivel de inteligencia y que finjo creer en todoesto. ¿Por qué yo debo ir a la escuela de villanos? ¿Por qué todo el mundo meeligió a mícomo Ama del Mal?—Nadie dice que seas mala, Agatha —suspiró Sophie—. Solo eres diferente.Agatha entrecerró los ojos.—¿Diferente en qué sentido?—Bueno, para empezar, solo usas ropa negra.—Porque no se ensucia.—Nunca sales de tu casa.—Allí la gente no me mira.—En la competencia de escribir un relato, tu cuento terminaba conBlancanieves devorada por buitres y Cenicienta ahogada en una tina. 

En el valle se oyó el lúgubre y potente tañido del reloj. Fueron seis o sietecampanadas; ya habían perdido la noción del tiempo. Y mientras los ecos sedesvanecían en medio del bullicio de la plaza distante, Sophie y Agatha pidieronun deseo: que, dentro de un día a partir de ahora, siguieran estando juntas.Dondequiera que fuese. 

La escuela del bien y el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora