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Ya era suficiente con que los libros fueran espantosos, pero luego Sophie se dio cuenta de que la cinta con que estaban atados era una anguila viva. Se puso a gritar y soltó los libros, cuando un sátiro a lunares le arrojó una tela negra. Sophie la desplegó y dio un respingo al ver una túnica enorme y hecha jirones que caía como una cortina cortada en tiras.
Miró boquiabierta a sus compañeras, que se ponían alegremente el asqueroso uniforme, hojeaban los libros y comparaban sus horarios. Sophie miró su fétida toga negra, luego sus libros llenos de baba de anguila y por último su horario. Levantó la mirada a su retrato sonriente, otra vez colgado en la pared, y huyó como alma que lleva el diablo.
Agatha sabía que estaba en el lugar equivocado porque hasta los profesores la miraban confundidos. Juntos bordeaban las cuatro escaleras de caracol en el profundo vestíbulo de cristal, dos rosadas, dos azules, y arrojaban confeti a los alumnos nuevos. Las profesoras lucían idénticos vestidos en diferentes colores: de cuello alto, con el emblema del cisne plateado centelleante sobre el corazón. Cada una había agregado un detalle personal al vestido: incrustaciones de cristal, flores bordadas con cuentas y hasta un lazo de tul. Los profesores, por otro lado, vestían finos trajes en un arcoíris de colores vivos, con chalecos en combinación, corbatas delgadas y pañuelos coloridos metidos en bolsillos bordados con el mismo cisne plateado.
Agatha enseguida se dio cuenta de que todos eran más atractivos que ningún adulto que ella hubiera visto jamás. Hasta los profesores más veteranos eran tan elegantes que la intimidaban. Agatha había intentado convencerse siempre de que la belleza era inútil porque era pasajera. He aquí la prueba de que era eterna.
Los profesores intentaron disimular los codazos y murmullos al ver a la alumna fuera de lugar y empapada de agua, pero Agatha estaba acostumbrada a estas reacciones. Entonces, vio a uno que no se parecía al resto. El vitral parecía formar un halo sobre su cabeza, y vestía un traje color verde trébol. Su pelo era plateado y sus ojos, brillantes y de color avellana. Le sonrió a Agatha como si ella realmente perteneciera a este lugar. La joven se ruborizó: cualquiera que pensara eso era un tonto. Se dio vuelta y se consoló mirando a las jóvenes ceñudas alrededor de ella, que evidentemente no le habían perdonado el incidente en el vestíbulo.
—¿Dónde están los chicos? —Oyó que murmuraban entre sí, mientras hacían fila frente a tres enormes ninfas flotantes con cabello y labios de neón, que les entregaron sus horarios, libros y túnicas.

La escuela del bien y el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora